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2010/08/25

Co Latino-Ciencias sociales y crisis social (1) | 25 de Agosto de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

 René Martínez Pineda.26 de Agosto.Tomado de Diario Co Latino.
(Coordinador General del M-PROUES) *

Como país, estamos inmersos desde hace unas siete décadas –al menos- en una crisis social
que, por su necedad y formas, luce irremediable. Lo anterior, obliga a hacer conjeturas sobre las estrategias de solución a dicha crisis y sus autores intelectuales (abogados, políticos y militares) y sobre la ausencia de las ciencias sociales en el púlpito de las propuestas, por lo que se vuelve necesario hacer un análisis de tales ciencias, o sea convertir en objeto de estudio a quienes hacen de la crisis social su objeto de estudio.
De entrada, podemos afirmar que las ciencias sociales –la cenicienta de la academia; las parientes locas de la política; las arrimadas de las políticas públicas- redactaron los considerandos de sus estatutos –para ingresar al “club de ciencias”- a mediados del siglo XVI, y de forma más o menos definitiva se estructuran de mediados del siglo XVIII a finales del XIX. Durante esa fase de gestación, trataron de explicar la realidad social como un saber profano, histórico y metódico, separándose de las ciencias naturales –de leyes rígidas– y sorteando los vacíos y limitaciones propiciadas por la imposibilidad de reducir los fenómenos sociales a un número y de experimentar con lo social.
El ascenso y primer prestigio de estas ciencias, supuso un complejo proceso que se apoyó en tres líneas epistemológicas: a) la adopción de los modelos newtoniano y cartesiano (que posibilitaron el avance en las ciencias naturales) sobre todo en su concepción del tiempo; b) la aceptación de que toda ciencia debe ser capaz de descubrir leyes naturales y universales que rigen el destino humano; y c) la creencia de que lo social se conoce a partir de lo social del conocimiento. Paralelamente, las ciencias sociales adoptaron el supuesto científico -poco visto entonces- de que existe una ley del progreso constante e indefinido que, sin cuestionar al orden vigente, se da gracias al avance tecnológico que hace posible el bienestar y seguridad futura de la sociedad, haciendo referencia a la necesaria eternización del capitalismo.
Sin embargo, el problema real se basaba no sólo en conocer la naturaleza -que las ciencias naturales parecían tener bajo su control en el siglo XVII- sino, y ante todo, en definir quién controlaría el conocimiento social para comandar y organizar la sociedad (orden y progreso) en sus dimensiones: económica, social, política y cultural. En ese momento de cambios constantes en la sociedad -como de búsquedas teóricas- se consolidó el mundo universitario a fines del siglo XVIII, debido a la necesidad de las potencias europeas de contar con entes administrativos profesionalizados, disciplinados y con conocimientos superiores en tecnología que, en el marco normativo del capital, las ayudasen a implementar políticas de Estado para competir con sus rivales y así asegurarse el control del poder mundial.
En ese contexto, se concibió la necesidad de disciplinar la mano de obra y cosificar la labor intelectual en las universidades periféricas, lo que resultó ser algo así como una especial división internacional del saber científico: universidades de la periferia encargadas de formar mano de obra y repetir el conocimiento dado y tutelado desde las sociedades industrializadas, que contaban con la universidad que producía cerebros y ciencia. Esa idea o imposición sigue vigente –readecuada- en la actualidad, pues, muchas universidades privadas y públicas conciben de forma cosificada la labor intelectual y la científica.
Esta nueva universidad -cuyo modelo inicial y más completo fue el alemán- parió los modernos paradigmas del conocimiento occidental, el que se caracterizó por su disciplinariedad y profesionalización, tanto para crear nuevo conocimiento, como para capacitar a los nuevos productores del saber (el doctor). Se buscaba no sólo teorizar, sino, también, alcanzar una mayor producción en las nuevas industrias. Así, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, los saberes se encasillaron en tres rubros epistemológicos: por acá, las ciencias naturales (matemática, química, física, biología); por allá, las humanidades (filosofía, literatura, escultura, pintura, música) y en un “en medio” asexuado, las ciencias sociales (historia, economía, sociología, política y antropología) y, desde entonces, les ha resultado casi imposible salir de esa casilla.
La primera disciplina social que alcanzó una existencia institucional autónoma fue la historia, impulsada por los imperios occidentales para consolidar su coherencia social, justificar reformismos mercantilistas o engordar ideologías dubitativas (identidad, creencias, fronteras, mercados). A partir del siglo XIX surge la economía, la cual adquiere su carta de ciudadanía a mediados de siglo, orientándose a demostrar cómo el comportamiento económico se rige y equilibra por la escasez y por la ley del laissez faire. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, se establece en las universidades la sociología, planteada al principio –desconociendo a Marx- como una ciencia social integradora y unificadora cuya intención era interpretar la acción social.
La política surge más tarde como disciplina de las ciencias sociales, debido a la resistencia confrontadora mostrada por las facultades de derecho a no dejarse robar un campo que creían propio, y obtiene su autonomía sólo después de 1945, cuando la problemática del poder fue evidentemente mundial. Por su lado, la antropología -que en sus inicios se preocupó por justificar la objetividad y neutralidad científica del observador- dedicó gran parte de su desarrollo a observar y describir, desde la subjetividad y cotidianidad, grupos étnicos particulares.
Pero, al no saber dónde encasillar las áreas del saber que iban surgiendo constantemente, se empezó  hablar de “estudios particulares”, siendo el más relevante en su momento los llamados “estudios orientales”, cuyo propósito fue identificar sus valores y su forma de percibir la realidad, bajo el supuesto de que eran civilizaciones estáticas. Sin embargo, hay disciplinas que nunca llegaron a reconocerse como componentes básicos de las ciencias sociales, tales como la geografía -tan antigua como la historia- que surgió en las universidades a fines del siglo XIX como un estudio bipolar (entre la geografía física y la geografía humana) caracterizada desde un principio por adoptar una perspectiva no analítica. Algo similar pasó con la psicología, pues, su inscripción en la universidad tuvo que vencer la desconfianza que producía su supuesta subjetividad –en antagonismo con la objetividad de la biología– y sólo se desarrolló como ciencia social en algunas escuelas, como la Gestalt.
Finalmente, los estudios jurídicos nunca llegaron a ser aceptados como ciencia social, por considerarse normativos, cerrados y antojadizos en su redacción. Así, las dos tendencias que caracterizaron a las ciencias sociales -de 1850 a 1945- fueron: la disciplinar positivista y la subordinada a los intereses de la clase dominante.
*renemartezpi@yahoo.com

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