La triste situación vivida a principios de la semana, ocasionada por el paro de la mayoría de las rutas del transporte público, deja una serie de dudas y duras lecciones. El sufrimiento y el miedo de la gente fue real, y negarlo es una pletórica irresponsabilidad, pero también fue cierto el desafío y el coraje de los salvadoreños por salir a trabajar e intentar realizar y enfrentar su diario vivir. No se me olvidarán las palabras de una vendedora de Usulután diciendo ante cámaras: “No nos podemos dejar dominar por el miedo, ¿qué vamos a hacer? Salir a ganarnos el pan, tenemos hijos, tenemos familia que alimentar...”.
Escrito por Gabriel Trillos.12 de Septiembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
Debemos reconocer que la operatividad de la seguridad pública reaccionó de manera eficaz para poder atajar y evitar hechos que lamentar. Refuerzos de militares y policiales en calles y en buses y microbuses, retenes, camiones. Sin embargo, se cometió un fallo estructural en no poder apagar el incendio de rumores que multiplicaron el miedo. La estrategia de comunicación del Gobierno fue evidentemente deficiente. Y por otro lado, se reaccionó, pero no se anticipó, creo que la inteligencia del Estado ni siquiera estaba al tanto de lo que se estaba planificando. Un paro, amenazas en hojas volantes, no se gesta de un día para otro.
Una inmensa porción de las comunicaciones del Gobierno fue desnudada para dar respuestas a una crisis como la que vimos. El presidente estaba en una gira en Estados Unidos en apoyo a la reinscripción del TPS, y el vicepresidente de la República y presidente en funciones y quien tenía el caso en sus manos no tomó el liderazgo. Apenas y dijo unas palabras sobre la situación y punto. Pasó de largo y dejó la pelota en el Gabinete de Seguridad.
El Gabinete de Seguridad, encerrado, tardó en reaccionar y comenzar a dar mensajes a través de los medios de comunicación. No estábamos ante una situación normal y no estábamos para conferencias de prensa normales. La gente se preguntaba mil cosas, los mensajes en los celulares desataban rumores, en internet los correos masivos, las redes sociales se hacían miles de preguntas sobre los rumores, en los centros comerciales, en los centros de trabajo, en los mercados, las ventas informales. Las autoridades no fueron capaces de aplacar esa ola. Había que generar confianza y contrarrestar el pánico.
El Gobierno fue incapaz de generar una estrategia de comunicación de diferentes niveles y utilizando todas las plataformas posibles de comunicación. Acá no se trataba de producir con rapidez los videos y audios para TV y radio de los denominados “Noticieros del cambio”, se trataba de confrontar por todas las vías la crisis desarrollada en la cotidianidad del salvadoreño común. Ni siquiera utilizaron de forma adecuada sus propios medios. La radio y la televisión nacional debieron ser centros neurálgicos de información. Los funcionarios debieron haber estado con mayor constancia en todos los medios de comunicación posible. El Gobierno no tiene una estructura que pueda atender y entender que internet hoy en día juega un papel fundamental. El Gobierno no envió correos masivos, no envió comunicados a las salas de redacción para publicarlos en las ediciones electrónicas. No pudieron comunicarse y solicitar el apoyo de una entidad como ASDER, para poder encadenar cada cierto tiempo a las radios y dar información actualizada. Un comunicado para que las televisiones pudieran emitirlas en sus programas diciendo que todo estaba bajo control. Pedir un apoyo de las empresas de telefonía para que enviaran un mensaje de tranquilidad de parte del Gobierno a los millones de usuarios de la telefonía móvil. Realizar otras actividades básicas de comunicación como perifonear en los mercados, en los centros de las ciudades. Nada. Y esa ausencia, ese vacío de información, atizó el fuego. Grave error. Confianza y credibilidad maltrecha.
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