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2010/08/09

LPG-Tener presentes las claves democráticas

 El aprendizaje democrático, como cualquier otro, tiene sus formas y sus contenidos. Es una especie de carrera mayor, que las sociedades deben ir cursando satisfactoriamente para lograr una verdadera modernización de la vida social y política. Tal dinámica pedagógica se da por etapas, y al final siempre queda abierta, porque una democracia en funciones jamás termina de desarrollarse y perfeccionarse. Es, pues, como estar en una escuela permanente, con todos los requisitos y elaboraciones que ello implica. Los salvadoreños nos matriculamos en esa escuela allá a comienzos de los años ochenta del pasado siglo, y en 1992 obtuvimos la licencia para pasar a la formación superior, en la que ahora avanzamos. Esta etapa superior, por su propia naturaleza, es cada vez más exigente, como se va viendo a diario en lo que pasa.

Escrito por David Escobar Galindo.09 de Agosto. Tomado de La Prensa Gráfica. 

En el aprendizaje se hace necesario entrenarse en la asimilación y puesta en práctica de lo que llamamos claves democráticas, que son principalmente tres: relatividad, interactividad y corresponsabilidad. Se trata de conceptos básicos, que no están escritos en ninguna carta de principios ni señalados como tales en ningún texto constitucional: son parte integradora de la democracia como experiencia de vida, y por lo mismo deben vivirse en la cotidianidad de los hechos, de una manera espontánea y natural. Lo primero que se necesita, desde luego, es tener noción clara de que estas claves existen, y de que no son opcionales sino vitales para desenvolver el proceso de una manera saludable y consistente. Dicha noción tiene que llegar a ser compartida por todos los actores del drama político y social.

La relatividad democrática significa que, en la práctica de este régimen, nadie lo gana todo ni nadie lo pierde todo, pues lo que hay es un ir y venir entre el “ganar” y el “perder”, que, democráticamente hablando, nunca son categorías absolutizables. El que gana una elección lo que obtiene es una cuota de poder unida a su correspondiente cuota de responsabilidad. Ganar, en la democracia, no es un premio, sino un encargo; y perder no es un castigo, sino una advertencia. La relatividad, aquí y en todo, hay que aprenderla, pues la naturaleza humana se inclina irresistiblemente hacia lo absoluto, sobre todo en lo todo lo referente al poder y sus múltiples fantasías y fantasmagorías. En esto la democracia reproduce el esquema básico de la vida: todo es cambiante y pasajero, y lo que hay que hacer es ordenar ese dinamismo.

La interactividad democrática es producto directo de la competitividad inherente a la democracia. Las fuerzas políticas, económicas y sociales están compitiendo constantemente, y eso, lejos de ser conflictivo, resulta estabilizador. Es lo que resulta incomprensible para aquellos que postulan la “lucha de clases” como una especie de fatalidad histórica, a la que además ciertas doctrinas le dan un cariz heroico. La democracia es lucha pero en un sentido muy diferente: es lucha para colaborar, no lucha para eliminar. En nuestro país, dada la persistente tradición antidemocrática, decidirse a la interactividad y a la consecuente interacción se les hace a las fuerzas políticas cuesta arriba, pero es lo que la realidad imperativamente les demanda. No pueden escapar de ello, y hay señales de que van teniendo que aceptarlo. Ojalá que esas señales cuajen y prosperen.

De la relatividad y de la interactividad viene por consecuencia directa la corresponsabilidad. Es decir, el que nadie pueda ser ajeno a lo que pasa, o desentenderse de ello sin pagar las consecuencias. En las Administraciones democráticas, tanto el Gobierno como la oposición tienen tarea asignada, y ni el Gobierno puede erigirse en rector de la realidad ni la oposición puede atrincherarse rodeada de alambradas. La función es siempre compartida, más allá de las simpatías o antipatías imperantes. El juego inteligente y eficaz de las claves democráticas es lo que le da base segura a la gobernabilidad. Ésta, pues, no puede sostenerse en pilares ocasionales: necesita una estructura que se reproduce constantemente en sí misma. A partir de ahí es que se levantan todas las construcciones de la sociedad pacíficamente organizada.

Es muy importante hacer conciencia de la necesidad de reconocer la democracia como lo que realmente es: una práctica de vida que exige un cotidiano compromiso con sus claves y valores propios. En ambientes como el nuestro, donde la democracia llegó por necesidad mucho más que por convicción, afianzar la conciencia antes señalada se vuelve, para la salud democrática, cuestión aún más decisiva. No es admisible ningún descuido histórico al respecto, so pena de vivir en el peligro constante de desintegración política y social. En nuestro caso, afortunadamente la democracia fue lacrada con el sello de la solución política de la guerra; pero no hay que atenerse a ello. La democracia, como las cosas más valiosas de la vida, hay que cuidarla y sustentarla a diario. Esa es la mayor responsabilidad de todos.

Tener presentes las claves democráticas

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