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2010/08/09

LPG-El Ejército en las fronteras

 Como sucede con muchos fenómenos de la vida, estos tienen dos caras. Y la cara positiva de la supervisión fronteriza del ejército también tiene su lado negativo.

Escrito por Roberto Rubio-Fabián.09 de Agosto. Tomado de La Prensa Gráfica. 

Dentro del marco de la participación del ejército en el combate a la grave situación de inseguridad ciudadana que vive el país, este ha asumido tareas de vigilancia y control de los “puntos ciegos” que circundan nuestro territorio, es decir, de esos numerosos y variados pasos fronterizos y/o caminos vecinales que existen entre nuestro país con Guatemala y Honduras.

Lo bueno de esa presencia del ejército es que contribuye a una disminución del flujo de los distintos ilícitos que cruzan las fronteras: tráfico de emigrantes ilegales, “trata de blancas”, prófugos de la justicia, comercio de infantes, tráfico de drogas, armas y vehículos robados, etc. Es más, parece que ello ya está dando sus frutos en términos fiscales, pues está reduciendo el contrabando de ciertos bienes: hace poco el Ministro de Hacienda hacía mención a la reducción del importante contrabando de lácteos que ocurre en esos puntos ciegos de nuestras fronteras. Esa tarea asignada al ejército es conveniente y necesaria en estos difíciles momentos, y hay que felicitar a la Fuerza Armada al respecto.

Sin embargo, como sucede con muchos fenómenos de la vida, estos tienen dos caras. Y la cara positiva de la supervisión fronteriza del ejército también tiene su lado negativo.

Hace dos semanas atrás tuve la visita de una delegación de alcaldes pertenecientes a municipios salvadoreños fronterizos que conforman, junto a municipalidades hondureñas y guatemaltecas, la Mancomunidad Trinacional Fronteriza Río Lempa. Ellos me expusieron sus preocupaciones respecto a los problemas que la presencia del ejército está causando en la economía local, así como en ciertas dinámicas sociales de las comunidades fronterizas... y me hicieron ver la otra cara de la moneda.

Resulta que muchos habitantes de esos pobres municipios fronterizos han venido históricamente desarrollando distintas actividades socioeconómicas con sus comunidades vecinas de Honduras o Guatemala. Muchos de ellos tienen parientes justo al otro lado de la frontera, y van a pie a visitarlos de vez en cuando sin pasaporte en mano. Otros han comprado una parcelita o tienen un trabajo en Honduras o Guatemala y van en la mañana a trabajar en ella y regresan por la tarde. Algunas mujeres van a moler su maíz al molino que queda a un par de cuadras o kilómetros de la frontera, y regresan con su masa para echar las tortillas. Mientras que del otro lado de la frontera, al occidente, muchos padres de familia hondureños, desde hace varios años vienen al lado salvadoreño en busca de acceso a hospitales o unidades de salud, sea por razones de costo o distancia (para algunas comunidades hondureñas San Pedro Sula les queda a más de 200 km, mientras San Salvador a solo unos 90 o 100 km).

La falta de conocimiento del medio y la falta de preparación en labores de registro y control fronterizo por parte de elementos del ejército están afectando algunos de esos históricos lazos y procesos socioeconómicos de frontera. Se dan situaciones donde soldados meten el dedo en el recipiente de café que lleva o trae el jornalero que diariamente cruza la frontera; o en su registro vierten y ensucian el maíz o masa que portan las mujeres que van o vienen del molino; los parientes fronterizos de escasos recursos no pueden intercambiar visitas sin un pasaporte que no pueden pagar; se dan algunos casos donde madres hondureñas que han venido a tratar a sus hijos a hospitales o unidades de salud salvadoreños no pudieron sacar a sus hijos del país pues no portaban pasaporte, y ahora deambulan en tierra extraña y sin dinero.

Muchos dirán que son pocos los casos y/o que son aislados, y que no hay comparación con los beneficios que puede traer la presencia del ejército en la frontera. Por lo que me expresaban los alcaldes de una sola zona de frontera, no parecen ser ni pocos ni aislados. En todo caso, si acaso lo fueran, hay un drama humano que no puede ser soslayado y amerita tratamiento. Amén de los problemas que se están ocasionando a las paupérrimas economías locales.

No cabe duda que por nuestras fronteras transitan y transan contrabandeantes, maleantes y narcotraficantes, y que se requiere mayor y mejor control fronterizo. Pero también es cierto que dentro del circuito de las economías locales transfronterizas hay un intenso e histórico tránsito vecinal y comunitario que debe tener un tratamiento diferenciado, y que no tiene por qué pagar los costos del combate a los malhechores. Ojalá se traten de tomar medidas pertinentes para ello. Ojalá puedan ser escuchados los alcaldes de los distintos municipios fronterizos, y ser tomadas en cuenta sus ingeniosas recomendaciones para darle salida a la problemática suscitada.

El Ejército en las fronteras

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