Soñé que las democracias regionales se convertían en granjas productoras de cerdos, cuya integración solo se encaminaba a competir por lograr tener la mayor producción nacional.
Escrito por Kalena de Velado.12 de Septiembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
Quizás la pesadilla fue por cenar de más o por leer una fábula cruel sobre la lucha de dos ideologías (derechas libertarias amorales e izquierdas socializantes), la cual resumo: “Para unos el cerdo debe estar libre por el campo, a su aire y buscando la vida según su parecer. Consideran que la intervención del granjero debe ser mínima: la indispensable para que los cerdos no hagan daños mayores e impidan la vida feliz de todos. También la organización debe ser pequeña, aunque esto tiene sus riesgos, especialmente para los más débiles; pero todo se compensa porque el cerdo da productos de más calidad... Para los otros, el cerdo debe permanecer controlado y uniformado... Solo así, argumentan, se puede conseguir que todos sean felices, tengan los mismos placeres y no haya desigualdades hirientes... Ambos grupos eliminan a los deficientes, impidiendo que nazcan; también lo hacen con los que tienen una vida limitada y caduca por la edad o la enfermedad... En definitiva, son granjeros de intenciones modélicas. Si los ganaderos discuten es solo porque tienen una preocupación sincera: anhelan dar felicidad a sus cerdos...” (Tirso de Andrés Argente).
El autor desvela el fondo del problema: “Las dos grandes ideologías del momento, y sus subproductos y actualizaciones, son bien intencionadas, pero insuficientes. Son ideas de granjeros que sirven para un mundo de animales, pero no de personas... Las ideologías se han empeñado en recluir la moral al ámbito de lo privado... Solo reconocen una moral: la impuesta por la organización eficaz y económica de la granja...”.
El filósofo señala: “El hombre no puede, por más que quiera, vivir como un animal, dejándose llevar por los instintos. Es animal racional, espiritual, lo quiera o no. El libre juego de las pasiones no le lleva a ninguna parte; ni tampoco puede ser llevado por otro, ya que no es amaestrable: no se le puede domar manejando sus pasiones. Cuando intenta ser solo animal, cosa que puede pretender precisamente por no serlo, nunca lo consigue y se acaba autodestruyendo. Para el hombre la existencia no tiene nunca la facilidad del automatismo instintivo de los animales; no se puede dejar llevar, tiene que ir él... Por eso es una tragedia social reducir la moral al ámbito privado, personal, ya que solo lo personal es el fundamento de lo social. La moral no es algo privado, en el mal sentido cerrado en que se usa la palabra, pues la moral versa sobre los actos libres, que vienen de dentro, del señorío propio, no de fuera... Es apertura radical: en tanto que hay un yo puede haber un tú, y sociedad, y proyectos compartidos, y diálogo, y amor... Los liberalizantes creen en un progreso automático, mecánico; es algo que sucede, simplemente. No hay que hacer nada, solo dejar que se sucedan los acontecimientos... Se supone que una fuerza misteriosa irá ordenando el caos de egoísmo que fomenta la sociedad permisiva. Para los socializantes son las estructuras adecuadas las que traerán el paraíso: únicamente hay que organizarlo todo, todo, para que se produzca el mayor bien posible... Los dos engañan, porque no hay ningún automatismo histórico. Nada está dado, todo está por hacer cada día. El protagonista de la historia es el hombre, cada persona, no una ciega mecánica de fuerzas o unas estructuras impersonales. La historia corre el mismo riesgo que cada hombre con su libertad, puede avanzar hacia el paraíso o hacia el abismo... Esta es precisamente la tarea que el cristianismo sabe hacer: formar personas para hacer el bien”. ¡Menos mal fue solo un mal sueño!
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