Comentarios mas recientes

2010/03/18

Contra Punto-Política de la cultura. Martínez y el indigenismo

 Por Rafael Lara-Martínez. 18 de Marzo. Tomado de Contra Punto.

Por Rafael Lara-Martínez

DESDE COMALA SIEMPRE… [El propósito de la antropología aplicada es] mejorar las condiciones materiales y espirituales de las clases proletarias. La República. Suplemento del Diario Oficial, Año I, No. 87, 4/marzo/1933.

Existen pocos documentos públicos que atestigüen intercambios diplomáticos entre la presidencia del general Maximiliano Hernández Martínez (1931-1934, 1935-1944) en El Salvador y la de su correspondiente mexicano Lázaro Cárdenas (1934-1940). Sin embargo, la escasa evidencia recolectada hasta el momento se presta a un corto comentario que serviría de guía a investigaciones futuras sobre un capítulo olvidado de las relaciones exteriores de El Salvador durante la década de los treinta. El expediente rescatado más amplio se intitula Informe Presentado al Gobierno de El Salvador por la Delegación Salvadoreña al Primer Congreso Interamericano de Indigenistas, celebrado en Pátzcuaro, Estado de Michoacán, República de México, del 14 al 24 de abril de 1940, sobre los actos, trabajos y resoluciones del mencionado Congreso (San Salvador: S/Ed., 1940). Este documento revela también un episodio olvidado de la antropología salvadoreña y de sus conexiones iniciales con otras áreas creativas y con la política de la cultura.

Luego de rastrear los antecedentes del interés oficial por el indigenismo, el presente artículo describe las actividades de la delegación salvadoreña al Congreso Indigenista, así como las recomendaciones y los contactos que establece durante su permanencia en México. Además de las sugerencias para una antropología aplicada, el Congreso culmina con la creación de uno de los marcos institucionales de mayor prestigio para la creación de la ciencia antropológica latinoamericana: el Instituto Indigenista Interamericano (III).

El ensayo destaca la actividad holística del indigenismo salvadoreño durante los años treinta, al combinar acción práctica de una antropología aplicada con la promoción de las artes y literatura, al igual que de la artesanía y folclor. Para el desarrollo sistemático de esta área compleja, la política cultural del martinato entabla un diálogo con la sociedad civil y con los miembros más destacados del quehacer artístico nacional, a quienes apoya financieramente al interior así como, diplomáticamente, los asiste a difundir su obra hacia exterior. En esta acción concertada se halla en juego la invención de la nacionalidad salvadoreña.

La propuesta de un proyecto de nación resulta de tal magnitud y fascinación que, al presente, los propios oponentes del régimen recobran elementos dispersos de su ideario para fundar una “cultura del siglo XXI”. Resulta práctica habitual desligar las imágenes artísticas y literarias o las personalidades culturales influyentes de su compromiso político inicial y proponerlas como modelo de actualidad. Las dos figuras cumbres del indigenismo martiniano —José Mejía Vides y Salarrué—recurren como colaboradores ejemplares del régimen, quienes testifican de la absoluta concordancia entre gobierno, intelectuales y sociedad civil urbana (La República, Año I, No. 4, 5/diciembre/1932 sobre Salarrué y No. 68, 10/febrero/1933 para Mejía Vides; fechas similares establecen la cooperación institucional de la Universidad Nacional con el gobierno de Martínez).

En época de tensiones agudas entre el estado y la cultura (febrero de 2010), una nostalgia por la obra conciliadora del martinato se alza como ideal entre quienes, con ilusión redentora, afirman la existencia de un “arte sin política” (véase contradicción actual entre la multi-citada “Mi carta a los patriotas” (1932) de Salarrué y toda referencia acallada a su trabajo de colaborador en La República Suplemento del Diario Oficial desde 1932). El martinato se alza como época ideal de entendimiento entre artistas, intelectuales y administración estatal (en escala mínima, nótese colaboración intelectual bajo el gobierno de Arena —por la publicación estatal de la Poesía completa (2007-2009) de Roque Dalton— armonía que el presente tiene problemas de lograr).

I. Antecedentes

1933

Antes del arribo de Cárdenas al poder, diciembre de 1933, se inician contactos entre el país y el indigenismo mexicano para establecer mecanismos políticos panamericanos en defensa de los indígenas (“México, que de acuerdo con la Doctrina Estrada [Genaro Estrada, Secretario de Relaciones Exteriores, 1930, doctrina de no-intervención], continuó sus relaciones con El Salvador” y, por principio de soberanía, justificó que “la Casa Blanca” no interviniera “en la política interna centroamericana”, defiende el gobierno de Martínez en base al “derecho de sublevarse”, La República, Año I, No. 42 y 44, 10 y 12/enero/1933 que reproduce editorial de El Imparcial de México). A diferencia de los países centroamericanos, el vecino nórdico latinoamericano jamás discute la legalidad de Martínez, como si gobiernos anti-imperialistas estuvieran más dispuestos a aceptar su presidencia que dictaduras militares como la de Guatemala.

