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2010/03/11

Co Latino-La identidad de la traición | 10 de Marzo de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

Escrito por Oscar Martínez (oscarmartineznerio@gmail.com). 11 de Marzo. Tomado de Diario Co Latino.

Juan Antonio Méndez Ríos, fue asesinado con una carga de TNT en marzo de 1989, en San Miguel.
Lo habían estado torturando desde las ocho de la noche del día viernes 17 de marzo, en vísperas de las elecciones que ganó Cristiani. Con vida, a la media noche lo sacaron a la calle, lo amarraron a un poste de tendido eléctrico y le ataron la carga, cerca de la Comisión de Derechos Humanos no Gubernamental.
Era hijo de una señora que trabajaba haciendo limpieza en un laboratorio y de un señor que cuidaba un terreno. Con lo poco que ganaban, quien sabe cómo, hacían el sacrificio de mantenerlo estudiando periodismo en la UES, en San Salvador. Él había sido socorrista de la Cruz Roja, por lo que reclutarlo en las filas de la lucha revolucionaria fue una tarea bastante milagrosa.
Un taxista lo entregó en un retén. Él sacó su arma e intentó huir disparando, pero una ráfaga le partió las piernas a media calle. Antes de su ejecución, lo habían torturado para que delatara a los miembros de su organización, y aunque está de más decir que no lo hizo, es imprescindible recalcar y dejar sentado por su merecido honor que no lo hizo a pesar de que sabía que sería asesinado. Y tenía miedo, porque esa mañana había dicho que no quería irse para San Miguel porque sabía que lo andaban persiguiendo y que lo iban a matar.
Si hubiera delatado, quizá hubiera vivido. En aquel tiempo se le habría condenado a ser un traidor, pero habría vivido. Todavía hoy en día, por esa razón poderosa de la hipocresía y el cinismo, viviría bajo esa condena y con el peso moral consecuente. Sin embargo, es importante reconocer, a la luz de la historia de traiciones, de los acontecimientos y de la verdad, que habría valido la pena que salvara su vida, especialmente si se acepta que otros han traicionado y continúan traicionando hoy en día y no por salvar sus vidas sino por una posición, por dinero o por un cargo.
Hoy en día, comprenderíamos que Juan al traicionar también habría hecho lo correcto, porque se trataba de salvar su vida no de ganar dinero ni un cargo ni una posición. Los que tienen la viga en ambos ojos, no podrían aceptar la paja en el ojo de Juan, pero nosotros podríamos reconocer la gran diferencia, especialmente hoy que son los tiempos de los grandes descubrimientos y revelaciones y que ya nada ni nadie está oculto.
Pero el título de traidor también es un lugar muy, muy reservado sólo para casos especiales: para los que un día abrigaron los mismos ideales, lucharon, se arriesgaron y se sacrificaron por esos ideales. O sea que no es para cualquiera.
El título de traidor es en sí mismo una especie de reconocimiento, de honor merecido, y algunos hasta han sabido sacar lucro de la investidura. Hay otros que están en cargos públicos -incluyendo a algunos de los que lo han recibido después de los Acuerdos de Chapultepec, y los más recientes y los que hasta cantaron a viva vos el himno arenero en las pasadas elecciones-.
Hay otros que no saben que gozan del título o se hacen los disimulados, y que también están en cargos públicos. Los demás son simples mendigos que por migajas se han arrastrado y los otros son oportunistas, y aunque la traición tiene de por sí estas cualidades inherentes, propias, no son lo mismo los traidores que lo mendigos, arrastrados, oportunistas, vivianes y aprovechados, aun teniendo en cuenta que el traidor es todo esto también.
De manera que vista desde los presentes días, la traición ya no se llama traición o ya no es traición, por lo que Juan podría quedar absuelto, aunque siempre habría uno que otro cínico que trataría de señalarlo.
Hoy la palabra y el concepto de traición han perdido la validez de antaño, y ya casi no se menciona y casi no se adjudica. Es como la palabra y el concepto de justicia social, o de justicia, o de nueva sociedad, o de cambio que han perdido su validez, y ya no significan nada o significan otras cosas que todavía no se entiende qué son. Ya no son lo que eran antes.
O como la palabra pueblo, que ya no se sabe si el pueblo es el pueblo con que se designaba antes a la mayoría marginada, desposeída, excluida y siempre golpeada por las condiciones de explotación y pobreza, o si pueblo son unos pocos a quienes se les hace ver como los reprimidos pero que han acumulado por décadas dinero mal habido a quienes se les llama empresarios, emprendedores, impulsores, motores de la economía del país. Padres de la patria. Forjadores de las libertades económicas.
Pero lo cierto es que Juan no murió por éstos últimos, sino por lo que por pueblo, por justicia, por justicia social, por nueva sociedad, por cambio, por transformación se entendía antes. Y no murió engañado, porque traer a cuenta a Juan con todo y su acento campesino, con todo y su humildad, con todo y su desinterés, con todo y su solidaridad, con todo y su sacrificio, con todo y su sinceridad, con todo y su ejemplo, con todo y su muerte, es traer a cuenta a todos los Juanes.
Y Juan y todos los Juanes, merecen respeto y no sólo porque no traicionaron, sino porque murieron por no traicionar, murieron para dar vida, para traernos esperanzas, para abrirnos los ojos y endilgarnos hoy que estábamos equivocados, que estamos equivocados pero que podemos corregir, porque al fin y al cabo la esperanza son ellos, nuestros referentes son ellos, nuestros compromisos están con ellos y con lo que ellos representaron, representan y continuarán representando.
Siguen siendo los excluidos de todos los lados, de todos los rincones, de todos los oficios, de todas las profesiones, de todos los empleos, de todas las ocupaciones del país, el rumbo: los marginados, que es donde arremete la injusticia.
Ese es el camino, y eso está solamente en nuestras manos. Depende exclusivamente de nosotros, de nuestra lucha. Hemos de entender de una vez por todas que la burguesía, que los grandes empresarios, que la oligarquía, que la derecha no tiene la culpa de nuestras desgracias, porque ellos luchan por sus intereses y las desgracias y las injusticias están precisamente forjadas en esos intereses, la pobreza está comprada con la riqueza de dichos pocos, y también está comprada con los que ellos han podido comprar para sus servicios.
El problema en realidad somos nosotros. Nosotros que no hemos sido capaces de luchar por nuestros intereses y nos hemos dejado engañar, a pesar de nuestros Juanes. Nos hemos dejado embaucar a tal punto que no luchamos si la derecha no nos da permiso, y nos creemos y mantenemos la esperanza que sean ellos quienes propicien los cambios, o que una persona que no es de nuestro lado lo haga por nosotros.
A la luz de Juan y los Juanes, traición sigue siendo traición. Igual y lo mismo ocurre con las palabras justicia social, nueva sociedad, cambio, transformación, sociedad, pueblo, opción preferencial por los pobres, de las que muchos se han llegado a avergonzar de pronunciarlas.
Por lo que si lo entendemos bien, si lo comprendemos bien, si lo pensamos bien, Funes no es un traidor, porque nunca estuvo del lado de Juan, de los Juanes. Los de la ilusión fuimos nosotros.
Saludos Juan. Estás entre nosotros.

La identidad de la traición | 10 de Marzo de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

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