La delincuencia, como las pestes, termina por invadir todo espacio, todas las zonas de las ciudades, los pueblos, las aldeas y la campiña. Y lo que afecta a un grupo o sector, repercute en el resto
02 de Septiembre. Tomado de El Diario de Hoy.
A todos, incluyendo a los propios criminales, les afecta la criminalidad, indistintamente de donde vivan, de la seguridad que tengan o no tengan, de lo que hagan o dejen de hacer. A esto se agrega que la criminalidad desbordada que victimiza a nuestro país desde los años Setenta también cobra su cuota de dolor entre los mismos criminales, pues muchos de los muertos son pandilleros por quienes sufren sus familiares y amigos.
La delincuencia, como las pestes, termina por invadir todo espacio, todas las zonas de las ciudades, los pueblos, las aldeas y la campiña. Y lo que afecta a un grupo o sector, siempre repercute en el resto. Cuando en las décadas de los Setenta y los Ochenta secuestraban e inclusive asesinaban a empresarios, una de las consecuencias fue que los trabajadores de las empresas que dirigían las víctimas perdieron sus empleos y fueron forzados a emigrar.
Hay zonas más seguras que otras, familias con la posibilidad de protegerse, como asimismo grupos que se ven obligados a soportar en sus vecindarios a criminales. Pero cuando la seguridad se va perdiendo, la población entera sale afectada por la baja en el bienestar que provoca, porque pronto la delincuencia termina por llegar hasta el último rincón de un territorio.
Las fuentes de empleo y el movimiento económico sufren en gran medida por la delincuencia, no sólo por el alto costo de contratar seguridad propia, sino también porque se vuelve en extremo riesgoso abrir y mantener negocios en zonas bajo ataque de las pandillas. En muchas áreas populares de nuestras ciudades, debido a las extorsiones y atropellos a los pequeños comercios, las tiendas, pupuserías, talleres de costura, salones, etcétera, han tenido que cerrar o emigrar, lo que afecta a sus clientelas. Es obvio que la pobreza se incrementa, el empleo se reduce y los servicios públicos se deterioran, como ocurre ahora en el campo de la salud y mantenimiento de la red vial.
Comer sin que antes otro pruebe el plato
Nadie quiere vivir encerrado, dentro de muros, en permanente estado de alerta, ya se trate de personas "con todas las comodidades" o de los desdichados pobladores de colonias plagadas de delincuentes, como en ciertas áreas al norte de San Salvador donde salir de noche es correr un grave riesgo y salir de día un tanto menos. Más y más familias quedan prisioneras en sus hogares por la noche pues las bandas merodean por calles y pasajes aledaños.
La gloria de las sociedades libres que son asimismo sociedades seguras, consiste en que prácticamente a cualquier hora se puede circular, sobre todo después del trabajo. Como contraste, en los países bajo asedio del crimen, como en las dictaduras, el encierro es la regla. Sólo pensemos en la clase de vida que llevan déspotas como los hermanos Castro o ese sol de sabiduría, aristócrata del intelecto que es Hugo Chávez Frías: no pueden ir a una Plaza Mundo ni comer en un restaurante de moda, pues el aparataje de seguridad que los acompaña lo vuelve imposible, además de que en La Habana no hay centros comerciales como en El Salvador o Lisboa.
Tampoco los dictadores pueden viajar cuando se les antoja, ir de paseo solos por las lindas calles de Buenos Aires, o comer algo que no haya probado antes uno de sus esbirros para asegurarse de que el alimento no está envenenado.
elsalvador.com :.: A todos en un país victimiza la delincuencia
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