Pongamos un ejemplo: es totalmente incompatible con el adecuado manejo de los fondos públicos la disposición que permite desviar legalmente recursos presuntamente no utilizados hacia la partida de imprevistos de la que se dispone en la Presidencia de la República.
Escrito por Editorial.11 de Marzo. Tomado de La Prensa Grafica.
Como hemos venido sosteniendo sistemáticamente, los grandes temas nacionales, de cualquier índole que sean, deben ser tratados en forma verdaderamente seria y responsable. La coyuntura nacional no sólo lo exige, sino que también lo facilita. En tal sentido, la alternancia en el ejercicio del poder político, y específicamente en la Presidencia de la República, que es la personificación de dicho poder, entre otras cosas significa una apertura a la posibilidad de hacer evaluaciones más libres sobre las actuaciones del poder, pues la permanencia –como pasó en los 20 años de ARENA, y de seguro hubiera sido igual en caso de una permanencia de duración semejante de cualquier otro partido– se va volviendo encubridora de vicios y fallas y cómplice de la impunidad.
Una de las cosas que están quedando a la vista dentro de la nueva configuración e interacción de fuerzas políticas es la falta de una sana relación entre los Órganos supremos del Estado, que no sólo responda de veras a los mandatos constitucionales sino que permita consolidar el balance de poderes dentro de la democracia en construcción. En ese orden, hay que irlo poniendo todo en mejor orden, empezando por el presidencialismo que caracteriza desde siempre a nuestro sistema político. Llegar a una verdadera interacción entre Órganos es vital para la estabilidad del proceso nacional, y la buena noticia es que parece que por esa ruta vamos por fin, aunque haya mucho trabajo por hacer y muchos traumas por superar.
El valor responsabilidad es clave en la democracia, y ello parte del principio elemental de que, democráticamente hablando, cualquier forma de impunidad es pecado capital. Aceptarlo y practicarlo está en la base de la efectividad institucional y de la convivencia pacífica.
Asegurar la transparencia
Como nunca antes en nuestro desenvolvimiento político contemporáneo la palabra “transparencia” ha sonado tanto en el ambiente. Y dicho sonido no es de ninguna manera casual. Es el movimiento natural del proceso que vivimos el que determina este tipo de efectos. Democracia es sinónimo de muchas cosas vitales para la salud del proceso nacional, y, entre ellas, es sinónimo de transparencia. Si no hay transparencia suficiente, ni mecanismos que la aseguren, todo está expuesto a los virus de la desconfianza y el abuso. Esto los salvadoreños deberíamos tenerlo perfectamente sabido.
Y la transparencia no sólo implica normativas conducentes a potenciarla y garantizarla –aunque una buena y eficaz normativa sea instrumento indispensable para ello–, sino que requiere ir cerrando todos los portillos por donde se puedan colar las prácticas indebidas y la correspondiente impunidad. Pongamos un ejemplo: es totalmente incompatible con el adecuado manejo de los fondos públicos la disposición que permite desviar legalmente recursos presuntamente no utilizados hacia la partida de imprevistos de la que se dispone en la Presidencia de la República. Independientemente de la corrección o incorrección con que se pueda hacer o haber hecho dicho manejo, la facultad implica en sí una discrecionalidad impropia y peligrosa.
Hay que seguir pugnando por mayor transparencia pública y privada, para que el sistema pueda beneficiarse con más y más sólida confianza ciudadana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios que incluyan ofensas o amenazas no se publicaran.