Editorial de El Diario de Hoy.Lunes, 1 de Junio de 2009.
En nuestra vida, dijo Karl Popper, es poco lo que podemos cambiar, y eso se tiene que hacer poco a poco. Deseamos al Presidente Funes suerte en sus propósitos y tranquilidad al recorrer la ruta que se ha trazado, pero lo duro de la crisis que abate el mundo y lo monumental de lo que se fija como meta, vuelve incierta su empresa.
Funes llegó a la Presidencia gracias a que en El Salvador existe una plena libertad de expresión, se toleran las ideas de todos y hay una tradición democrática arraigada: los previos gobiernos no intentaron perpetuarse violentando las leyes, ni trataron de sofocar a la oposición. Así como Funes asume hoy la Presidencia, esperamos que otra figura de distinta convicción ideológica tenga la posibilidad de sucederle dentro de cinco años.
Los sueños y las esperanzas juegan un gran papel en la marcha de los pueblos, pero siempre que estén atemperados por las realidades. Todos --pues nadie tiene el monopolio de las buenas intenciones-- quieren que la pobreza se supere, que los salvadoreños gocen de buenos servicios, que sean sanos y educados. Nadie puede tampoco pretender que sólo él se conmisera de las desgracias ajenas; nos consta, como periodistas y ciudadanos, que los cuatro gobiernos de ARENA, como los previos gobiernos que tuvo el país, hicieron muchísimo por mejorar el destino de la gente. Un método puede fallar, pero no es posible decir de antemano que el propio será exitoso; el tiempo es quien juzga. Juzga a través de cifras, juzga en las urnas y juzga también con los pies cuando la gente, como en Cuba, huye del poder.
La mayoría de salvadoreños, desde los empresarios hasta los más pobres, quieren que su tierra se transforme, que haya tranquilidad, prosperidad, buenos caminos, buenas escuelas, buenos hospitales y buen empleo. El emprendedor se beneficia cuando el poder adquisitivo de la gente se eleva; las familias ganan cuando sus vecindarios son más ordenados, seguros, limpios y bellos.
La diferencia la hace vivir en libertad
La gran interrogante frente a los proyectos de acción social que impulsan los gobiernos, siempre es: ¿De dónde saldrá el dinero? ¿De dónde saldrán los experimentados y honestos administradores de ese ingente gasto público? ¿Quiénes diseñarán las obras, comprarán la maquinaria, organizarán y entrenarán a los trabajadores, vigilarán y auditarán los gastos?
Mucho de lo que se promete se ofreció antes, incluyendo la formación de bancos estatales para aligerar el crédito a los pequeños y medianos empresarios, lo que tristemente fracasó, como el Insafi. Pasado el momento de la emoción, hay que someter al análisis racional cualquier programa de gobierno.
En su discurso, el Presidente Funes contrasta la prosperidad de los salvadoreños en Estados Unidos, con las penurias que sufren en su Patria. Es la misma gente, los mismos genes, la misma educación.
Muchísimo peor sucede con los cubanos que viven en Miami y los de La Habana, y fue el caso de los alemanes de Occidente y los alemanes bajo el comunismo.
¿Qué hizo la diferencia? A los salvadoreños les destrozaron su país en los Años Ochenta, lo que obligó a un enorme esfuerzo de reconstrucción física e institucional. Adicionalmente, en los Estados Unidos se vive bajo el Orden de Derecho, se respetan las libertades y se trabaja ciñéndose a una economía de mercado.
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