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2010/08/24

LPG-¿Y cuándo se sentarán de veras a impulsar estrategias de país?

 ¿Qué argumento válido puede haber para no entenderse, cuando sólo haciéndolo es factible entrar en los carriles de las verdaderas soluciones? Es como negarse a ver la luz cuando se tiene al sol enfrente.

Escrito por Editorial. 24 de Agosto. Tomado de la Prensa Gráfica.

 

Es evidente, más allá de toda duda posible, que las grandes políticas nacionales tienen que sostenerse en un acuerdo justamente político entre todas las fuerzas partidarias del país, que cuente desde luego con el apoyo de todas las otras fuerzas. Es natural que entendimientos de tal dimensión y proyección requieran un trabajo muy intenso y delicado, para el cual no bastan las convocatorias ocasionales ni los acuerdos de coyuntura, que además, como está visto, nunca tienen bases sólidas y confiables.

Es casi incomprensible que, dada la magnitud y la complejidad de la problemática que nos golpea desde distintos ángulos de la realidad, no haya sido posible hasta la fecha entrar en una dinámica de acuerdos que responda a los desafíos presentes. Eludir esa responsabilidad histórica es atentatorio no sólo contra la racionalidad básica del proceso, sino contra el interés nacional en su sentido más evidente. ¿Qué argumento válido puede haber para no entenderse, cuando sólo haciéndolo es factible entrar en los carriles de las verdaderas soluciones? Es como negarse a ver la luz cuando se tiene al sol enfrente.

Es inevitable que los actores políticos tengan siempre sobre la mesa de sus preocupaciones más sentidas los desafíos electorales próximos, pues de los resultados de ellos depende su suerte en el futuro, tanto inmediato como de más largo alcance; sin embargo, los partidos y sus liderazgos, así como el Gobierno, están en el deber, cada vez más imperioso, de distinguir entre su propia suerte y las responsabilidades que asumen dentro de sus respectivas funciones y tareas. Éstas son la verdadera razón de ser de todos los que aspiran a la representación o que ya la ejercen, y recordárselo a cada paso es derecho y deber ciudadanos.

Cultura de corresponsabilidad

En nuestro país ha sido siempre muy frágil y volátil la cultura de responsabilidad, específicamente en los ámbitos públicos; de ahí que lo sea aún más eso que podríamos llamar cultura de la corresponsabilidad, es decir, el reconocimiento de que la agenda nacional no es, ni mucho menos, patrimonio exclusivo de los que eventualmente tienen la sartén por el mango. Todos, en definitiva, tanto los que están en la oposición como los que están en el Gobierno –en ambos casos, por contingencias cambiantes– son responsables de que el proceso nacional marche bien: y en ese “todos” se incluye, desde luego, el sujeto principal en la democracia, que es la ciudadanía misma.

Entre las múltiples virtudes de la democracia, hay una esencial: la relatividad del poder, que es la que más les cuesta reconocer y aceptar a los políticos, que quisieran seguir rigiéndose por las viejas imágenes autoritarias. En la democracia, ni el que gana recibe todo el poder ni el que pierde se queda al margen del poder. Unos y otros tienen su respectiva cuota y su respectiva responsabilidad, y ésta reclama, respecto de cada quien, las actitudes, los esfuerzos y los compromisos correspondientes.

En este momento tan peculiar de la evolución democrática nacional, que caracterizamos como primera experiencia de alternancia política, el imperativo de avanzar hacia el área de los entendimientos de fondo entre diferentes y contrarios se vuelve de veras apremiante. Hay que pasar de las gesticulaciones oportunistas a los gestos realistas. Si eso se da, veremos cómo muchos de los quebrantos que nos rodean empiezan a disolverse.

¿Y cuándo se sentarán de veras a impulsar estrategias de país?

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