La comunidad internacional exige la restitución inmediata del presidente Manuel Zelaya, pero en Honduras lo espera una orden de captura. Este martes, Tegucigalpa fue testigo de una masiva manifestación de apoyo al nuevo gobierno, mientras la oposición intentaba reagruparse después de los violentos enfrentamientos del lunes por la tarde. El Ejército expande su control.
Escrito por Carlos Dada, Tegucigalpa, Honduras. 30 de junio de 2009. Publicada por El Faro.
Los simpatizantes del gobierno provisional de Roberto Micheletti se manifestaron esta mañana en el centro de Tegucigalpa por miles, en una demostración inmediata de que son más que quienes protestaban hasta ayer por la tarde en las inmediaciones del Palacio Presidencial demandando el retorno del depuesto presidente Manuel Zelaya.
Los manifestantes subrayaban algunos artículos constitucionales para justificar la ruptura del periodo presidencial de Zelaya, entre ellos el artículo 3: “Nadie debe obediencia a un gobierno usurpador ni a quienes asuman funciones o empleos públicos por la fuerza de las armas o usando medios o procedimientos que desconozcan lo que esta Constitución y las leyes establecen. Los actos verificados por tales autoridades son nulos. El pueblo tiene derecho a recurrir a la insurrección en defensa del orden constitucional”. Así explicaban que, al violar la constitución y las leyes intentando imponer un referéndum para modificar la Constitución, Zelaya se ganó ser destituido.
Es el mismo artículo constitucional que ayer lunes, en las inmediaciones del Palacio Presidencial, repartían sindicalistas y organizaciones populares para rechazar el golpe de Estado y exigir la salida inmediata de las nuevas autoridades hondureñas.
Hoy, aún golpeados por la refriega de ayer que los desalojó, apenas pudieron reunir a unos cientos de simpatizantes a unas tres cuadras del palacio presidencial. Ahí seguían resistiendo, animándose por los anuncios del regreso de su presidente y repitiendo por los megáfonos que no tienen miedo, que la lucha continua. En voz baja, apuraban: “Vámonos ya, que cuando esto se vacíe pueden venir a capturarnos”.
Son dos caras de una Honduras rota por una situación extrema, tensa y desafiante, por todos los bandos. Y son dos países distintos: el que se analiza y se decide en los foros internacionales y el que se vive aquí.
Desde Nueva York, el presidente depuesto, rodeado por toda la comunidad internacional, anunció su regreso a Honduras el próximo jueves, con la compañía de dos presidentes latinoamericanos y el Secretario General de la OEA. La Asamblea General de la ONU exigió, igual que la OEA y los presidentes del SICA, que Zelaya sea restituido inmediatamente.
En Tegucigalpa, el presidente interino Roberto Micheletti respondió que si viene será capturado, poco antes de que el fiscal general anunciara que contra Zelaya pesan 18 acusaciones delictivas que incluyen traición a la patria, y que a partir de hoy es un prófugo de la ley.
El Ejército, ese que tiene aquí más poder que en ningún otro país del istmo, se mantiene al menos en apariencia cerrando filas alrededor de las nuevas autoridades. Después de todo el golpe culminó por la fuerza de las armas, con el rapto y expulsión, fusiles de por medio, del presidente Zelaya. “Tuvimos que sacarlo del país para evitar una insurgencia, y el mundo tiene que entender que este es un problema de los hondureños que nos compete solo a nosotros resolver”, decía hoy un capitán del Ejército, quien pidió el anonimato porque no está autorizado por sus superiores para dar declaraciones. “Zelaya violó la ley y además quería dividir al Ejército, nos quería convertir en lacayos de Chávez.”
Ese mismo ejército es el que hoy flanqueaba al presidente Micheletti, mientras en un discurso hacia sus seguidores en el centro de la ciudad, repetía que la salida de Zelaya ha restaurado la democracia. Pero hoy, él es el único mandatario en el mundo que cree eso. La comunidad internacional lo acusa, justamente, de haber violentado el sistema democrático mediante un golpe de Estado.
Adentro, la fuerza de Micheletti radica en dos factores claves: el apoyo del ejército, que permitió su llegada al poder; y el apoyo político de casi todos los partidos, que estaban ya enfrentados con Zelaya.