El propio Juan Ramón Uriarte, Ministro de El Salvador en México, difunde “la nueva cultura en América” como conciencia panamericana “internacional y hasta cósmica” (La República, Año II, No. 307, 8/diciembre/1933, nótese el giro vasconceliano, y teosófico que adquiere la defensa del martinato: “raza [“conciencia”] cósmica”). Ante un Acuerdo de Paz “entre Paraguay y Bolivia”, en Montevideo, el alcance continental de la VII Conferencia Panamericana lo resume la máxima siguiente: “ningún estado tiene derecho de intervenir en los asuntos internos ni en externos de otros estados” (La República, Año II, No. 318, 21/diciembre/1933).

Anti-imperialismo y cultura indígena propia le ofrecen al gobierno salvadoreño dos pilares para estrechar lazos diplomáticos en toda Latinoamérica. En México, la mayor defensa, el gobierno de Martínez la obtiene del costarricense Vicente Sáenz quien lo percibe como opción masferreriana por “evitar la explotación y la miseria”, al igual que “por no seguir de hinojos” ante EEUU (Rompiendo cadenas. Las del imperialismo norteamericano en Centro América, México, D. F.: Ciade, 1933: 289 y 228). Hacia 1933, entre los círculos revolucionarios de exiliados del istmo que merodean la capital mexicana, Martínez figura como alternativa “anti-fascista” por la soberanía política. Dentro de los miembros fundadores de la Unión Democrática Centroamericana, su nombre aparece junto al de César Augusto Sandino (Sáenz, 290. Su defensa de Martínez aparece en la prensa mexicana y la difunde en conferencias en la Universidad Nacional Autónoma de México en marzo de 1933).

El mismo año, la tradicional festividad del “Día del Indio” destaca el interés indigenista del régimen por organizar exhibiciones artesanales y promover danzas de Izalco y Nahuizalco las cuales se ejecutan en la capital bajo los auspicios de los seguidores de Alberto Masferrer y del propio gobierno. Esta “unidad nacional” entre Grupo Masferrer y estado augura el entendimiento casi absoluto entre estado y sociedad civil.

Ejemplos de “cooperación ciudadana” la sugiere el ámbito de la plástica indigenista, cuyos mayores representantes, “los jóvenes artistas don José Mejía Vides y don Luis Alfredo Cáceres” ofrecen “sus servicios en calidad de maestros” (La República, Año I, No. 68, 10/febrero/1933). Se distingue el apoyo conjunto de la señora Rosario viuda de Masferrer (con pensión gubernamental) y del referido “Grupo Masferrer” al gobierno que dirige el general Martínez. La propia Radio Difusora Nacional (R. D. N.) difunde el homenaje y legado masferreriano a un año de su muerte y declara su obra “Tesoro Nacional”.

La política estatal combina el nivel práctico —cooperativas, vivienda barata, adjudicación de terrenos, escuela rural de corte masferreriano— con el creativo, el de la cultura letrada, en Juegos Florales Centroamericanos que exaltan artísticamente lo campesino-indígena. Asimismo, bajo los auspicios de Salarrué, la Biblioteca Nacional forja el término de “política de la cultura” como esfera totalizadora de acción “espiritual” (Boletín de la Biblioteca Nacional, No. 7, abril/1933: 1-2). Este concepto tan contemporáneo, califica la conciencia política de una generación que contribuye a forjar los cimientos culturales de una nacionalidad en ciernes.

1934

Hacia el segundo semestre de 1934, durante la reelección de Martínez, grupos teosóficos (Salarrué, José Mejía Vides…) e indigenistas masferrerianos respaldan las acciones oficiales por la “liberación completa del campesinado” (La República, septiembre-diciembre/1934). Su auxilio artístico redobla la emancipación material en otra gesta espiritual a la cual concurriría el propio líder de la teosofía: Krishnamurti, “el gran libertador de la mente humana” (8/septiembre/1934). Existe una correlación estrecha entre teosofía, arte indigenista y comité de censura del régimen por la reiteración de nombres, la cual no establece varias redes sino un solo círculo intelectual de políticos, teósofos y artistas.

