Las mordazas no se aplican sólo a lo noticioso y a lo que se piensa, sino a toda expresión de personas y grupos, desde marchas hasta esculturas, novelas, composiciones musicales
Jueves 3 de Septiembre. Tomado de El Diario de Hoy.
La dictadura venezolana, uno de los más repugnantes episodios de la historia hispanoamericana, cerró más de treinta radiodifusoras acusándolas de propagar "mentiras" y violar la ley. La mayor parte de las estaciones tenía décadas de operar gracias a la credibilidad que ganó con el tiempo, derivada de su servicio a las comunidades.
Chávez ha venido silenciando toda voz disidente, bombardeando a los venezolanos con sus interminables peroratas en las horas cuando las familias están juntas y quieren descansar y entretenerse. Las frecuencias de las estaciones cerradas serán utilizadas por radios comunitarias que, allá como aquí, son emisoras de pobre calidad que desinforman y confunden.
No hay un caso de un régimen de fuerza, totalitario, que tolere medios independientes. Acabar con toda voz y escrito que no se acople a la propaganda oficial, es siempre una de las prioridades de las dictaduras. En Cuba no existe publicación o emisora que no sea controlada por el castrismo, pésimos diarios y emisoras que apenas informan y cuyos espacios y tiempos son ocupados en glorificar al dictador. Y hacia lo mismo marcha Venezuela.
Las mordazas no se aplican sólo a lo noticioso y a lo que se piensa, sino a toda expresión de personas y grupos, desde marchas hasta esculturas, novelas, composiciones musicales y proyectos arquitectónicos. No es casualidad que tanto los nacionalsocialistas como los comunistas persiguieron a pintores, compositores y artistas que no se plegaban a las directrices fijadas por cada régimen. Picasso, que militaba en el partido comunista francés, se burlaba del arte oficial soviético, "retratos de mariscales cargados de medallas" y escenas glorificando "el trabajo del pueblo". Shostakovich compuso varios de sus poemas sinfónicos como supuestos himnos a la lucha contra el fascismo.
Todo es desierto bajo el totalitarismo
El caso del pintor alemán-danés Emil Nolde ilustra los extremos de intolerancia a los que son capaces de llegar los despotismos. Nolde, uno de los más importantes pintores expresionistas –-se presentan las vivencias del artista al espectador— fue calificado como degenerado y se le prohibió pintar. Esto forzó a Nolde a refugiarse en una remota aldea donde pintó, en sus años de catacumbas, más de mil trescientas acuarelas las que, en un principio, serían estudios para pinturas al óleo. Las acuarelas, como sus obras mayores, son una de las glorias de la pintura contemporánea, extraordinarias composiciones de color.
La suerte de Nolde la corrieron casi todos los artistas europeos de esa época. Las pinturas de Max Beckman, que en lo personal encontramos fascinantes, se vuelven sombrías en esos años bajo el nazismo; Marc Chagall tuvo que escapar de Alemania para que no lo enviaran a un campo de concentración.
Los totalitarios persiguen y exterminan por concebir al arte y la cultura como una manifestación del intelecto que no admite variantes y puede, por tanto, ser definida y reglamentada. Es válido el arte oficial, la cultura oficial, la versión oficial de la historia o la literatura. Lo que difiere no tiene cabida y está sujeto a ser descartado. El hombre culto y educado es el hombre producto de la maquinaria oficial.
No se ha llegado a eso en Venezuela pero en la medida en que van desapareciendo voces, también se marchita la creatividad. El imperio soviético fue prácticamente estéril en lo literario, lo artístico, lo arquitectónico con raras excepciones (Yevtushenko, Pasternak y Shostakovich).
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