Honduras se encuentra en un callejón sin aparente salida: si se imponen las autoridades interinas, este país, uno de los más pobres de América Latina, sufrirá un bloqueo económico internacional, sin fondos de cooperación ni petróleo a bajos precios; aislado políticamente y con una resistencia interna que será controlada con la utilización del Ejército, como ya empieza a suceder. Si en cambio, Zelaya, acuerpado por la comunidad internacional, regresa al poder, es difícil prever cómo podrá controlar a un ejército que parece estar convencido de que la situación actual es lo que más le conviene. Este martes, Micheletti dijo que Zelaya intentó negociar con algunos militares su regreso al país, y que ellos le colgaron el teléfono.
El ejército ha vuelto a las calles en Honduras. Controla avenidas en la capital, el aeropuerto y se despliega territorialmente por todo el país. Los teléfonos de Tegucigalpa están bloqueados o controlados desde el lunes por la mañana, cuando las tropas se tomaron las instalaciones de Hondutel, la empresa telefónica nacional, como parte del operativo para controlar todas las instituciones públicas. Desde los teléfonos de los principales hoteles no se puede hacer llamadas locales ni internacionales, y el personal de los mismos asegura que están bloqueados desde la compañía. Algunos teléfonos celulares de otros países tampoco tienen el servicio de roaming.
Una radio y tres canales de televisión fueron cerrados por el Ejército desde el domingo, incluyendo el canal 8 estatal que apenas este martes reanudó transmisiones desde el Palacio Presidencial bajo el mando de nuevas autoridades.
La información desde los canales oficiales es entregada a cuentagotas y esta mañana, en la manifestación de simpatizantes del nuevo gobierno, por el megáfono los organizadores de la marcha comenzaron a denunciar a la prensa internacional por no aplaudir el derrocamiento. Los periódicos y los canales de televisión hondureños ni siquiera informaron la decisión de los presidentes centroamericanos de aislar política y económicamente al gobierno interino.
Desde el interior del país llegaban informes de las acciones del ejército: alcaldes fieles al presidente Zelaya capturados o huyendo mientras las tropas se toman la alcaldía. Así pasó en Trinidad, donde el alcalde fue capturado a pesar de que los pobladores intentaron protegerlo, según reportó, extraordinariamente, el Canal 6 local. Así pasó en San Pedro Sula, cuyo alcalde también fue capturado por haber apoyado la consulta popular que el presidente Zelaya pensaba realizar el domingo de su captura. En Tocoa, organizaciones civiles denunciaron la captura del alcalde y de un periodista. En Yoro, una fiscal denunció la captura de varios jóvenes y cuatro heridos en circunstancias aún no aclaradas.
La fiscal Sara Aguilar denunció también que la alcaldía de Olanchito está tomada, y varias capturas en Olancho.
Se habla de líderes políticos detenidos, o perseguidos, o exiliados a la fuerza como la canciller del gobierno de Zelaya que fue secuestrada y puesta en un avión con destino a México sin que nadie le presentara una orden judicial para tal acción. “Quienes estamos en contra del golpe estamos siendo reprimidos”, dijo la fiscal.
Marvin Ponce, diputado de Unión Democrática Nacional, el partido más afín al Zelaya del último año en la presidencia, ha denunciado que el líder del partido, César Ham, tuvo que abandonar el país ante amenazas de fuerzas de seguridad. “Mi casa está siendo merodeada por policías, y yo ya saqué a mi familia”, dijo. “El domingo que invistieron a Micheletti nos buscaron para capturarnos”.
Zelaya abandonó el poder con un deterioro en sus índices de popularidad, con un poder disminuido por sus enfrentamientos con el empresariado y los políticos dominantes y con las reservas de buena parte de la comunidad internacional que veía con sospecha su discurso populista, su cercanía con Chávez y sus ambiciones de conseguir la reelección. Hoy, derrocado, cuenta con el apoyo unánime de todos los países del mundo. Y también de aquellos hondureños que no ven con buenos ojos el retorno de los días de golpes en este país.
“El movimiento social está muy dividido, pero esta coyuntura nos ha unido”, dice Hermes Reyes, un joven miembro del Movimiento por la Dignidad y la Justicia. “No tenemos capacidad de respuesta, no podemos hacer una resistencia exitosa. Ni siquiera podemos medir lo que nos viene. No es momento de pelear”.
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