El enlace entre lo terrenal, la política agraria, y lo esotérico intuye una teosofía de la liberación que, por grupos selectos pensantes, transfiere “la individualidad reorienta[da en] mente y corazón” hacia “la comunidad” en su conjunto (18/septiembre/1934. El uso del término “liberación” para dos ámbitos distintos, agrario y espiritual, es de La República). “La armonía y el entendimiento” entre esas instancias la demuestra la “Obra de Mejoramiento Social (distribución de tierras a largos plazos y a precios sumamente económicos, la institución del Bien Familiar Campesino, la Quinina del Estado, el Patronato Médico Escolar, el Botiquín Ambulante, El Médico del Pueblo, el acrecentamiento de la Escuela Rural”, etc.)” que “rodea a la clase campesina de recursos y facilidades”. Quizás en esas acciones reformistas del gobierno se concretice la idea de “cambiar todo el sistema sociológico” que impulsa “la filosofía de Krishnamurti”.

1935

Luego de elecciones y toma de posesión en enero-marzo de 1935, hacia septiembre-diciembre, el gobierno salvadoreño emprende una acción concertada por el indigenismo que combina el arte, antropología aplicada y política. El Poder Ejecutivo nombra a Salarrué “Delegado Oficial” a la “Primera Exposición Centroamericana de Artes Plásticas” en San José, Costa Rica. El triunfo salvadoreño en la plástica, la de José Mejía Vides, lo duplica la participación nacional en el VII Congreso Científico Americano en México, coloquio bajo la presidencia honoraria de Lázaro Cárdenas (La República, Año III, No. 860, 13/noviembre/1935 y VII Congreso: discursos pronunciados en el acto inaugural, México D. F.: Editorial Cosmos, 1935).

El gobierno financia la relación de intelectuales de renombre con sus colegas latinoamericanos, “para que se de a conocer por los conductos debidos a las instituciones científicas” nacionales (La República, Año III, No. 870, 25/noviembre/1935). La “mesa directiva” del Congreso la preside uno de los delegados salvadoreños, el Dr. Ramón López Jiménez, cuya labor encomiable la reconoce el gobierno revolucionario mexicano al otorgarle “Diploma de Honor” (La República, Año III, No 868, 22/noviembre/1935 y Año V, No. 1192, 15/enero/1937). Entre las recomendaciones del Congreso Científico se estipula “la resolución de los problemas económicos de las razas indígenas, se formulen, por regiones económicas, planes basados en estudios concienzudos de investigación de su vida económica actual y se establezcan institutos para la formación de Directores de Economía de la comunidad indígena” (lugar citado; véase: Acta final, México D. F.: Secretaría de RREE, 1936).

Si las artes elevan al indígena a personaje central de su discurso, la antropología aplicada anuncia “una acción continental a favor de las urgencias sociales, económicas y culturales” del “20 %” de salvadoreños de “clase indígena” (La República, Año III, No. 875, 30/noviembre/1935). Esta actividad afín entre el arte y la ciencia social aplicada ofrecería un ejemplo patente de la manera en que la política estatal se integra con los dominios creativos y los del saber para desarrollar un proyecto de nación.

Un quehacer en diálogo tal —arte, ciencia y política— semeja la labor que emprenden países claves, como Francia y México, en los cuales la antropología no surge como simple disciplina especulativa. Al igual que en El Salvador del martinato, se desenvuelve en una totalidad compleja que mezcla vanguardia artística, museografía, lingüística, folclor, política agraria, etc. Junto a proyectos de etno-turismo, la creatividad artística la compila la Revista El Salvador. Órgano Oficial de la Junta Nacional de Turismo (1935-1939), la cual dirige Luis Mejía Vides, hermano del pintor José.

(Nota teosófica, poética y vanguardista: la publicación oficial no sólo reproduce escritos de Krishnamurti y poemas de Rabindranath Tagore, también transcribe artículos de antropología contemporánea de autores reconocidos internacionalmente: Alfredo Barrera Vásquez, Sylvanus Morley, Karl Sapper y, más sorprendente, fragmentos de “Los tarahumaras (1936)” de Antonin Artaud. Por su filiación surrealista, Artaud inculca un modelo posmoderno de antropología literaria que rebasa el ensayo monográfico clásico. Ante este conocimiento bibliográfico, asombra que el trabajo más exhaustivo sobre la lengua náhuat, el de Leonhard Schultze-Jena (Mitos en la lengua materna de los pipiles de Izalco, 1935), quede fuera de esta conciencia histórica indigenista (el viaje de Schultze-Jena a El Salvador (1930) lo financia Franz Boas, pionero de la antropología estadounidense y contribuyente a la mexicana). En crasa paradoja, los literatos indigenistas ignoran la literatura indígena nacional, al igual que su lengua materna).

