Remberto Ramírez .24 de Septiembre. Tomado de Raices.
Llevarse la sorpresa de un aglutinamiento en una parada de buses en nuestro país no es tan fantástico, sin embargo cuando rebasa los niveles de lo cotidiano es un indicio de que algo está pasando. Esto a pesar de que la paranoia está al orden del día y el mínimo cambio en nuestra cotidianidad alerta a la población.
Era la una de la tarde del día martes y la gente que esperaba su bus en la parada de Metrocentro, luego de casi una hora sin ver pasar una sola unidad de transporte, se impacientaba cada vez más, cada persona que llegaba a la parada era mensajero de un nuevo rumor que sobrepasaba en magnitud al primero.
Luego de escuchar por más de una hora que las pandillas habían puesto un toque de queda, que iniciaba esa tarde y a pesar de la amenaza de una nube que quería desatar toda su negrura en lluvia, algunas de las personas empezaron su faena a pie, en su mayoría estudiantes que se dirigían a la Universidad de El Salvador.
La gran caravana parecía no terminar y a su paso se le sumaban nuevos “marchistas”, quienes todavía miraban con asombro el aún no denominado “paro” de transportistas, debido a una supuesta amenaza por parte de pandillas.
Al pasar por el boulevard de los Héroes se podían observar puestos de comida informal cerrando en plena mediodía, a estos le seguían empresarios privados, quien por la falta de consumidores también se veían obligados a cerrar.
Observar el boulevard de los Héroes bajo la sombra del hospital Bloom, una calle desierta, brisa helada y además el cielo que se negaba a clarear le sumaba al paisaje una sensación apocalíptica.
Dentro de la Universidad el ambiente se percibía poco común, las clases estaban suspendidas y el retorno de los estudiantes a sus hogares se percibía incierto.
René Rosales, estudiante de letras vive en Atavista, Ilopango y debido a la situación opta por quedarse en la casa de un amigo cercano. “Intentar abordar un bus es arriesgado, ya que tengo la oportunidad de quedarme en un lugar seguro, mejor lo hago”, dijo.
Las voces se repiten constantemente. “Debido a que vivo relativamente cerca (de la UES), puedo irme a pie hasta mi casa”, dice Alfredo Saldaña, quien vive en la Santísima Trinidad, municipio de Ayutuxtepeque.
A las cuatro de la tarde en los alrededores de la colonia Zacamil ya se miraban camiones del ejército, los cuales rebalsados de gente ya no daban abasto para transportar a tantas personas ávidas por llegar a sus hogares.
Encapuchados leyendo comunicados, partidos políticos aprovechándose de la situación, y empresarios de transporte que no sacaron sus unidades por supuesto temor, a pesar de que el gobierno prometió brindarles seguridad.
Transcurrieron tres días, pero esto no impidió que miles de salvadoreños salieran a trabajar y cumplir con sus actividades diarias casi de manera regular.
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