Escrito por Luis Alfredo Cortez. 02 de Marzo.Tomado de La Pagina.
Carlos estudiaba administración de empresas en la Universidad de El Salvador y Elsy estudiaba Economía cuando se hicieron novios allá por 1999. En 2001 Elsy salió embarazada y presionados por las circunstancias decidieron casarse ese mismo año.
La niña nació a principios de 2002, pero pronto Elsy volvió a quedar embarazada y a finales de 2003 nació un varoncito.
Ni Elsy ni Carlos pudieron seguir estudiando. Habían abandonado la universidad desde que se casaron. Carlos trabajaba como auxiliar en una oficina contable, pero dos meses antes de que naciera su segundo hijo lo despidieron.
Acudió donde su padre para que le ayudara, pero éste solo le dio un consejo. “Vete para Estados Unidos”. Carlos siguió buscando trabajo sin éxito, cuando su segundo hijo nació los gastos de su hogar se triplicaron, pero a la vez se acumularon, pues no pudo seguir pagando la renta del apartamento que alquilaban en la colonia Zacamil.
Sus hijos lloraban de hambre, por lo que se deshizo de las joyas de su mujer las cuales fue a dejar a precio de remate a una casa de empeño, además tuvo que vender su vehículo por el cual le dieron dos mil dólares. El dinero rápido se acabo.
En junio de 2004 acudió nuevamente a su padre para rogarle que le diera su herencia. Su padre le dio dos manzanas de terreno ubicadas en San Juan Opico con la promesa de que las hiciera producir. Para hacerles producir necesitaba dinero, pero nadie quería prestarle. Una noche abrazó fuerte a Elsy y le dijo que iba a vender el terreno para poder irse ilegal hacia Estados Unidos. Ya había averiguado y el “coyote” le cobraba $6 mil dólares.
Elsy, entonces de 23 años, le pidió irse con él. “Juntos podemos hacer más”, le dijo. La joven habló con su madre quien se comprometió a cuidar a los dos niños, toda vez que Elsy y Carlos enviaran dinero para mantenerlos.
En agosto de 2004 Carlos encontró comprador y logró vender el terreno en $8,000. La madre de Elsy empeño las escrituras de la casa para poder reunir otros $6,000. Iban a pagar $12,000 al “coyote” e iban a llevar $2,000 en efectivo por cualquier imprevisto. En Tucson, Arizaona, los iba a estar esperando un primo de Carlos, que les ayudaría a trasladarlos a Hosuton, Texas, y a conseguir trabajo.
El Coyote
Un amigo le había recomendado a Carlos un “coyote” oriundo de San Pedro Nonualco, La Paz. Hasta allá llegó Carlos para conocerlo. El “coyote” a quien solo conocieron como José Mejía, se comprometió a llevarlo hasta Estados Unidos y a repetir la travesía si fallaba en el primer intento.
El 2 de septiembre Elsy y Carlos estaban con su equipaje en sendas mochilas, en la terminal de buses internacional, sobre la avenida Juan Pablo II. Con José Mejía habían otras seis personas, dos de ellas menores de edad. Subieron a un bus que los trasladó hasta Guatemala, donde pasaron la noche en un hostal de la zona 2.
Al siguiente día en un microbús los trasladaron a Mixco, donde pasaron otro día más. El 4 de septiembre volvieron a la capital guatemalteca para tomar el bus hasta Tecún Umán. Pasaron la noche en una casa de huéspedes, donde la mayoría de inquilinos eran de El Salvador. En el lugar se unieron dos guatemaltecos a José Mejía. A las 5:00 de la mañana del 5 de septiembre, el “coyote” contrató dos balsas y los pasó del otro lado del río, donde los esperaba un hombre al que José Mejía le llamaba “el mil pesos”.
“El mil pesos” los guió a pie hacia una vivienda de madera y ahí la pasaron hasta el mediodía cuando les llevaron comida. Mejía salió y en la noche regresó con dos hombres, les dieron indicaciones de que es lo que tenían que decir si acaso los paraba la policía federal. Esa misma noche subieron a un microbús y los llevaron a Arriaga, donde se supone que íbamos a tomar un camión para cruzar Oaxaca.
En Arriaga el grupo de Mejía se negó a subir el tren, porque un día antes dos hondureños habían muerto triturados entre la máquina y los rieles. Los dos amigos del “coyote” salvadoreño les advirtieron que no había otra alternativa, por lo que en siguiente viaje abordaron el tren que los traslado a Oaxaca, donde pasaron dos días, mientras Mejía supuestamente visitaba a un contacto que le iba a ayudar a trasladar la “carga” hasta la frontera con México.