1936

En abril de 1936, el Ministro de Gobernación, dirige memorandum al de Relaciones Exteriores para que le informe al Gobierno de México sobre “la labor de Mejoramiento Social que se está llevando a cabo entre nosotros” (La República, Año IV, No. 981, 17/abril/1936). La autoridad correspondiente, el general José Tomás Calderón, subraya “la adquisición de tierras cultivables para parcelamiento, lotes urbanos para edificaciones y construcción de casas baratas”. En contraste a cifras más elevadas que proveen otras instituciones gubernamentales (véase anterior e Informe más abajo), Calderón reduce la población indígena al mínimo. Hay un “4 por ciento” de indígenas, ya que “el pueblo salvadoreño no cuenta prácticamente, con un problema indígena. El suyo es esencialmente económico”.

Así, el Gobierno salvadoreños resume oficialmente “la obra de bienestar para la población indígena”, la cual se completa gracias al estímulo que recibe “la producción literaria del país” en materia regionalista: “obras de Alberto Masferrer […] Salarrué, Arturo Ambrogi, Francisco Gavidia” (La República, Año IV, No. 1031, 17/junio/1937). Merece especial mención la publicación de “El Cristo Negro” de Salarrué que recibe varios elogios oficiales y aúna lo literario a lo autóctono (La República, Año IV, Nos. 1129 y 1140, 23/octubre y 7/noviembre/1936). A nivel del folclor, durante la “gran feria nacional de agosto” en la capital, se promueven “costumbres de algunos pueblos, como las danzas indígenas religiosas” para aumentar “las exhibiciones populares” (La República, Año IV, No. 1038, 26/junio/1936).

El impulso de la cultura letrada y campesina la retoma el Ministerio de Relaciones Exteriores para el cual “los agentes del servicio exterior deben ser importadores de cultura” (La República, Año IV, No. 1105, 23/septiembre/1936). En noviembre, la correlación directa entre literatura, arte y cuestión indígena la esclarece una esquela de duelo por la muerte de “Don Arturo Ambrogi [quien] hizo un arte propio, un arte fuerte, genial y magistral. La alegría del indio, la tristeza del indio, su drama y su esperanza…” (La República, Año IV, No. 1141, 9/noviembre/1936).

En diciembre, “el señor Vicepresidente de la República y Ministro de la Guerra, general Andrés Ignacio Menéndez, con los miembros del gabinete de Estado”, inaugura la Segunda Exposición de Artes Plásticas (La República, Año IV, No. 1162, 3/diciembre/1936). Su cometido por “proteger a la industria de barro de Ilobasco” se anuda al “incremento de la cultura artística nacional” a la cual “el gobierno podría ayudar con la suma de 500 colones mensuales para adquirir las mejores obras” y fundar una “pinacoteca nacional”. En común acuerdo, la sociedad y el gobierno se proponen desarrollar “el sentimiento intuitivo en el pueblo” (nótese la correlación arte-guerra).

A esa celebración del indigenismo en pintura concurre “la nueva generación de artistas salvadoreños” —los clásicos— cuyo “arte regional […] puede ufanarse” de “mantener en alto los prestigios de la patria”: José Mejía Vides, Salarrué, Luis A Cáceres, Pedro Ángel Espinoza, Guerra Trigueros, Valentín Estrada, Oscar Urrutia, Ana Julia Álvarez, Miguel Ortiz Villacorta, Zelia Lardé, etc.

De nuevo, por la acción conjunta entre gobierno y sociedad civil de artistas se logra impulsar un indigenismo que, de manera holística, combina la antropología aplicada con la creatividad cultural. Junto a la escuela rural, el arte indigenista posee una función práctica y pedagógica al “culturizar” y “educar el alma del pueblo” en su verdadera vocación de “ser salvadoreño” (La República, Año V, No. 1184, 5/enero/1937).

(Nota: para las redes familiares del poder, apúntese la notoriedad del doctor Max Patricio Brannon en las altas esferas gubernamentales del Ministerio de Hacienda (Delegado a la Conferencia Panamericana de Consolidación de la Paz en Buenos Aires, 23 de diciembre de 1936 que urge la soberanía nacional) y la enternecida exaltación poética del terruño de su hermana Claudia Lars. El “idealismo” de ambas acciones la anticipa el reconocimiento salvadoreño del “General Francisco Franco, Jefe del Gobierno, Burgos, España” el 8 de noviembre de 1936, por su defensa “de los sagrados y humanitarios derechos de la civilización”) (La República, Año IV, Nos. 1145 y 1182, 13/noviembre y 30/diciembre/1936).

1937

La colaboración entre gobierno y sociedad civil cobra un sesgo feminista hacia febrero de 1937 (La República, Año V, No. 1133, 10/febrero/1937; errores de numeración reproducen el original). A cinco días de anunciar el “fomento de la escuela rural”, el Ministerio de Relaciones Exteriores le transmite el “Mensaje a las Mujeres de América”, proveniente de la Liga Femenina de Confraternidad Universal (Argentina), a su correspondiente salvadoreña compuesta por “doña María de Guillén Rivas, doña María de Baratta y doña María Loucel”. La conformación de este grupo en San Salvador la certifica el “Señor Ministro Dr. Don Miguel Ángel Araujo”.

