Pero el agua es sólo una marca en nuestra larga lista de déficit. Tampoco cuidamos el aire ni la tierra. El sol se desaprovecha sin reparar en ello. Y por todo esto nuestras vulnerabilidades se acrecientan y se profundizan, en vez de seguir el curso contrario.
Escrito por Editorial. 23 de Marzo. Tomado de La Prensa Grafica.
Ayer fue el Día Mundial del Agua, y como todos los años, en una oportunidad tan puntual menudean las opiniones, las recomendaciones y los reclamos sobre lo que ocurre en nuestro país respecto, en este caso, de un elemento tan esencial e indispensable para la vida. En El Salvador tenemos mucha agua a nuestra disposición, y prueba de ello es la cantidad anual que llueve durante la época correspondiente; lo que no hay, ni nunca ha habido, es una política para su debido aprovechamiento. Por más que se diga, la calidad del agua es deplorable; el descuido sobre la misma, endémico; y el acceso, totalmente insuficiente. En esto, como en tantas otras cosas, estamos necesitando una modernización pujante. Y, en cuanto a los recursos hídricos y su utilización, se requiere una legislación consistente, cuanto antes.
Pero el agua es sólo una marca en nuestra larga lista de déficit. Tampoco cuidamos el aire ni la tierra. El sol se desaprovecha sin reparar en ello. Y por todo esto nuestras vulnerabilidades se acrecientan y se profundizan, en vez de seguir el curso contrario. Es urgente implantar y desplegar en el país una cultura de respeto y de adecuado tratamiento de la naturaleza en su conjunto, no sólo para evitar daños y catástrofes, sino, sobre todo, para asegurar una vida más sana y productiva para todos los salvadoreños, independientemente del lugar del territorio en que estén ubicados.
Es imperiosa una eficiente política ambiental, bien adaptada a nuestras realidades, tanto humanas como naturales; pero, más aún, se necesita promover y expandir la conciencia de que la naturaleza y nosotros somos parte de un todo, cuya armonía es la que asegura la vida.
Ir a la dimensión humana
Cuando hablamos de recursos, no nos referimos sólo a los naturales y materiales; estamos abarcando, desde luego, los llamados recursos humanos. Es decir, las personas de carne y hueso que formamos la población general del país. Cuidar y darles el adecuado y responsable tratamiento a las personas es responsabilidad fundamental tanto de la sociedad como espacio común de convivencia como de la institucionalidad en función de su rol representativo. Si los seres humanos se dejan abandonados a su suerte, las consecuencias son siempre gravísimas, según venimos de ver en nuestra propia realidad a lo largo de la historia, y en especial de la más reciente.
Por eso la educación, la salud, la productividad y las opciones reales y accesibles de futuro son piezas claves de la paz, de la estabilidad y del progreso. Aun en las naciones más desarrolladas hay que hacer siempre grandes y difíciles esfuerzos en esa línea, como estamos viendo con la reforma de salud impulsada en Estados Unidos por el Presidente Obama, que acaba de pasar, contra viento y marea, una prueba legislativa crucial. No es aún la salud universal, pero se acerca a ella. Y el tema ha fragmentado políticamente en dos a una nación que se prestigia de su evolución democrática.
El gran desafío, en todas partes, está en mantener una dinámica de mejoramiento real de las condiciones de vida de los seres humanos, por encima de cualquier utilización ideológica o política. El ser humano debe ser siempre el beneficiario principal de la evolución.
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