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2010/03/18

EDH-El puñal y el libro

 Escrito por Marvin Galeas.18 de Marzo. Tomado de Diario de Hoy.

Juan Fernando tenía unos 26 años y un aire de ejecutivo. Delgado y sonriente. Pulcramente peinado y aplomado. Aparecía siempre limpio a pesar de las incontables manchas de grasa y aceite en el overol de mecánico automotriz. Se graduó de bachiller en mecánica automotriz en el Instituto Técnico Industrial (ITI) y, haciendo de tripas corazón, fundó el taller "Don Bosco", en las cercanías de la Universidad de El Salvador.

Durante muchos años, cuando estaba yo en la Radio RV, Juan Fernando fue mi mecánico. En las numerosas veces que solicité sus servicios nunca falló en los horarios de entrega del vehículo. Siempre me recibía con un fuerte apretón de manos y con un "Dios te bendiga". Nunca estaba amargado ni frustrado. El semblante de Juan Fernando reflejaba el alma del que vive agradecido a Dios por la vida y por el trabajo. Nunca pidió cobija al frío, ni pan al hambre. Trabajaba y le pedía a Dios cada mañana.

La historia de Carlos Francisco Garay pudo haber sido igual. De tez morena y con sueños de futuro feliz. Su mamá a la que conocí porque vendía pasteles y tamalitos sabrosos en la acera de nuestra empresa, hacía hasta lo imposible para pagarle los estudios. Él quería ser chef profesional. Le gustaba cocinar. Y no dudo que hubiese sido uno de los grandes sabiendo de las delicias que su mamá cocinaba de manera humilde. De ella heredó el arte de la cocina. Entonces vivirían mejor, soñaba su mamá. Sueños de futuro.

Pero todo terminó el pasado jueves 11 en la 79 avenida norte de San Salvador. Un par de jóvenes, vestidos de uniformes de un colegio rival (¿rival de qué?), se le acercaron con ritos de muerte. Las prisas de la muchedumbre, los olores y los colores, los pitos frenéticos, disimulaban la inminencia de la tragedia. Un muchacho sacó el puñal, una muchacha le ayudaba. Frente al puñal de la muerte de los asesinos, Carlos Francisco se defendió con una mochilita llena de cuadernos y libros.

Carlos Francisco, un alma buena, quedó tendido en la acera mientras la vida se le escapaba por las heridas de puñal. Agonizaba, el muchacho en la soledad más bulliciosa. Un fotógrafo captó momento a momento el dramático suceso. Carlos Francisco murió y los sueños de una viejecita se hicieron añicos en medio del charco de sangre. Un corazón alegre y lleno de sueños dejó de palpitar.

¿Por qué, Dios mío, por qué? ¿Qué virus maldito se apoderó de estos jóvenes que los convierte en mensajeros de la muerte? Aventuro una respuesta que seguramente repudiarán los que hicieron de la pobreza y las "injustas estructuras" el argumento para explicar conductas criminales y terremotos. Esto es la cosecha siniestra de años de prédica y culto a la violencia. Los asesinos también fueron bebés dignos de ternura. Probablemente no crecieron en ambientes acomodados, a lo mejor la carencia de todo lo material fue su pan de cada día. Pero no es esa la causa. No. Lo que faltó fue calor de familia. En su lugar seguramente hubo gritos, peleas y abandono. El sentido de pertenencia no lo encontraron en la casa que era un infierno, sino en la pandilla. A falta de caricias su piel se llenó de tatuajes y cicatrices. Pero esto no justifica nada, sólo lo explica.

Cada gesto de confrontación, cada guerra verbal, cada manifestación violenta, cada mensaje plagado de odio en paredes y el ciberespacio, cada estupidez de los que promueven leyes que protegen más a los victimarios que a las víctimas le agrega sangre al puñal y sonrisas repudiables a los asesinos.

Se deben endurecer las leyes contra estos jóvenes criminales, no como un método para bajar los homicidios, sino por una cuestión de simple y llana justicia. Claro, ya oigo la risa sarcástica de la izquierda burguesa de los organismos multilaterales y de algunas ONG. Para ellos Carlos Francisco es sólo una "víctima del sistema", un caso en la sociología de la pobreza. El caso de Fernando, quien fuera mi mecánico, los contradice de manera contundente. Carlos Francisco es una baja en la fila de los buenos. Mi solidaridad total con esa madrecita, a quien conocimos personalmente en nuestra oficina. Pido a Dios que proteja a mis niñas y a los hijos de todas las familias salvadoreñas que nos quedamos con el alma en un hilo mientras ellos, llenos de sueños, van a clases.

elsalvador.com :.: El puñal y el libro

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