Cabe destacar la participación de Baratta en quien se conjuga el anhelo sufragista femenino con el rescate de la etno-musicología y del folclor nacional. Todas estas actividades las refrenda el propio Poder Ejecutivo, el cual por medio del Ministerio de Instrucción Pública impulsa “las labores de la Escuela Normal de Maestras República de España” (La República, Año V, No. 1242, 17/marzo/1937).

Durante la Gran Exposición Centroamericana que mezcla industria, artes y comercio (Guatemala, noviembre de 1937), el poeta Julio Enrique Ávila es el “enviado del gobierno” para presentar la cultura salvadoreña en todos sus ramos materiales y creativos. El Imparcial elogia la plástica indigenista de Pedro Ángel Espinoza, José Mejía Vides, Miguel Ortiz Villacorta y “los estilizados motivos mayas de gran valor decorativo” de Salarrué (La República, Año V, No. 1436, 26/noviembre/1937). La magna obra nacional se exhibe en “el rincón del arte en cuya “pared sur” ondean “en arco fraterno las banderas de Guatemala y El Salvador […] sobre los retratos de los presidentes general Jorge Ubico y general Maximiliano H. Martínez […] bordados en seda” (junto al Duce Mussolini).

A esta muestra pictórica oficial se agrega la “vida intelectual del vecino país” cuyas letras las auspician dos editoriales: “la Universidad y el Gobierno”. Ejemplos de literatura nacional “correctamente empastados” son “Francisco Gavidia […] Alberto Masferrer, Manuel Castro Ramírez, Salarrué, Max P. Brannon, Claudia Lars […] Hugo Lindo, Alfredo Espino, T. P. Mechín” (nótese presencia de escritores fallecidos, Masferrer y Espino, cuya obra el gobierno la vuelve oficial bajo auspicio favor de viuda y seguidores masferrerianos al igual que, quizás de Espino-padre y hermano, Miguel Ángel el segundo).

(Nota: como anécdota secundaria, la publicación más temprana que documenta el nombre literario del país —“el Pulgarcito de América”— data de la celebración de “la ilustre fecha de la Independencia Nacional, en la cual al general Martínez se le concede el título de "Benefactor de la Patria" (La República, Año V, No. 1379, 15/septiembre/1937). Una serie de “alocuciones pronunciadas en la radiodifusora nacional el 15 de septiembre de 1937, por las que se hace el elogio de Centroamérica” alaba a los países del istmo. El panegírico a El Salvador le corresponde a Julio Enrique Ávila cuyo discurso aparece publicado diez días después (La República, Año V, No. 1387, 25/septiembre/1937)).

1937-1939

En los años siguientes, se prosiguen contactos regulares —aún por documentar— durante varias conferencias indigenistas interamericanas: México (1937), Perú (1938) y Bolivia (1939). Estos encuentros políticos y profesionales culminan en Pátzcuaro, Michoacán, México, en abril de 1940. En ese año se promueve la fundación del Instituto Indigenista Interamericano (III) con sede en la capital mexicana.

(Nota: en anécdota sutil, el antropólogo salvadoreño Alejandro Dagoberto Marroquín, férreo oponente de Martínez, trabaja en el mismo instituto que la presidencia de su rival político toma iniciativa de fundar. Su esposa, Amparo Casamalhuapa forma parte de los grupos masferrerianos que defienden la presidencia del general Martínez hacia 1933 y durante su reelección en 1934, La República, Año I, No. 260, 14/octubre/1933. Además, la obra Panchimalco (1959) de Marroquín la ilustra el mismo pintos que desde 1933 apoya la política indigenista del martinato, José Mejía Vides. Las imágenes indigenistas que fundan el despegue pictórico nacional poseen tal flexibilidad que, dos décadas después, adornan posiciones de izquierda en pugna con su contexto original).

Ideario

A continuación, el breve comentario reseña el Informe referido al inicio y la participación salvadoreña en el Primer Congreso Interamericano de Indigenistas. Lo curioso de este documento soterrado es doble. Revela la existencia de relaciones estrechas entre Martínez y un gobierno revolucionario mexicano que implementa medidas reformistas radicales. Asimismo, descubre la acción política salvadoreña que los contemporáneos de Martínez califican de indigenismo, ramo que la historia actual le inculpa de reprimir.

Se trata de un capítulo olvidado de la historia diplomática y antropológica. Parecería que la antropología salvadoreña carece de la memoria histórica sobre su propio pasado institucional, aquel entramado social que permite el auge de la investigación científica. Por el martinato, el reconocimiento que la plástica indigenista obtiene en San José, Costa Rica (1935), la antropología lo logra en 1940 en México.

