En El Salvador se está escenificando, en este momento, una realidad política que tiene visos originales, y que, por lo mismo, fue casi imprevisible hasta antes de la llegada de la actual administración ejecutiva. Nuestro régimen es eminentemente presidencialista, y eso acaba determinándolo casi todo; pero el presidencialismo también está en transición, aunque haya muy pocas referencias analíticas sobre tal fenómeno evolutivo, a causa de que justamente cuando se instalan imágenes tan consagradas por la costumbre el cambio de las mismas se trata de obviar o de disimular hasta que ya no es posible hacerlo. Conviene en verdad que el presidencialismo evolucione, a modo de ir superando el voluntarismo personalista, tan vulnerable a los vahos embriagadores del poder, para que nuestro sistema político se normalice de manera permanente.
Escrito por David Escobar Galindo.22 de Marzo. Tomado de La Prensa Grafica.
La coyuntura de la llamada correlación de fuerzas es un factor que puede impulsar esa evolución del presidencialismo, en el entendido de que esta llevará un proceso de etapas sucesivas, pues los modos básicos del actuar político desarrollan siempre raíces muy profundas. Nuestro presidencialismo nace del caudillismo del siglo XIX. El primer tercio del siglo XX estuvo marcado por lo que acabó llamándose dinastía Meléndez-Quiñónez. En el principio de los años treinta de dicho siglo hubo una ligera escaramuza aperturista que pudo ser democratizadora, pero los sucesos del 32 coparon toda posibilidad de emprender la democratización, y de ahí en adelante vino la era del militarismo gerencial del poder político, que reafirmó el presidencialismo tradicional. Así llegamos a la guerra, y así entramos en ruta democrática insoslayable. Pero el camino ha sido difícil. José Napoleón Duarte, primer presidente civil salido de las urnas desde don Arturo Araujo, fue, por personalidad, presidente de voluntad concéntrica. Y luego, desde las vísperas del fin de la guerra y en los 17 años posteriores a la paz, los dos decenios sucesivos de ARENA fueron recalentando las energías del viejo presidencialismo.
¿Cómo estamos hoy? Pues el hecho de que el presidente y el FMLN, según todos los indicios, se hallen bastante lejos de ser una fusión programática y estratégica puede ser de ayuda para que el presidencialismo cambie de perfil. Es cierto que el presidente parece tener, como se dice en lenguaje popular, mecha corta; pero las circunstancias, más allá de las fricciones no sólo entre la cabeza de la administración y su partido, sino también en el seno del esquema partidario, hacen que se carezca en el escenario político actual de margen realista para que el presidencialismo unipersonal se imponga como fuerza arbitraria absorbente, según ocurrió hasta hace poco y sobre todo hace poco.
Un presidencialismo acorde con la evolución democrática nacional requeriría que todos los poderes políticos vayan reconociendo y aceptando sus límites. Y, alrededor de los poderes políticos, los poderes económicos y los poderes sociales. El presidente tiene a su cargo la dirección ejecutiva del proceso político, durante un tiempo muy bien determinado; pero dicha dirección en ningún caso debería convertirse en concentración, y mucho menos llevar a que la concentración pase a ser absorción. Desde luego, tales derivaciones viciosas sólo son posibles si los poderes de balance ponen a un lado su rol equilibrador y van “dejando hacer” al poder de turno, como pasó, de manera progresiva, durante la prolongada gestión de ARENA. Hablamos aquí de “poderes fácticos” y de poderes institucionales.
En las condiciones presentes, el presidente Funes tiene una oportunidad de oro para usar su poder presidencial en función educativa: de su propio partido, del sistema político y de la conducta administrativa, sobre todo en lo tocante al imperio de la honradez, que es tan anhelado por la población y tan descuidado por la llamada “clase política”. Es decir, usar el presidencialismo tradicional como palanca para desmontar la base viciosa del mismo, en razón de establecer ese nuevo presidencialismo conectivo y no aplanador que tanto necesita el régimen democrático para desenvolverse con salud sostenida. ¿Qué suerte correrá esta oportunidad? Lo iremos viendo en los meses que vienen, sobre todo antes de que los escalofríos y convulsiones preelectorales se vayan apoderando otra vez del ambiente, ya el año que viene...
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