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2010/08/05

Co Latino-Entre el fusil y la palabra: ensayo sobre los efectos secundarios (3) | 04 de Agosto de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

 René Martínez Pineda.05 de Agosto. Tomado de Diario Co Latino.
(Coordinador General del M-PROUES)*

En el caso de la dictadura ideológico-militar que persiste –aunque no da la cara o use testaferros; aunque no tengamos conciencia de ella- estamos frente a una reacción amplia (que ayer mutiló la lengua indígena y deshiló el refajo, como los españoles prohibieron los pechos desnudos por creerlos, con mente pervertida, que eran inmorales; que hoy inaugura en la escena del crimen sus campañas electorales) capaz de subsistir, después de la guerra, en un voraz plan de refundación de la nación, con ARENA como autor material y un discurso obtuso –como el que proscribe a los “Pioneros”- como autor material.
Si eso es así ¿no estamos en la obligación de pensar y mal pensar en términos también amplios? ¿No es obvio, desde la sociología, que se trató de algo más que de una contrarrevolución militarista y explotadora? ¿No estaba en juego, entrelíneas, la vocación mercantil del país, su lógica de armonía horizontal y de control social vertical, su modelo económico expoliador, su papel sumiso en el orden internacional, en fin, su cuerpo-alma-país y, así, su forma de organizarse-expresarse culturalmente, así como de privatizar los servicios básicos? ¿No fue obvia la fuerza del militarismo y la continuidad hegemónica del capital, cinco años después del Golpe de 1979, cuando metió en cintura al presidente Duarte? ¿No quiere continuar, hoy, como dictadura ideológica, con la misma severidad de la militar, pero usando como cuartel al mercado y como cárcel clandestina al salario?
Para averiguarlo, debemos ir al origen del proceso, en tanto dictadura clásica (los militares en todas las fotos y fiestas patronales) que mutó en una dictadura ideológico-militar de otro tipo, pues, apoyada en intelectuales serviles y empresarios cavernícolas, signó y persignó la forma de pensar el hoy añorando el ayer (su ayer), y eso explica el Golpe de Estado en Honduras, cuya cara fue lavada cuando se le permitió al gobierno de Lobo –hijo legítimo del Golpe, aunque no le dé su apellido en la pila bautismal de las elecciones- reingresar, como si nada, al Sistema de Integración Centroamericana. 
En la experiencia salvadoreña, la lucha político-militar –vista, teóricamente, como un efecto inexorable de la injusticia- supuso, desde el principio, la puesta en marcha de una acción social que no sólo contenía factores militares, sino, también, culturales, los que ideológicamente fueron plasmados por la fuerza insurgente, ora como armamento popular, ora como cultura contrahegemónica o red de nuevos valores y símbolos de contextura moral: mimos, marionetas, poesía, pintura, música de protesta… porque en el campo de batalla cultural –parafraseo a Silvio- “nuestro deber era cantarle a la patria, alzar la bandera, sumarse a la plaza”.
Pero, a diferencia del plan de clase de la burguesía, la cultura popular no tenía ideado un plan significativo de resistencia posbélica, en tanto fuese la expresión de un accionar cada vez más cotidiano, multitudinario y diáfano. Siguiendo con Silvio: “hoy yo que tenía que cantar a coro, me escondo del día, susurro esto solo, qué hago tan lejos dándole motivos a esta jugarreta cruel de los sentidos”. No obstante, pronto se descubrió el significado político-cultural de la gesta de liberación que pretendió ser explícitamente revolucionaria, aunque en la posguerra la cultura puritana y superficial toma fuerza, con los grandes medios de comunicación como tutores.
Pero ¿hablo en serio y con rigor científico al implicar en una misma idea sociológica dos conceptos antagónicos -o divorciados por incompatibilidad de caracteres- como lo son “cultura” y “dictadura”, como si con ironía dijera “inteligencia militar” o queso “duro-blandito”? ¿O sea: palabra y fusil; libertad y represión; cuerpo y sentimiento?
En principio, aclaro que la noción de cultura, si tiene algún valor sociológico, es precisamente porque se produce-reproduce en conflicto con el entorno del que mana, o sea como tiempo-espacio de subjetividad adaptativa, de aprendizaje social desde lo simbólico-personal, de superación de “lo dado” con un “dándose” de lo cotidiano.
Es por eso que la cultura se define como proceso de socialización permanente (de ahí la vigencia de la dictadura ideológico-militar, de la doble moral política y del puritanismo decimonónico de la derecha -que pasó de política a político-religiosa- en tanto mecanismo de control social, público y privado, a través del sexo (diciendo cuándo y cómo es “bueno”); de la ropa (decidiendo cuál es “buena” y cuál “mala”); la conducta (imponiendo cuál es la “correcta” y cuál la “incorrecta”); del lenguaje, decidiendo cuáles palabras son “buenas” y cuáles “malas”); como esfuerzo colectivo por preservar lo simbólico y asegurar la comodidad que nos hace ser seres humanos; como rito para amamantar la lucha diaria por la vida, un tiempo de comida a la vez, una boleta de empeño tras otra; como táctica para desvirtuar la deificación y validación de la represión institucional, la violencia social, la miseria estructural, el cinismo político.
Pero ¿qué relación tiene la cultura con las alternativas contenidas, por definición, en “su peor cara”, o sea con la dictadura militar; con la destrucción, febril de oro, del medio ambiente; con la explotación de las uñas pintadas en la maquila y el almacén; con la doble moral que proscribe y condena lo que en privado practica o desea; con la represión real de la palabra y la tortura virtual del pensamiento; con el poder por el poder mismo, que hace que los políticos no tengan fecha de caducidad; con la crueldad de la empresa privada que exige –como parte de su dictadura- eliminar el subsidio al gas para que olvidemos la evasión fiscal?
Todo lo anterior, como reflejo de la cultura heredera de la dictadura militar, implica que ésta mantiene –si se le permite- la acción social dentro del límite de la gobernabilidad burguesa, recordándonos que, por acá, es mejor lo viejo conocido (capitalismo) que lo nuevo por conocer (socialismo); y, por allá, que “en boca cerrada no entran moscas”.
En ese sentido, la dictadura militar se presentó como una reacción defensiva, socialmente compleja, del orden hegemónico amenazado por una revolución que pretendía eliminarla del todo. En ese orden dictatorial, fiel y sucintamente, la cultura empujó el imaginario social al río de las prohibiciones que como sus afluentes tenía: la legalidad, la ideología capitalista, la acción benefactora del Estado y la enseñanza escolar como privilegio de unos pocos. La ley, el Estado, la ideología y el ejército conformaban, así, el cuadrilátero donde se reproducía el orden económico-político y, además, el orden social y cultural de la nación, como promedio.
* renemartezpi@yahoo.com

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