(Nota bibliográfica: las reacciones guatemaltecas y peruanas las recopilan las obras Orientación y recomendaciones del Primer Congreso Indigenista Interamericano de David Vela (Guatemala: Publicaciones del Comité Organizador, 1940/1959 begin_of_the_skype_highlighting   1940/1959 end_of_the_skype_highlighting) y La Cámara de Diputados del Perú y el Primer Congreso Indigenista Interamericano de José Ángel Escalante (Lima: Librería Gil, 1940: 23-24, “indios que constituyen el gran problema nacional en […] El Salvador”). Para las actas oficiales, véase: Acta final (Pátzcuaro: Congreso, 1940), Revista Educación (Vol. 1, No. 4, junio/1940) y Primer Congreso Indigenista (México, D. F.: Confederación de Trabajadores de América Latina, 1940). Por último, la versión estadounidense la recoge el libro Indians and the Land (Washington: S/n, 1940)).

II. La delegación salvadoreña

La delegación salvadoreña se compone de los miembros siguientes cuyos trabajos de investigación se enumeran a continuación. Además, participa el Dr. Héctor Escobar Serrano sin investigación citada (según el Acta final (1940: 9), ocupa el puesto de “vocal”):

“El trabajo intitulado “Hacia la reivindicación del indio cuscatleco”, por el profesor José Andrés Orantes, fue clasificado en la Sección Socio-Económica y aprobado con carácter de información (el prestigio intelectual de Orantes lo confirma Juan Felipe Toruño en el Ateneo de El Salvador y en la Universidad Nacional, véase: El sentido de vivir, San Salvador: S/Ed., 1941; prólogo de Toruño. Nótese el acuerdo entre los círculos intelectuales —Universidad, Ateneo— y el gobierno de Martínez hacia 1940-1941, es decir, a tres años de su declive). Según el Acta final (1940: 9-10), ocupa el puesto de “vice-presidente efectivo” y “relator” de la “sección biológica”. Su firma certifica la “declaración de los acuerdos del congreso” (Acta final, 1940: 56)

“Escarceos etnológicos indígenas como contribución al estudio autoctonista de América”, por el señor Tomás Fidias Jiménez, fue discutido también en la misma Sección Socio-Económica, y aprobado como una recomendación a los países de América.

El trabajo titulado “El pipil de los Itzalcos”, por el señor don Próspero Araúz, fue clasificado por la Sección de Iniciativas, como ilustrativo y fue archivado en dicha sección” (Informe, 1940: 66-67). Su nombre no aparece citado dentro de los “delegados oficiales” del país (Acta final, 1940: 1).

Únicamente el ensayo de Orantes lo reproduce la publicación del Informe. De los otros dos estudios sólo se anota la rúbrica inicial. La tesis más interesante de Orantes la anticipa el título mismo que augura una defensa del indígena salvadoreño. Prosiguiendo cifras estatales que aparecen en La República. Suplemento del Diario Oficial (diciembre/1935) el escrito de Orantes asegura que en El Salvador existe “el 20 % de campesinos indígenas” (Informe, 1940: 83). No sólo sorprende este reconocimiento de un vasto contingente de población indígena salvadoreña, aunado a la sinonimia indígena-campesino. Asombra la dimensión histórica que el delegado le concede a la cuestión demográfica.

Orantes asegura que el porcentaje de indígenas se mantiene constante en el curso de un siglo, de 1837-1937, y esta proporción relativa oculta un verdadero incremento poblacional. La población indígena se ha “cuadriplicado” durante cien años. Por dos publicaciones oficiales —La República (1935) e Informe (1940)— resulta posible afirmar que en cinco años de presidencia, el gobierno de Martínez testifica la existencia de una población indígena de un quinto de la salvadoreña total (para una opinión contraria, véase: “Antecedentes, 1936” que cita a Calderón).

La defensa del “indígena cuscatleco” la certifica “el vasto plan de Mejoramiento Social”, cuyo “reglamento para la adjudicación —por lotes— de terrenos de propiedad nacional” se compara al quehacer cardenista por los ejidos (Informe, 1940: 89 y 91). El reporte asevera que “de 1933 hasta 1939” se entrega un total de “45.193 Mz. (8.326 V2)” por un monto de “802.815,68 colones” (Informe, 1940: 89). Luego de exaltar la actividad laboral del “indio campesino salvadoreño”, Orantes reivindica los derechos “del trabajador indígena” como exigencia “en provecho de la economía nacional” (Informe, 1940: 88).