Abordaron un camión de una funeraria que trasladaba un cadáver hacia Guanajuato y en dicho lugar hasta fueron a la velación. El 15 de septiembre, a bordo de un tren llegaron a un pueblecito de Sonora llamado El Ángel o Los Ángeles, donde “El coyote” los reunió para darles indicaciones generales. Les advirtió que se iban a ir por el desierto, pero que antes tenían que tomar un camión hacia un lugar llamado Águila Dorada.
Tenían que llevar suficiente agua para la sed del desierto y ropa para cobijarse del frío en la noche. José Mejía les dijo que todo era seguro porque él había cruzado el desierto en màs de diez ocasiones.
El 16 de septiembre la carga se repartió en dos camiones. En uno se subió José y las seis personas que venían desde El Salvador, en el otro abordaron Carlos y Elsy, los dos guatemaltecos y “el mil pesos”.
La pesadilla
Desorientados, después de ocho horas de recorrido por un camino agreste, pese a que el “coyote” les había dicho que solo eran dos horas y media”, los bajaron en una especie de granja, donde habían hombres armados.
Los llevaron a una casa de adobe y les comenzaron a preguntar por su familiares y contactos en México y Estados Unidos. A Carlos le quitaron los cerca de $2,000 y lo metieron a un cuarto donde había otros dos hombres amarrados.
Fue hasta el siguiente día que vio a Elsy, quien no paraba de llorar. En la noche lo volvieron a separar de su mujer. Así pasaron una semana, custodiados por hombres armados y siendo separado por la noche. A Carlos le dijeron que lo iban a dejar ir si trabajaba para ellos una semana. En ese tiempo lo ponían a regar unos cultivos de hortalizas y hasta lo obligaban que “boleara” los calzados de todos los hombres armados, que eran alrededor de 20.
A los guatemaltecos los obligaron a cargar pesados bultos desde cinco kilómetros de distancia.
Pasada la semana les dijeron que ya se podían ir, pero Carlos se resistió a irse si no era con su esposa. Uno de los hombres armados, al parecer uno de los jefes, le dijo que ella se iba a quedar porque le había gustado a un jefe.
Carlos enfurecido intentó arrebatarle el arma a uno de los guardaespaldas, pero no pudo. Lo sacaron al patio y le dieron una golpiza. Uno de los jefes pidió que se lo llevaran del lugar y que le acompañara Elsy.
Elsy le contó que todas las noches la violaban, pero que no le contaba porque si lo hacía lo iban a matar. Con ayuda de una familia lograron llegar a un pueblecito conocido como El Corona o La Corona. Ahí lo auxiliaron y tres días después. Una vez recuperado lo llevaron a Águila Dorada, donde por cosas del destino encontraron a José Mejía, quien ya había logrado pasar a los seis que lo acompañaron y había retornado para buscar a Carlos, Elsy, los dos guatemaltecos y a “el mil pesos”.
Hacia el sueño
Tras dos días de espera el “coyote” decidió llevara a Carlos y Elsy al otro lado de la frontera y regresar por los guatemaltecos y “el mil pesos”. Pasaron tres días en el desierto, antes de pasar a suelo estadounidense, donde se ocultaron en un compartimiento de una camioneta, mientras tomaban la carretera principal. Al llegar a Tucson, Mejía los trasladó a un casa de hispanos para que desde ahí pudieran hablar con sus parientes, que ya habían sido alertados sobre su desaparición.
Los padres de Carlos y Elsy acudieron a una organización que se supone brinda asesoría a migrantes, quienes les cobraron por supuestamente ir a poner a denuncia en Cancillería.
Tras una semana viviendo con los hispanos en Houston, el primo de Carlos llegó para recogerlos y llevarlos a Houston, done viven y trabajan.
Carlos y Elsy, pese a la desgracia que les tocó vivir, tuvieron suerte, porque de los guatemaltecos y de“el mil pesos” nunca más supieron. Al parecer el conductor del camión que tomaron en El Ángel es parte de una red de narcotraficantes que se encarga de llevarles indocumentados para que los usen como esclavos, para abusar sexualmente de ellas y para pedir rescate por cada uno de los inmigrantes.
Elsy y Carlos trabajan en una compañía de encomiendas, todavía permanecen en calidad de indocumentados. Ambos se han afiliado a la iglesia metodista donde les han ayudado a superar el trauma de Sonora, ese trauma que muchos viven en búsqueda del sueño americano… un sueño que a veces se convierte en pesadilla.
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