Escrito por Álvaro Rivera Larios.Septiembre de 2009. Tomado de El Faro.
Ya que los intelectuales son necesarios tanto para la reproducción del orden establecido como para su cuestionamiento, resulta obvio que pueden asumir tareas gestoras y de legitimación o funciones críticas. Dicho de forma gruesa, los intelectuales pueden asumir esos dos papeles (legitimadores o críticos) aunque su trayectoria moderna destaque más su rol revolucionario.
Los trazos gruesos, sin embargo, dan pie a esquemas mentales engañosos. Como la historia demuestra, algunos intelectuales críticos al llegar al poder se convirtieron en gestores y legitimadores del nuevo orden y por esa vía promovieron políticas culturales que cerraban el paso a toda crítica (el ejemplo del estalinismo es sangrante: miles de pensadores y escritores fueron exterminados para segar cualquier posibilidad de pensamiento discrepante). Por otro lado, los intelectuales conservadores más brillantes en algún momento ejercieron la crítica lúcida de la crítica revolucionaria. Este baile, por lo tanto, es complejo.
Y su complejidad nos obliga a bajar a tierra. A pesar de la crisis que atraviesa la gran ideología revolucionaria del siglo XX, el marxismo, resulta obvio que tienen vigencia algunos aspectos de su crítica al capitalismo y a las democracias liberales. Pero la continuidad y alcance de su juicio han de pasar por una crítica profunda de la larga experiencia de los socialismos reales.
¿Las serias limitaciones de la democracia liberal justificarían el retorno a un régimen político monopartidista? Si se niega esa posibilidad ¿cuál es la naturaleza del proyecto político de la nueva izquierda? Si se niega cualquier posibilidad de retorno al monopartidismo ¿Cómo afecta dicha decisión al trato que tiene la izquierda con lo mejor del pensamiento político liberal? Si ya nadie es partidario de un leninismo ingenuo (es imposible ser un leninista ingenuo) ¿Cuál es ahora el pensamiento político marxista y cómo se asumen en él los grandes y estratégicos errores del socialismo real? Qué se aprendió, pues.
El carácter crítico del marxismo ha de jugarse la cara ante su propio espejo, no tiene más remedio que hacer la crítica de aquellos planteamientos suyos que la misma experiencia histórica ha demostrado que son fallidos. No se puede ser crítico con un montón de creencias polvosas en la mente.
Si Marx hubiera sido dogmático no habría abandonado jamás el horizonte de la filosofía hegeliana, el marco moral del socialismo romántico y los esquemas de la economía política clásica. Porque traicionó creativamente ese lecho de ideas, el filósofo alemán pudo hacer sus propias contribuciones. Marx fue un heterodoxo y por eso resulta extraño que algunos amantes de la dialéctica y de los procesos históricos lo quieran convertir en un santón inmóvil.
Lo real como problema le interesaba, como militante político y como teórico buscó salidas creativas y radicales para los problemas de su tiempo. Me interesa subrayar que su crítica no se agotaba en la condena, era acción, pero también comprensión creativa y trascendente. No se puede ser un intelectual crítico, si no se busca una comprensión creativa de los problemas concretos. Los críticos dogmáticos a la larga son como la otra cara de los conservadores, ambos quieren detener el tiempo.
Existen en nuestro medio “intelectuales” para los cuales la experiencia de la izquierda salvadoreña en los últimos cuarenta años no ha dejado secuela ni escuela y por eso se perciben en sus teorías las inercias rancias de un tiempo que se detuvo en los años setenta del siglo pasado. El suyo es un marxismo platónico, un marxismo que está fuera de la historia cruda de los años recientes, un marxismo que se solaza en su vieja retórica y que no es capaz de enfrentarse creativamente a la naturaleza de las encrucijadas a las que nos enfrentamos actualmente. Quiere salvarse en la permanencia de su viejo discurso, pero no quiere hacerse cargo de los efectos teóricos que la historia viva debería de tener en los viejos y heroicos conceptos. Como en tantas otras ocasiones de nuestra historia, es un marxismo que se enfrenta a la complejidad política del presente con una percepción rudimentaria, con un mesianismo que a estas alturas produce rubor.
Nadie que se precie de intelectual crítico puede dejar de ser al mismo tiempo un intelectual creativo tanto en la forma en que se enfrenta a los problemas como en la forma en que los teoriza. Un reproductor de tópicos, más que intelectual, es un propagandista. A la faceta creativa debe acompañarla un sentido de la responsabilidad: a quienes pretenden ejercer un liderazgo dentro de la opinión pública, a quienes desean persuadirla para que vaya en cierta dirección, lo menos que podemos exigirles es rigor reflexivo y una profunda responsabilidad a la hora de verter opiniones que afectarán la mente y la conducta de otras personas.
Esa responsabilidad exige, por lo tanto, una interpretación seria y profunda del presente y sus dilemas políticos. Si se quiere ser un intelectual crítico hay que bajar del terreno de las apreciaciones abstractas para ubicar acciones y procedimientos en los escenarios reales y complejos del momento actual. Ese horizonte de posibilidades reales no nace de nuestra de mente ni está a merced de nuestra voluntad, se nos impone como una dimensión objetiva que delimita las posibles vías para transformarla.
El optimista que se niega a ver lo que hay, y cuya única respuesta es un acto ciego de pureza y voluntarismo, puede convertirse en un pirómano que destruye las posibilidades de transformación realmente existentes. El optimista mesiánico que se niega al escrutinio teórico de lo concreto, acaba convirtiendo la teoría en un recetario de lugares comunes sin contacto con los pliegues sutiles de la cambiante realidad. Y digo algo más, por aquellos imprescindibles “radicales” (sin ellos, ningún cambio llegará) que buscan empleo en el actual gobierno, por aquellos radicales “independientes” que se han convertido en un simple grupo de presión, las teorías hay que manejarlas con honestidad intelectual, no hay que graduar su lente para justificar fines particulares.
Alguno dirá que, por hacer estas reflexiones, ya me convertí en un intelectual orgánico de la burguesía financiera, etcétera, etcétera. Alguno decidirá que, por hacer estas reflexiones, deberá retirarme el saludo. Somos tan previsibles y al mismo tiempo tan correosos.
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