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2010/08/04

EDH-Patrono de los políticos

 Federico Hernández Aguilar.04 de Agosto. Tomado de El Diario de Hoy. 

Está por cerrarse la primera década del Siglo XXI y existe todavía un número vergonzoso de prisioneros de conciencia en muchas partes del mundo. En su inmensa mayoría, estos hombres y mujeres se encuentran en la cárcel por mantenerse fieles a ideas y acciones que han creído correctas, aunque esa fidelidad les haya terminado costando, temporalmente, la libertad.

"Temporalmente" es un adverbio que utilizo con intención, porque los días que acumulamos las criaturas sobre esta tierra, aunque abarcaran un siglo entero, terminan siendo nada comparados con ese infinito al que estamos destinados. De ahí la importancia del buen uso que hagamos del tiempo en esta vida, así como de los valores no negociables que elegimos para iluminar nuestro camino.

Verdadero maestro en este tipo de reflexiones fue uno de los más ilustres presos de conciencia de la historia, Tomás Moro (1478-1535), que tras ocupar la Cancillería de Inglaterra durante buena parte del reinado de Enrique VIII, se vio obligado a contradecir al monarca en un asunto de fe y perdió todos sus privilegios hasta ser confinado en la lúgubre Torre de Londres.

Divorciado de su primera esposa y encaprichado con desposar a otra, el Rey se había rebelado contra el Papa al no conseguir de éste la bendición que necesitaba para justificar su conducta. Poco antes de declararse a sí mismo "Cabeza Suprema de la Iglesia de Inglaterra" —lo que marca el inicio del anglicanismo—, Enrique VIII exigió a todos sus funcionarios que abjuraran de su lealtad a Roma y abrazaran las nuevas disposiciones. Ilustres islas en aquel mar de cobardes, sólo Moro y el obispo Juan Fisher se mantuvieron firmes en sus principios católicos. Ambos fueron detenidos y procesados.

En los casi quince meses que estuvo encarcelado, entre el 17 de abril de 1534 y el 6 de julio de 1535 (fecha de su decapitación), Tomás Moro dio muestras de una fortaleza de ánimo extraordinaria, inquebrantablemente enraizada en su confianza absoluta en la voluntad divina. En ese corto periodo no sólo escribió de manera elocuente e incansable, sino que compuso, entre cartas, ensayos e instrucciones espirituales, un conmovedor testimonio del hombre que, por mantenerse fiel a sus creencias, acepta enfrentar las peores tribulaciones.

En una de las meditaciones que escribió durante los primeros meses de su encierro, dice Moro: "Quien salve su vida de manera que ofenda a Dios, muy pronto llegará a odiarla. Pues, si de esa forma salvas tu vida, la aborrecerás con tal odio al día siguiente que te apesadumbrará el que la muerte no te hubiera llevado el día antes. Que has de morir es algo que recordarás sin duda alguna: pero cómo o cuándo, de ninguna manera lo sabes".

Y continúa: "¿Qué insensatez es ésta de evitar la muerte temporal para caer en una muerte que dura para siempre? Y, para colmo, no escaparás de la temporal sino por algún tiempo, un mero retraso. ¿Piensas acaso que si escapas ahora de la muerte, ya la habrás conquistado para siempre? Al contrario, puede que te ocurra lo que le pasó a aquel hombre rico que se prometía una muy larga vida. Cristo le recordó: Insensato, esta misma noche morirás".

No voy a discutir aquí si es necesaria una opción confesional como la de Moro para sobrenaturalizar de tal manera el sufrimiento y la soledad, que la experiencia de semejante libertad interior disponga mejor que cualquier otra cosa el ánimo de los seres humanos para la lucha heroica, trascendiendo el odio, la frustración o la venganza.

De lo que sí otorga evidencias el martirio de Moro es de un fenómeno que ha sido común a las gestas más nobles y duraderas que se han emprendido en el mundo contra los gobiernos tiránicos: el poder de una conciencia tranquila. Por mucho que se ensañen contra nosotros los poderes terrenales, si sabemos bien qué creemos y por qué lo creemos, no habrá fuerza capaz de doblegarnos.

Cuando Tomás Moro, ya prisionero, le aseguraba a su asombrada hija Margaret que "un hombre puede perder su cabeza sin sufrir ningún daño", era porque tenía muy reflexionado el asunto. La verdadera muerte, a sus ojos, no venía con el hacha del verdugo, sino con la propia cobardía. Vivir transigiendo con la conciencia, según Moro, era igual a morir. Es la falta de valor para defender nuestras convicciones lo que debería aterrorizarnos, en lugar de preferir alivios temporales que, a la larga, ni siquiera garantizan la paz de nuestro espíritu en los momentos finales.

"Deberían avergonzarse los hombres buenos de que son más timoratos obrando el bien que lo son los hombres malos haciendo el mal", escribió Moro con serenidad, entre los dolores del presidio. Y fue gracias a esa poderosa certeza que subió al patíbulo con imperturbable dignidad.

En esta época en que incluso las mejores intenciones terminan convertidas en proyectos legislativos que invaden la libertad de conciencia de los individuos, o se llega al colmo de llamar "estrategia" a las peores inmoralidades, ¡qué refrescante traer a cuento la coherencia de Tomás Moro, santo patrono de los políticos!

elsalvador.com :.: Patrono de los políticos

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