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2010/08/18

EDH-Prohibiciones inquietantes

 Federico Hernández Aguilar.18 de Agosto. Tomado de El Diario de Hoy.

Voy a empezar esta columna diciendo que se equivoca mucho quien piense que el reciente intento de prohibición de las cachiporristas en los desfiles patrios es un asunto pueril, inofensivo, sin importancia alguna, y que por tanto existen temas infinitamente más urgentes a los que dedicarle un poquito de neuronas.

Es verdad que la sentencia que pesa ahora sobre las bastoneras es una nimiedad comparada con la escalada de violencia social que vivimos, pero en modo alguno deja de ser digno de atención el razonamiento sobre el que esta decisión ha ido tomando cuerpo, precisamente porque el autoritarismo (otra forma de violencia) también puede esconderse tras cierto tipo de dictámenes estatales.

Reconozco, dicho sea de paso, que tengo poca afición personal a las cachiporras. Simplemente no figuran en mi lista de espectáculos para ver y disfrutar. Tampoco encuentro asideros para otorgarles un estatus de "tradición cultural" que nos obligue a defenderlas por razones de identidad, como si sus antecedentes históricos fueran comparables a otras costumbres con mayor arraigo y más amplia trayectoria histórica.

No obstante lo anterior, me declaro totalmente en contra de que las cachiporristas sean prohibidas. Y por más que lo busco, no encuentro efectivo ninguno de los argumentos que hasta hoy han ofrecido las autoridades del ISDEMU o del MINED para sustentar semejante acción.

En un texto publicado en otro periódico, una de las funcionarias promotoras de la medida hizo esfuerzos encomiables por ilustrar su posición. Echando mano a una fábula oriental, en la que una lora repite la palabra "libertad" sin tener conciencia de que está presa en su jaula de oro, la autora del artículo se adelanta a legitimar las políticas que deben tomarse para evitar caer, dice ella, en ese "profundo miedo a la igualdad del que adolecen ciertas personas y grupos en El Salvador".

El planteamiento es hábil, pero se fundamenta en una suposición falsa, incluso peligrosa. Los seres humanos podemos creer que muchas ideas que manejamos, hábitos que asumimos o circunstancias que aceptamos nos hacen libres o iguales. Y al tomar decisiones en cualquiera de estos ámbitos, ¿de quién aceptaríamos la autoridad para decirnos que estamos equivocados? ¿Del Estado?

Dejando a un lado la implícita acusación de ingenuidad o complicidad que el artículo que comento endilga a quienes, por sobradas razones, adversan la prohibición, acudiré a un ejemplo extremo para darle vuelta al razonamiento y ponerlo a favor de la libertad individual.

Supongamos que una cachiporrista, en efecto, gusta de lucirse vanidosamente en los desfiles cívicos. En lugar de participar de los festejos con el interés de mostrar sus habilidades, lo hace por puro exhibicionismo. Retomando la fábula apuntada, diríamos que la chica es una lorita incapaz de percibir que existen valores mucho más importantes que la prisión dorada de su coquetería.

Según las respetables señoras del ISDEMU, la mano que debe abrir la jaula a aquella chica para que vuele libre, sin ataduras de ningún tipo, es la mano del Estado. Se asume que los padres de la muchacha, que son quienes mejor la pueden aconsejar, han fracasado en la misión de educar a su hija en la distinción entre el bien y el mal, y que por lo mismo debe ser el Estado, encarnado aquí por burócratas que responden a conceptos generados en organismos internacionales, el llamado a defender a la jovencita de sus propios errores.

El gobierno, en consecuencia, antes que alentar el sano debate público de estos temas, se convierte en la entidad que interpreta nuestras conciencias, califica nuestras costumbres y aprueba nuestras muy diversas escalas de valores, como si la libertad y la igualdad dependieran de una especie de "sello de autenticidad" en poder de algunas dependencias estatales.

Pero las autoras de este proceso contra las cachiporristas están convencidas de algo más: si la chica insiste en mantenerse dentro de su jaula dorada, al Estado le asiste todo el derecho de obligarla a salirse. Para ello, si es necesario, se puede utilizar la fuerza, que en el caso que nos ocupa estaba apuntando a una inapelable prohibición (detenida hace unos días por razones de "gradualidad").

Hay quienes se enojan porque algunos columnistas hagan referencia a regímenes tiránicos que empezaron su carrera de arbitrariedades precisamente atacando las "costumbres imperantes". Desde la China maoísta hasta la Venezuela chavista, son abundantes y pavorosos los ejemplos de naciones enteras que empezaron a perder la libertad a partir de prohibiciones muy semejantes a la que ahora enfrentan las cachiporristas en El Salvador.

Por el contrario, un gobierno democrático, respetuoso de las conciencias de sus ciudadanos, nunca procede a imponer criterios sin antes privilegiar el diálogo constructivo. Calificar o descalificar las decisiones libres de las personas es una competencia muy problemática en manos de quienes detentan el poder público. Y es bueno recordárselos cuando se les olvida.

elsalvador.com :.: Prohibiciones inquietantes

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