“Los intereses de las masas campesinas y obreras son también los vitales intereses del gran conglomerado indolatino” (nótese término indigenista en boga para designar a los habitantes actuales del continente latinoamericano). Al reseñar actividades generales del Congreso Indigenista, se descubrirá identidad de vocabulario social entre discurso oficial salvadoreño y revolucionario mexicano. Parecería que de Martínez a Cárdenas, la misma terminología recorta los anhelos por implementar un nuevo proyecto de nación.

Por último, los inicios del estudio gramatical de la lengua indígena más importante del país —el náhuat o pipil de la zona occidental— se desarrollan bajo la égida cultural del martinato. Dos de los delegados salvadoreños —Aráuz y Fidias Jiménez— escriben obras clásicas sobre ese idioma. Aun si trabajos contemporáneos (Campbell, The Pipil Language (1985: 943 y 948)) las juzgan científicamente deficientes —en relación a recopilaciones extranjeras como la de Leonhard Schultze-Jena (1935)— su carácter “especulativo” e “inexacto” califica la generalidad de la antropología de la época, influida por la teosofía. Ideas que la ciencia social juzgaría descabelladas en otros países —origen atlante y lemúrico de los indígenas— en El Salvador las defiende la Academia de Historia (véase: introducción a obra de Fidias Jiménez, Idioma Pipil ó Nahuat de Cuzcatlán (1937)) y se prolongan en Salarrué hasta 1974 como verdad en vigor (Catleya luna).

III. Contactos mexicanos y recomendaciones

Durante su estadía los tres integrantes de la delegación salvadoreña interactúan con reconocidas autoridades mexicanas en materia de antropología en sus más diversos ramos. Entre las personalidades notables que los salvadoreños encuentran destacan: Julio de la Fuente (antropólogo social reconocido por implementar una antropología aplicada al desarrollo comunal indígena), Manuel Gamio (reconocido por estudios interdisciplinarios en Teotihuacán), Paul Kirchoff (reconocido por forjar el término de Mesoamérica como región cultural unificada), Vicente Lombardo Toledano (reconocido etno-historiador), Moisés Sáenz (organizador del Congreso y promotor de la educación rural e indígena), Mauricio Swadesh (fundador del estudio sistemático de lenguas indígenas y de su promoción educativa) y José A. Vivó (reconocido por trabajo sobre migraciones náhuat a Centroamérica y colaboración con Pedro Geoffroy Rivas). La delegación salvadoreña también entabla contactos estrechos con comisiones indígenas, aun si no se hallan presentes representantes salvadoreños directos de esos grupos.

Esta interacción resulta inédita a nivel oficial, ya que sólo bajo la presidencia del general Martínez la antropología salvadoreña —en particular etnología, etnografía y lingüística, estudio del náhuat y de la comunidad aldeana— recibe apoyo financiero estatal para realizar trabajo de campo, publicar resultados científicos y diseminarlos en el extranjero. Posteriormente, casi todo financiamiento estatal decae y, en plena democracia, todavía no se recibe igual impulso; no se logra tal cohesión intelectual que durante el martinato. De forma oficial, existen intercambios entre proyectos de investigación y desarrollo en el país y sus correspondientes latinoamericanos —mexicanos revolucionarios— más destacados

Las ponencias mexicanas hacen recomendaciones que el Informe recolecta para transmitirlas a las instituciones gubernamentales correspondientes. Inicialmente, el propio presidente Cárdenas reclama la “emancipación del indio y […] del proletario”, en términos semejantes a los de “liberación” que utiliza La República desde el segundo semestre de 1934 (septiembre-diciembre/1934). Ese discurso emancipador justifica la campaña electoral, democrática de Martínez, apoyada por grupos teosóficos que lideran Salarrué y José Mejía Vides, así como favorecida por el indigenismo masferreriano de María de Baratta. Del discurso revolucionario mexicano al del martinato existiría una continuidad insospechada, salvo en el giro laico del primero y teosófico del segundo. Ambos se reúnen en el objetivo por “mexicanizar [salvadoreñizar] al indígena” (Informe, 1940: 10).

A la Junta de Mejoramiento Social se le sugiere promover vivienda, servicios médicos, estudiar medicina indígena y plantas medicinales. Asimismo, se le recomienda implementar “producción y distribución de alimentos”, al igual que “proteger las artes populares indígenas” e “industrias indígenas” por la “creación de organismos nacionales” con “autonomía” (Informe, 1940: 33). Esta misma Junta debería capacitarse en materia de “distribución de tierras”, “colectiva o individualmente […] a disposición de las poblaciones indígenas”, facilitar créditos y trabajos de irrigación (Informe, 1940: 41). Si falta efectividad de esos designios en el territorio nacional, no por ello, dichas disposiciones no se hallan en la mesa de debate durante el martinato.

