Manuel Hinds.03 de Septiembre. Tomado de El Diario de Hoy.
Usted seguramente habrá oído de esto que suena muy moderno: política industrial, que hará toda la diferencia en términos de crecimiento una vez que el gobierno la diseñe y la ponga en práctica. La idea no es ni nueva, ni moderna ni exitosa.
¿Qué es una política industrial? Un ejemplo muy claro, que le puede dar el contexto de lo nueva y moderna que es la idea, es la puesta en práctica por Jean Baptiste Colbert, Marqués de Seignelay, Ministro de Hacienda de Luis XIV de 1665 a 1683. El propósito de su política industrial, por supuesto, era industrializar Francia para que su economía fuera tan potente como la monarquía absoluta de su soberano. Con tal propósito, Colbert escogió una serie de industrias (en lenguaje salvadoreño le "apostó" a una serie de sectores industriales) y les otorgó beneficios que aseguraban que tuvieran muchas utilidades. Como en toda política industrial convencional, estos beneficios incluían exenciones de impuestos, préstamos otorgados por bancos nacionales a tasas de interés más bajas que en el mercado, protección contra la competencia extranjera y otros subsidios variados. Al mismo tiempo Colbert estableció los salarios que iban a pagar los obreros que trabajaran en las empresas escogidas en la política industrial, y los estándares de calidad que tendrían los productos de éstas.
Colbert también estableció un sistema de licencias, que el gobierno otorgaba y que eran necesarias para producir, distribuir o vender los productos más importantes. Con esto Colbert se aseguró de dos cosas: Una, que los beneficiarios de la política industrial harían grandes ganancias porque no tendrían competencia ni extranjera ni local, ya que él no otorgaba muchas licencias. La otra era que sólo los empresarios que él decidía podían agenciarse estas utilidades.
Todo parecía supermoderno, en el concepto de supermoderno que los que aspiran a controlar la economía nos quieren vender. Los resultados, sin embargo, no fueron muy alentadores. Francia no se industrializó sino hasta más de ciento cincuenta años después, cuando eliminaron estas políticas. Por supuesto, los amigos de Colbert se hicieron enormemente ricos sin mayor esfuerzo, ya que sus utilidades no provenían de su eficiencia sino de regalos que les hacía el gobierno. Como tenían estos subsidios asegurados, no tenían que industrializar al país para enriquecerse. La economía se estancó bajo la influencia de estos magnates que adquirieron enorme poder político y que por supuesto se oponían a cualquier reforma para mantener sus privilegios. El atraso de la economía y la inmovilidad social creada por los privilegios otorgados por la política industrial de Colbert, se convirtieron en dos de los factores principales que dispararon la Revolución Francesa en 1789.
Mientras esto sucedía, la isla capitalista que está frente a Francia, en la cual no había ninguna política industrial ni intervención estatal en la economía, en donde las empresas se financiaban en el mercado de valores (que se reunía en una acera) y con financiamientos privados, sin subsidios, en donde cada quien tenía la libertad de establecer el negocio que quería y hacerlo como quería, se convirtió en la cuna de la revolución industrial y se encaminó a ser el país más poderoso del mundo por más de un siglo, después de derrotar a Napoleón en Waterloo en 1815.
Inglaterra, un país más pequeño que Francia, adquirió este enorme poder porque por más de setenta años fue prácticamente el único país industrial en el mundo, y eso lo logró porque, diferente de Francia y otros países europeos, era una economía capitalista y liberal. Fueron estas características las que hicieron que en un mercado libre, lograra lo que Francia no pudo hacer con todas sus políticas industriales: convertir al país en una potencia industrial.
Si a usted le parece un poco lejano el fracaso de la política industrial de la Francia absolutista, podemos visitar dos fracasos mucho más cercanos: Uno es el de China, que, siendo comunista desde 1949, tenía una política industrial extrema: todas las industrias eran estatales, y el gobierno tomaba todas las decisiones. Por cerca de treinta años China sufrió de un estancamiento económico paralizante bajo este régimen. Entonces, bajo Den Xiaoping, el Partido Comunista decidió seguir controlando políticamente al país pero liberalizó la economía, convirtiendo así a China en un país capitalista desde el punto de vista económico. Fue en este momento que el milagro chino comenzó. La libertad del mercado es lo que impulsó al país a crecer a las tasas récord que ha tenido en los últimos veinte o treinta años.
El otro ejemplo es India. Después de su independencia en 1948, el país tuvo políticas industriales muy parecidas a las de Colbert: grandes subsidios, exenciones impositivas, licencias de producción. Por cuarenta años India también se estancó bajo estas políticas. Fue hasta principios de los noventa que el gobierno decidió abandonar las políticas industriales y liberar la economía, que India comenzó a crecer a las tasas altas que ahora tiene.
El factor común que une los fracasos de la Francia de Luis XIV, la China Comunista y la India planificadora, es la intervención estatal en la economía con subsidios, licencias y otros instrumentos para concentrar el poder económico en pocas manos. El factor común que tienen las cuatro historias de éxito en este artículo es que comenzaron a crecer rápidamente, cuando decidieron liberalizar sus economías, hacerse abiertamente capitalistas y competir en los mercados internacionales.
En los tres casos, como en muchos otros, la libertad del sistema capitalista liberal es lo que causó el desarrollo. Esta es una de las cosas que tenemos que aprender con respecto a las políticas industriales. La otra es no dejar que nos cuenten las historias al revés. En Inglaterra, en Francia, en China y en India —y en muchos otros casos— lo moderno ha sido el capitalismo, y lo anticuado las políticas intervencionistas, que son consistentes con regímenes absolutistas.
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