Contra Punto-Despenalizar el aborto: qué implica y a qué nos compromete - Noticias de El Salvador - ContraPunto

 Carlos Molina Velásquez.05 de Septiembre. Tomado de Contra Punto.

SAN SALVADOR-Cuando leemos opiniones acerca de la despenalización del aborto, transitamos de una zona llena de cifras sobre mortalidad materna y apelaciones al derecho de las mujeres sobre sus cuerpos, hacia otra en la que predominan las diatribas religiosas y las fotografías de fetos saludando a la cámara. Tanto quienes están a favor como quienes se oponen nos regalan con toda clase de explicaciones, datos o puros cuentos, pero no es raro que nos extraviemos entre tantas razones que, por otra parte, obedecen a lógicas diferentes o apelan a criterios morales distintos.
Claro que es mejor que encontremos argumentos y no insultos. No obstante, si no disponemos de un poco de tiempo para observar con calma las ideas del debate, podríamos terminar diciendo que “cada quien tiene su idea sobre el tema” o que “al final cada uno hará lo que le plazca”, y no habríamos avanzado nada. Lo cierto es que, si los argumentos no nos ayudan a decidir dónde debemos situarnos, habremos perdido el tiempo.
Hay que comenzar diciendo que el aborto es un fenómeno complejo, en primer lugar, porque el desarrollo de un embrión hasta su nacimiento pasa por diversas etapas, a lo largo de un tiempo considerable, pero también porque la eliminación del producto de un embarazo puede estar motivada por causas distintas, algunas de las cuales podrían parecer más razonables y legítimas que otras.
Son precisamente los opositores a la despenalización del aborto quienes no aceptan la complejidad de la cuestión, proponiendo que no hay que hacer distingos o que si los hacemos estaríamos “justificando lo injustificable”. Más allá de que esa manera de hablar no dice nada en absoluto, no podemos ignorar que la estrategia de tales opositores ha logrado impregnar el imaginario popular, explotando sus vertientes más oscuras. 
Algo similar sucede con ciertas encuestas en las que se hacen preguntas generales, como si estás de acuerdo con el aborto o si estarías dispuesta a practicarte uno. Dada la apabullante propaganda en contra —en la que participan líderes religiosos y políticos, profesionales de la salud, los medios de comunicación más influyentes, y toda una legión de fanáticos—, no es extraño que la mayoría diga que se opone al aborto. Es como si te preguntaran si es correcto darle una paliza a tu madre. Pero también es cierto que nadie en sus cabales diría que desearía abortar o que le interesaría “promover el aborto”. Por eso es esencial que aclaremos primero sobre qué hay que debatir, si queremos que sea una discusión seria y no un conjunto de disparates.
Antes que nada, es importante decir que no existe en realidad ningún debate entre “abortistas y antiabortistas”. Esta manera de hablar es una invención creada por los grupos “pro vida” y otras organizaciones conservadoras que han tomado al aborto como bandera reivindicativa, en parte para desembarazarse de su tradicional imagen de opositores a los derechos humanos (una fama ganada a pulso, dicho sea de paso). Pereciera que quieren ocultar su pasado diciéndonos que libran su propia batalla contra una oscura y malvada conspiración, y no contra hombres y mujeres con ideas contrarias a las suyas.
Defender la despenalización del aborto no equivale a ir por ahí promoviéndolo. Lo que se defiende es el derecho de las mujeres a decidir sobre el destino del producto de su embarazo, lo cual también podría suponer que se les aconseje evitar el aborto siempre que sea posible. Esta postura es congruente con el hecho, ampliamente documentado, de que la defensa de la despenalización va acompañada de la promoción de una educación sexual libre e informada, y mediante el acceso a métodos anticonceptivos. Más bien, es en el otro bando, el de los opositores al aborto, en donde suele haber una férrea oposición a esas alternativas, mientras se dedican a propagar “soluciones” como la abstinencia forzosa “antes del matrimonio” (sic) o métodos de planificación que exigirían de “los casados” una conducta sexual propia de Simeón el Estilita.
En cualquier caso, estar a favor de la despenalización no significa que se piense que el aborto es algo “bueno”: siempre sería mejor no hacerlo, pero debemos reconocer que es la única opción que tienen muchas mujeres para lograr, para sí mismas y para sus hijos e hijas, vidas plenas y felices, e incluso la garantía de su misma supervivencia. Fuera bueno que no hubiera necesidad de recurrir a un aborto, pero carece de realismo la negación de su legitimidad moral y la insistencia en su penalización legal.
¿Por qué  sostengo que es legítimo el aborto? Vayamos por partes. Un aborto realizado antes del segundo trimestre del embarazo seguramente no necesita de una justificación basada en un evento especialmente grave (como el que la vida de la mujer esté en peligro, por ejemplo), debido a que los embriones con este grado de desarrollo no poseen siquiera la característica más fundamental que podría servir para justificar nuestra obligación de preservar su vida: estos embriones son incapaces de responder a su entorno y no manifiestan sensibilidad, propiamente hablando. No sólo se trata de seres vivos que no tienen conciencia ni son capaces de razonar, hablar o manifestar algún tipo claro de interés en prolongar su vida (como sucede aún en los siguientes estadios del desarrollo embrionario), sino que incluso sería imposible que experimenten dolor o sufrimiento de cualquier tipo, mucho menos que puedan emitir “gritos silenciosos” o cualquier fantasía semejante.
