Escrito por Federico Hernández Aguilar. Miercoles 2 de Septiembre. Tomado de El Diario de Hoy.
¿Es posible responder exitosamente al caos? Eso depende, a mi juicio, de dos variables: qué tan oportuna es la respuesta y cuánto se ha dejado crecer al caos. Cuando el desorden se encuentra en sus inicios, las reacciones ante él pueden aspirar a la efectividad; pero estas posibilidades se van diluyendo en la medida en que la confusión va tomando fuerza. El pasar del tiempo y la inercia, en peligrosa mezcla, permiten al caos su afianzamiento y consolidación, hasta llegar al punto en que cualquier respuesta, por buena que sea, termina siendo inútil. Así es como una sociedad desemboca finalmente en la anarquía, es decir, en la ausencia total de orden.
Es obvio que ningún salvadoreño bien nacido quiere ver al país dominado por el pánico y el alboroto. Y también es evidente que existen grupos dispuestos a todo con tal de llevarnos a ese miedo paralizante que impide el desarrollo social. De ahí la importancia que tiene reaccionar a tiempo, hacerlo con eficacia y buscar la unidad. Sin la combinación de estos necesarios ingredientes, no triunfaremos sobre el caos.
La violencia está alcanzando índices alarmantes en El Salvador. Lo que hace algunos años era considerado un fenómeno estrictamente pandilleril, como las maras, hoy se ha vuelto un factor de desestabilización permanente, asociado incluso a proyectos delictivos de mayor envergadura, como el crimen organizado. El marero que antes mataba con el único propósito de defender a su "clica", ahora lo hace también para mantener un territorio "libre", es decir, propicio para el tráfico de drogas o el lavado de dinero.
A estas circunstancias, ya de por sí preocupantes, hemos de agregar el calamitoso protagonismo que están endilgándose, a fuerza de desórdenes, los autodenominados "movimientos sociales", que sin detenerse a medir consecuencias, y recurriendo a casi cualquier pretexto, se apuntan a la vergonzosa tarea de obstruir cuanta carretera estimen conveniente, inmovilizando amplias zonas urbanas y rurales. El colmo ha sido ver en televisión a estos grupos haciéndose acompañar de flamantes pandilleros, que hoy se integran a las marchas para, asombrosamente, reclamarnos su "derecho" a delinquir.
¿Qué tan cerca estamos del descontrol irreversible cuando los delincuentes pueden tomarse calles y avenidas, en alegre conjunción de propósitos con decenas de manifestantes, para decirle al Gobierno que les resulta "indignante" que se adopte tal o cual medida carcelaria? Ya sólo nos va quedando esperar que un día aparezcan los criminales más peligrosos anunciándole al país que van a ponerse en huelga —por poquito tiempo, claro— porque los ciudadanos honrados les estamos impidiendo aterrorizarnos a su gusto. ¡Increíble!
El llamado a la unidad nacional que el Gobierno hizo la semana pasada, reconociendo la complejidad del tema delincuencial, es encomiable y atendible. Muchos ciudadanos vemos con simpatía que el Presidente de la República, haciendo a un lado intereses coyunturales, acepte trabajar al lado de la Fiscalía para enfrentar el delito con integralidad. También he tenido ocasión de confirmar, por razones de trabajo, que tanto el Ministro de Seguridad como el Director de la Policía están realmente preocupados por la situación y buscan formas creativas de revertirla.
La unidad del país es imprescindible, desde luego. Nuestra respuesta al caos pasa por la incondicional adhesión de todos los sectores a las medidas que puedan salir del consenso entre las instituciones del Estado, privilegiando aquellas visiones que se muestren flexibles al diálogo y a la búsqueda sincera de soluciones, pero que a la vez sean inflexibles ante las miopías partidarias.
No debemos permitir que los funcionarios públicos, sin importar distingos políticos, se atrevan a banalizar algo tan decisivo como la seguridad ciudadana. Las peleas entre diputados, por figuración o por revanchismo, en tanto obstaculicen la posibilidad de alcanzar acuerdos nacionales, se convierten en cómplices de la violencia. No hay otro modo de verlo. Es la vida de la gente la que está en juego.
Hay que promover, además, el desenmascaramiento de los cabecillas del desorden. ¿Quiénes están detrás de tantas protestas, de los bloqueos a las principales arterias viales, de las pancartas agresivas e insultantes contra las autoridades? ¿A quién le conviene que el Presidente Funes se perciba como un mandatario débil y tambaleante, amenazado a cada vuelta de esquina por la ingobernabilidad?
Protestar es legítimo cuando son legítimos los cauces de la protesta. Armar zafarranchos en los que se atropellan los derechos ajenos tiene muy poca relación con la democracia. Y es peligroso que haya grupos creyendo que sólo a costa de subvertir la paz social pueden conseguir los beneficios que les niegan los actuales marcos democráticos.
Hace lo correcto el Presidente al rechazar cualquier negociación que nazca de provocar alteraciones al orden público. Pero, ¿compartirán esta visión todos los líderes del partido que lo llevó al poder?
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