Escrito por Ricardo Chacón.21 de Marzo. Tomado de El Diario de Hoy.
La mayoría de los jóvenes con los que me relaciono en las aulas universitarias son sanos, tienen interés en aprender, progresar y ser gente de bien; es más, suelo contar, y lo repito con frecuencia cuando me invitan a las graduaciones: los muchachos que nunca han tenido problemas disciplinarios, que nunca han dejado una materia, que nunca se han inscrito fuera de tiempo, que tienen buenas notas y cumplen su pensum ordenadamente año tras año, no les conozco la cara, entre otras cosas porque nunca han tenido que acudir a las oficinas administrativas.
En las aulas de la Universidad, rápidamente uno se da cuenta que la mayoría de alumnos, de los primeros o de los últimos años, muestra interés por aprender; por supuesto que hay grupos de muchachos que pierden el tiempo, molestan e incluso suelen entorpecer el proceso de enseñanza- aprendizaje, pero no son mayoría ni mucho menos se puede percibir en ellos indicios de que tengan inclinaciones hacia la delincuencia.
Recientemente una muchacha quiso hacer trampa en un proceso administrativo, se le descubrió, se le llamó e inmediatamente reconoció su error, y por supuesto manifestó su intención de aceptar, con bastante humildad, la sanción que merecía. En ningún momento, y lo he visto en otros casos, hubo de su parte muestras de rebeldía o amargura hacia las autoridades ante una decisión administrativa.
No estoy inventando ni cargando los dados con un exceso de optimismo, sólo quiero plasmar mi experiencia con la mayoría de estudiantes universitarios que he tratado.
Lo que también es una realidad, y no podemos dejar de plantearlo, es qué hacer con los estudiantes con malas notas, los indisciplinados y los que llegan a la Universidad a perder el tiempo. También los hay.
En este punto, hay que diferenciar tres cuestiones: uno, las deficiencias académicas que suelen tener los muchachos, muchas de ellas generadas desde los primeros años de estudio; dos, los jóvenes que no han encontrado su vocación académica y que todavía no saben qué puesto tendrán en la sociedad, y tres, los desadaptados, los indisciplinados por esencia, los amargados y que pareciera no tienen un lugar en la comunidad.
Estos últimos, en ocasiones provenientes de hogares disfuncionales, amenazados o tocados por el vicio y el desorden absoluto, marionetas de personas mayores descarriadas, viciosas, de mal corazón, criminales; este grupo, no sé si pocos o muchos, también tiene derechos, también debe tener la oportunidad de sobrevivir y encontrar un puesto en la sociedad. Sin embargo su tratamiento en las aulas requiere de un procedimiento particular, propio de los especialistas.
La gran pregunta es qué hacer con éstos; la respuesta va más allá de incrementar las penas y el castigo o simplemente sacarlos de los centros de estudios, como lo hace con mucha frecuencia y naturalidad el sistema educativo actual.
Lo difícil y complicado es generar las condiciones para reeducar a los descarriados e incitarlos a que procuren ser hombres y mujeres de bien en el futuro.
La tarea no es fácil, como tampoco lo es el repensar la realidad educativa de hoy y ponerla en clave de futuro.
La problemática pareciera que no está en la mente de la clase política actual, ya sea porque está excesivamente ideologizada o simplemente porque no lo visualiza. Lo cierto es que el proceso educativo al parecer no forma parte de la agenda nacional, con la intención de generar un movimiento fuerte, eficaz para mejorar el nivel educativo a futuro.
elsalvador.com :.: ¿Qué hacer con los estudiantes descarriados?
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