El momento en que se realiza el aborto es importante, sin duda. Por eso muchas legislaciones señalan con claridad que debe practicarse durante el primer trimestre, aunque hay otras que son más permisivas, pues aluden a la ausencia de otros rasgos básicos de las personas —conciencia, raciocinio, lenguaje, intereses— incluso en las etapas finales del embarazo, o se centran en un razonamiento basado en las consecuencias globales benéficas de la medida que se propone: si las estadísticas muestran que con la despenalización total del aborto se produce menos mortalidad materna e incluso menos abortos que con su penalización, entonces no sólo es legítimo sino incluso moralmente obligatorio hacer lo primero. 
Hay ocasiones en las que se justifica la interrupción del embarazo en una etapa posterior del desarrollo embrionario. Es el caso del aborto “eugenésico”, el cual debe practicarse porque sabemos que el embrión padece graves malformaciones que le impedirán vivir de manera sana, plena y feliz. Claro que habría que analizar cada situación particular, pues no es lo mismo un niño con síndrome de Down (que podría alcanzar una vida feliz y satisfactoria, aunque sería una considerable carga para unos padres con pocos recursos o sin la suficiente disposición anímica para proporcionársela) que una bebé anencefálica (producto sin cerebro que apenas lograría sobrevivir algunas horas o días, si es que no nace muerta). Puede verse con claridad que la legitimidad e incluso obligación de practicar el aborto eugenésico no se basa únicamente en la obligación de proporcionar bienestar a la mujer, sino también porque es lo más conveniente para el producto del embarazo. 
Cosa distinta es el aborto “ético”, es decir, la interrupción de un embarazo que es consecuencia de una violación. Ésta es una razón más que suficiente para justificar la interrupción del embarazo, ya que la vida de la mujer podría verse perjudicada profunda y cruelmente si se le obliga a terminar la gestación, sobre todo si es menor de edad. Pero la despenalización no obligaría a practicar el aborto, sino que garantizaría que la mujer pueda tomar ella misma la decisión que contribuya mejor a su felicidad. Es comprensible que, ante situación tan monstruosa como una violación, se subordine cualquier posible o supuesto bienestar del embrión al bienestar de la mujer, precisamente porque consideramos que la vida de ésta es mucho más valiosa, plena, llena de sentido y porque nos sentimos más obligados a protegerla.
Es el aborto “terapéutico” el que podría gozar de mayor “tolerancia”, incluso entre quienes condenan tajantemente los otros casos mencionados. Se trata de la interrupción del embarazo que tiene como fin salvar la vida de la mujer. Parece obvio que la vida de una mujer —no necesariamente una vida feliz, plena, etc., sino su mera supervivencia— debe ser considerada más valiosa que la del producto del embarazo. No obstante, El Salvador es uno de los pocos países en los que se penaliza esta clase de aborto. Suena extravagante que la vida de un embrión pueda siquiera “compararse” con la de una mujer, adulta o adolescente, ya no digamos que se defienda que para salvar al embrión es “bueno” o “correcto” sacrificar a la mujer. Una verdadera infamia.
Ya hemos visto que el tema es bastante complejo y sería un error gravísimo cargárselo exclusivamente al presidente, a los congresistas o a los magistrados, sobre todo si, salvo algunas raras excepciones, no parece que tengan una idea clara sobre él, ya no digamos unos mínimos planteamientos razonables. Es evidente que será necesaria la participación de un número significativo de especialistas, organizaciones sociales, instancias gubernamentales, universidades y centros de formación de opinión que manejen información fiable y actualizada, y que tengan la pericia y buena disposición que requiere la gravedad del asunto.
Como sugerí  al inicio, estamos obligados a definir nuestra posición moral y no podemos aceptar que da lo mismo cualquier cosa. Eso sería un fracaso para nosotros como sociedad y generaría graves repercusiones. No vale decir cosas como “allá cada mujer con su decisión”, ya que lo que pueda o deba hacer una mujer implica éticamente a cualquier otra que pudiera hallarse en una situación semejante. Además, el aborto involucra moralmente a muchas más personas: no sólo al cónyuge, los amigos o parientes cercanos, sino a médicos, enfermeras, parteras, abogados, e incluso a sacerdotes, monjas, pastores, y un largo e incómodo etcétera. 
¿Qué importancia tiene que la vida de mi pareja no sea la prioridad del médico, en el caso de que su embarazo la pusiera en riesgo? ¿Es justo que me niegue a practicar el aborto que solicita una joven que fue preñada por su padre abusador? A la madre que busca mi ayuda espiritual, ¿debería aconsejarle que prosiga con el embarazo, aún si sabemos con certeza que su producto será un bebé anencefálico?
Los salvadoreños y salvadoreñas debemos comprometernos con una postura clara frente al tema de la despenalización del aborto, y lo más adecuado es que busquemos algo mejor que historias sentimentaloides o versículos bíblicos sacados de contexto. Seguro supondrá que abandonemos “el espíritu borreguil” —la insidiosa costumbre de guardar el cerebro en un cajón, a la espera de que algún otro haga las reflexiones y tome las decisiones que yo debo tomar—, y nos pongamos a leer y a reflexionar con argumentos racionales. Una discusión sobre la despenalización del aborto será más productiva y sensata si incluye al mayor número de participantes y, de ser posible, a las diferentes visiones sobre el tema, lo cual podría requerir un diálogo con personas que no nos simpatizan en absoluto. Pero eso sería preferible a dejar que algún funcionario, no necesariamente el más inteligente, decida por nosotros.

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