Escrito por René Martínez Pineda (Coordinador General del M-PROUES). 24 de Marzo. Tomado de Diario Co Latino.
Otra sociedad”, sólo es posible con el liderazgo de un estadista orgánico con pensamiento nacional, el apoyo de los movimientos sociales, y sobre la base del esfuerzo y méritos obtenidos con trabajo cotidiano, pues, éstos son los que forjan la disciplina para afrontar las carencias naturales de toda transición, las que no se pueden superar sin la universidad pública como asesora de nuevas políticas sociales que no hagan del asistencialismo su opción instintiva. Eso significa que la revolución social pasa por la universidad pública, y por tanto el movimiento estudiantil y docente son en ella la fuerza motriz y el referente científico-cultural. Pero ¿qué pasa si esos movimientos han perdido el rumbo, al caer en el oportunismo el uno y en el pancismo y quietismo el otro?
Parece que varias organizaciones estudiantiles (aún no son movimiento) se conforman –para alegría del anárquico de la cobardía y el oportunista mesiánico- con la bandera del nuevo ingreso “cómo sea”, porque es lo único que se les ocurre para ampliar la militancia, lo que es una mísera concesión, una enana reforma educativa que atenúa la contradicción político-pedagógica real; que amamanta una senilidad educativa que reconcilia al saqueador de la historia con el saqueado, porque para la mayoría de estudiantes la formación universitaria interesa en función del título, mandando al baúl de la demagogia las alusiones al pueblo y el compromiso social de la ciencia.
Al respecto, cabe citar al Che: “En mi condición de luchador, me interesa analizar los deberes revolucionarios del estudiantado en relación con la universidad. Para eso tenemos que precisar bien qué es un estudiante y si tiene algo que lo defina como entidad, o si simplemente responde en sus reacciones a las reacciones generales de las diferentes clases a que puede pertenecer.
Nos encontramos con que el estudiante universitario es el reflejo de la universidad que lo aloja (si carece de un espíritu revolucionario soberano) y ésta lo es de la sociedad en que se desenvuelve (cuando no es su conciencia crítica)”. El Che decía que su deber revolucionario es organizar al estudiante en torno al estudio férreo y a la cultura popular y, con ello, movilizarlo en torno a las necesidades científicas de la universidad y sociales del pueblo. El deber de un revolucionario universitario es el estudio y la lucha –en ese orden- si es que pretende acabar con la injusticia social sentando las bases tecno-científicas y axiológicas de una justa distribución de la riqueza.
Séptima tesis: en la lucha reivindicativa hay una delgada línea entre lo moral y lo inmoral, la que si por impotencia, ignorancia o manipulación se traspasa una vez, se convierte en un hábito, en un único recurso, pervirtiendo los métodos de lucha y las reivindicaciones. Esa línea sólo se mira cuando, por un lado, se hace una lectura objetiva del contexto; y, por otro, cuando se tienen principios y valores sólidos.
Octava tesis: en toda lucha siempre hay un punto de no retorno, que tiene que ver con los costos-beneficios a corto y largo plazo, cuyo manejo inteligente puede derivar en mejorar los métodos de lucha. Ese punto de no retorno trazado en el costo-beneficio de la lucha, ni los “ocupantes” ni las autoridades universitarias fueron capaces de verlo, de modo que es casi seguro que el próximo año haya “otra toma”.
No se lucha contra la injusticia fomentando la injusticia, ni se lucha por el pueblo atacando al pueblo. Y es que, luchar contra “el orden” no se hace fomentando el desorden en los espacios democráticos conquistados, se hace consolidándolos, pues el “desorden simple” fomenta bases mercenarias que, seguramente, atacarán cualquier cambio, convirtiendo la revolución en una cuestión arbitraria y subjetiva.
Novena tesis: Un movimiento social sin principios ni memoria se pervierte tarde o temprano, pues es incapaz de definir las tareas pendientes, y se convierte en flujo de deserción del campo de los revolucionarios al de los reaccionarios, ya que, históricamente, los movimientos anárquicos terminan en el ala derecha de la política. Si vemos la universidad como una totalidad formativa en los rubros académico-científico, político, cultural e ideológico, lo lógico es que éstos se expresen en grupos que no hagan de la carencia e impaciencia una excusa político-práctica, de la misma forma en que se espera que en su seno se ejercite una democracia mejorada, como lo plantea el espíritu de la Reforma de Córdova.
En ese sentido, se espera que la universidad pública arrope un movimiento académico con pensamiento político serio, para que no caiga en los extremos: la politiquería que desprecia al estudio, y el academicismo que no entiende la importancia de lo político, con líderes fanáticos e incultos, el uno; y líderes de papel, el otro, siendo ambos extremos una adulteración doctrinaria. En medio: las personas que no conciben la revolución social sin el estudio individual, ni los liderazgos sin la formación teórico-práctica.
De no ser así, los luchadores sociales ponen la sangre y los oportunistas inorgánicos dirigen las cosas cuando todo está consumado, lo que en el caso de la universidad pública sería que: ésta sea un laboratorio de la lucha social y que en las universidades privadas se recluten los funcionarios e intelectuales de la nueva sociedad. Sólo en el caso de que la fuerza de en medio se deslinde de los secuestristas, oportunistas y apáticos, será posible que la lucha social resuelva lo inmediato con los factores de lo mediato.
Para analizar los principios del “secuestrismo” (escisión del anarquismo) hay que estudiar sus acciones, no su discurso. Conociendo el significado abstracto de sus frases favoritas, hay que obviar ese significado y calar en el curso del pensamiento descontextuado que ha llevado a esta minoría (por uno u otro motivo, propio o ajeno) a adoptar precisamente esas y no otras acciones; hay que examinar el significado de sus acciones en el marco de la lucha en contra del pueblo en el terreno de los principios de la cultura política democrática. En ese caso, la influencia sobre los estudiantes emana “de un factor de la sociedad extraño a ellos”: la intelectualidad anárquica y oportunista. Esta es una tendencia de la inercia ahistórica en detrimento de la organización histórica, deteriorando la calidad académica e institucionalidad construidas por la propia comunidad universitaria.
La anarquía al interior de la universidad pública –como espacio de la revolución social- hace olvidar que las acciones justas demandan de disciplina, la que para el combatiente, en tiempos de guerra, es defender la trinchera; para el político, en tiempos de transición, es mantener limpias las manos; para el trabajador, en la nueva sociedad, es ser un ejemplo a emular, ya que de ello dependerá el aumento de la productividad; y para el estudiante revolucionario, en cualquier tiempo, es ser un buen académico. Así de simple.
* renemartezpi@yahoo.com
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