Muchas veces he escuchado la aseveración de que en el país existe una incipiente democracia o sea la aceptación de que estamos en una etapa inicial de injerencia ciudadana en el gobierno o que somos una nación en principio gobernada con el predominio del pueblo.
Escrito por Rafael Rodríguez Loucel.26 de Agosto. Tomado de La Prensa Gráfica.
Mi opinión es que el pueblo supuestamente gobierna a través de su derecho de elegir a sus representantes con el sufragio, pero no logra concretar esa oportunidad de incidir, por cuanto el sistema vigente solo le confiere la oportunidad de votar por un partido, cuyos dirigentes son los que en definitiva deciden a priori quiénes tendrán la posibilidad de gobernar.
Por otra parte, cuando pareciera que las sociedades pierden confianzas en sí mismas y se sienten incapaces de sobrevivir, surgen iniciativas que hacen renacer las esperanzas que una potencial democracia no muera para siempre; a manera de ejemplo, en El Salvador magistrados lanzaron la iniciativa de las candidaturas independientes en la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema y de inmediato el accionar reactivo se hizo sentir con una reforma constitucional en marcha y señalamientos posteriores de riesgos de esa iniciativa. Incluso expertos en materia jurídica y diputados afectados con esa iniciativa argumentan que esta afecta el artículo 85 de la Constitución y algunos analistas proponen la alternativa de una revisión del sistema de partidos políticos, por ser este el que supuestamente lleva implícito un medio ordenado y legal de la competitividad política.
Los sistemas conllevan una estructura y una forma de operar efectiva y eficaz. De esa manera son concebidos en todos los campos y disciplinas, para que funcionen a la perfección, desafortunadamente quienes los operan distorsionan sus objetivos y mecanismos. El ser humano es el que hace que falle lo que fue concebido con sanas y buenas intenciones, la historia registra miles de ejemplos. Los esquemas son más proclives a un mal funcionamiento en sociedades en las cuales “la epidemia de la corrupción” las ha contagiado y la aplicación de un supuesto buen modelo se desarrolla cargado de imperfecciones sobre todo en una nación apática, alérgica a las obligaciones e identificada por su conformismo e impotente para concebir exigencias reivindicativas.
En lo particular, haciendo abstracción de los criterios jurídicos, me agrada la idea, a pesar de los riesgos de infiltraciones de personas no gratas por sus antecedentes que se afirma conlleva la iniciativa, me entusiasma el exterminio de una “partidocracia” que facilita un esquema nefasto de fósiles, dirigencias partidarias vitalicias, “partidos-partidos” sin el consentimiento y la preferencia original del votante, independencias de diputados caprichosas internas obviando esas candidaturas previas de que se habla, convirtiendo la política y un poder gubernamental en un negocio y una evidencia de absoluto irrespeto a la ciudadanía.
La autorización de la Sala de lo Constitucional pareciera tener también un pecado implícito, el atentar contra la institucionalidad, que es otra de las epidemias que padece este país. A pesar de parecer dubitativo, la ilusión de corregir un esquema distorsionado en extremo y de poder votar con ilusión y entusiasmo ciudadano me atrae y la ansiedad de contar con una capaz y proba representatividad con mi voto me apasiona. Y es que con el pasar de lo años me he percatado de que la involución es la tónica y se vuelve una fuerza nefasta que nos empuja a la aldea y nos aleja de una auténtica sociedad en progreso, descartando en una forma más ostensible la ilusión de una perspectiva evolutiva de reformas estructurales e integrales naturales de un país “en proceso de desarrollo”, y el joven iluso y prudente se convierte en un viejo incrédulo y revolucionario.
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