Escrito por Samuel William Ortiz Dauber.06 de Marzo. Tomado de La Prensa Grafica.
En estos tiempos el edificio de la política salvadoreña parece estar soportando cada día más y más temblores. Momentos como estos nos hacen abrir los ojos, pedir ayuda a Dios para que sepamos actuar con prudencia y evitar daños mayores. Creo que es importante hablar de las bases del sistema y con esa idea quisiera aportar mi granito de arena.
Aunque las peleas en el campo de batalla político salvadoreño son variadas, suele haber términos que rara vez faltan, “el pueblo”, “la oligarquía”, “los ricos” y “los pobres”. Empeñarse en atacar a los ricos y a su riqueza, y no a la codicia, la avaricia y el egoísmo es inútil. Como si la riqueza, el dinero, fueran la causa de mucha injusticia y mal. El sufrimiento y la desigualdad es fruto de la codicia, la avaricia y el egoísmo, y la lucha contra ello no es una lucha contra hombres, sino un esfuerzo por llegar al corazón de cada hombre que se ha dejado engañar por estos fantasmas. Estos “enemigos” no hacen distinción entre clases sociales y se encuentran en hombres con muchos bienes o con pocos bienes.
Tampoco podemos enfocarnos en eliminar la pobreza solo regalándole bienes a la gente. Así partimos de un enfoque materialista, como si tener bienes hace desaparecer la pobreza. La pobreza no es pecado, pero sí puede ser resultado de la pereza, el desánimo, el pesimismo, la envidia que asechan al corazón del hombre. Querer erradicar la pobreza (tener pocos recursos económicos) sin llegar a las raíces es como darle un pescado a un hambriento en vez de enseñarle a pescar.
Es mejor hablar de riqueza y pobreza en términos más acertados: rico es el que cree no necesitar de nadie, incluso de Dios, y por ende es autosuficiente, arrogante, pone su confianza en lo poco o mucho que tiene y de esta concepción brotan vanidad, orgullo, soberbia, insensibilidad. Entonces el rico en estos términos puede tener muchos bienes materiales o pocos. En cambio el pobre es el que reconoce su pequeñez, su necesidad del amor de Dios, de la ayuda de sus semejantes y de esta decisión brotan ríos de humildad, sencillez, paciencia. Estos pobres son los llamados dichosos por Jesús en el Sermón del Monte y son en mi opinión estos “pobres”, los que deben liderar los cambios en la sociedad.
Entender a la pobreza y riqueza de esta manera nos lleva a querer realizar un esfuerzo diferente. Ya no de lucha de clases o de explotación desmedida para la obtención de lucro sino más bien de un esfuerzo por eliminar las verdaderas causas de sufrimiento. ¿No es sino esto lo que es el Reino de los Cielos, un lugar sin sufrimiento? Puede sonar muy idealista o utópico, pero debemos partir de algún lugar, no buscando eliminar al “enemigo” sino con el objetivo de que en los corazones codiciosos, avaros y egoístas se siembre y se premie la generosidad, la compasión, el amor por los necesitados y en los corazones infectados con pereza, desánimo, pesimismo, envidia se siembre y se premie la diligencia, la valentía y al agradecimiento.
Partiendo de esto podríamos iniciar la construcción de una sociedad sobre verdadera roca firme, y no sobre un suelo que a lo largo de nuestra historia se ha derrumbado muchas veces, y a pesar de ello seguimos empeñados en construirla en el mismo lugar.
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