A otros institutos gubernamentales se les aconseja mejorar la educación infantil indígena, “uniformizar” alfabetos y transcripción de lenguas, así como promover la extensión del vocabulario a partir de sus propias “estructuras gramaticales” flexibles (Informe, 1940: 44). Esta ratificación de los idiomas se acompañaría de un “fomento [de] la música, las danzas y el teatro autóctonos” (Informe, 1940: 53). En materia jurídica, debería asegurarse que se “protegería el trabajo de los indígenas”, al equiparar oportunidades, labor y pago masculino y femenino, así como al “declarar libres de todo adeudo a los trabajadores indígenas”, colonos de haciendas (Informe, 1940: 58).

IV. Conclusión

El Informe les transmite al presidente Martínez mismo, a varios Ministerios y organismos estatales medidas que el indigenismo interamericano bajo liderazgo de Cárdenas debería aplicar en El Salvador. Lo interesante del caso no reside en el éxito o fracaso de esos requerimientos. Lo inédito de la situación consiste en que el martinato abre las puertas a una discusión indigenista sin precedente en el pasado y de mucha actualidad, a saber: derecho indígena a tierras ancestrales (la falta de aplicación de muchas recomendaciones, a nivel continental, más que salvadoreño, la reseña Juan Comas en La antropología social aplicada en México, México: III, 1964: 48).

¿Existen otros gobiernos militares o democráticos que, desde perspectivas indigenistas, interroguen el problema agrario de manera global desde la tierra, a la educación, medicina, uso de lenguas vernáculas, folclor, promoción de las artes populares y académicas? De existir, a imagen del martinato, ese cuestionamiento los conduciría a impulsar una agenda masferreriana (pensión a la señora Rosario viuda de Masferrer (esposa del oponente político y enemigo acérrimo) y “Grupo Masferrer”, vivienda popular en nombre del maestro, terrenos, escuela rural…), artes (Cáceres Madrid, Espinoza, Mejía Vides, Ortiz Villacorta…), folclor (Baratta), literatura (Salarrué…), antropología (Aráuz, Fidias Jiménez…), financiamiento para contactos internacionales de artistas e intelectuales, hasta culminar en la fundación de un organismo continental: el Instituto Indigenista Interamericano en el cual trabajan antropólogos, como A. D. Marroquín, quienes se oponen a uno de sus promotores originales (véase: Comas, 1964: 48-50).

Si del legado del martinato la actualidad retoma ciertos rubros selectos (herencia masferreriana, artes, literatura…) —se olvida de su enlace con la antropología, teosofía y política— esta escisión oculta el compromiso primigenio que alimenta esa creatividad como proyecto integral de nación. Ante la magnitud del despliegue del martinato, la democracia en vigor no ofrece alternativas culturales que la reemplacen. Sólo se permite el olvido de la política y la celebración del arte. Exime a los clásicos de toda culpa de colaboración oficial con un régimen que impugna para conmemorar su herencia artística indigenista. Ante la carencia de una historia de las políticas culturales en El Salvador, falta también establecer una política cultural que promueva un ámbito artístico y científico total en la sociedad salvadoreña del siglo XXI.

Tal es la trascendencia del Congreso Indigenista de Pátzcuaro. Sus principales afirmaciones fueron las siguientes: I.— Luchar contra los efecto perniciosos del latifundio y de la concentración de la tierra. II.— Dotar a los núcleos indígenas de tierras, aguas, créditos y dirección técnica. III.— Respetar la integridad social y cultural de los núcleos indígenas. IV.— Emplear las lenguas autóctonas para transmitir mediante ellas, la cultura universal a los indígenas. V.— Aceptar a los indígenas en la vida de América, no como hombres vencidos, ni como menores sujetos a tutela, sino como una fuerza humana que ha de contribuir al enriquecimiento de la cultura de cada país, al de la cultura americana, y al de la cultura universal.

Primer Congreso Indigenista Interamericano, México, D. F.: Confederación de Trabajadores de América Latina, 1940: 4.

Rafael Lara-Martínez, Tecnológico de Nuevo México. Del equipo ContraPunto.

Política de la cultura. Martínez y el indigenismo

1 comentario:

  1. Ana Cecilia Rodezno Avilés19 de julio de 2012, 17:51

    En el caso de El Salvador, no tenemos diversidad de etnia, hacia donde deberíamos dirigir nuestro enfoque? Hacia el campesino de la tierra, incentivar la agricultura? Aquí creo que nos toca a todos parejo, hemos de encontrar ese balance partiendo del momento presente, necesitamos saber ubicarnos.Hay tanta tela para cortar en este tema, pero gracias por su artículo nos hace reflexionar. Necesitamos conocer un poco más de nosotros mismos para saber hacia donde vamos.

    ResponderEliminar

Comentarios que incluyan ofensas o amenazas no se publicaran.