Se dará sin duda un pulso entre la situación interna y la presión externa. De cómo se resuelva en definitiva este pulso dependerá cómo salgan de esta prueba todas las fuerzas envueltas en el caso.
Escrito por Opinión.Martes 30 de junio de 2009. Publicado por La Prensa Grafica.El pasado domingo, el Presidente Zelaya fue sacado violentamente de Honduras por un operativo militar. El Congreso, ese mismo día, lo sustituyó en forma unánime, nombrando como mandatario al Presidente del mismo Congreso. El antecedente había sido el tozudo empeño presidencial de llevar a cabo una “consulta” pública, en las urnas, sobre la eventual convocatoria de una Constituyente, a lo cual se oponían prácticamente todos los poderes establecidos. En el camino, el Presidente había entrado en conflicto con las Fuerzas Armadas, al destituir al Jefe del Estado Mayor Conjunto. La Corte Suprema restituyó al militar en su puesto. El sábado, Zelaya dio por superado lo peor de la crisis. En la madrugada del domingo, era expulsado por la fuerza.
La sucesión de los hechos es un catálogo de acciones que lindan con lo absurdo. ¿Cómo pudo pensar Zelaya que podía hacer prevalecer su omnímoda voluntad contra todos los otros poderes, sin el apoyo de ningún partido, ni siquiera el suyo, y luego de provocar gravemente al mando militar? ¿Qué hizo la institucionalidad, aparte de pronunciamientos, para resolver efectivamente semejante crisis? ¿Qué seguridades tuvieron las Fuerzas Armadas para actuar como lo hicieron, aparentemente sin medir consecuencias estratégicas?
Ha quedado en evidencia que el presidencialismo desbordado es un riesgo real, aunque en algunos países latinoamericanos se pueda creer lo contrario. Ha quedado en evidencia que la institucionalidad no es fuerte por sí misma: tiene que desarrollar mecanismos de eficacia en momentos de crisis. Ha quedado en evidencia que el poder militar sólo está debidamente bajo control cuando la institucionalidad le sirve de freno y se frena a sí misma.
El factor internacional
Ahora el caso hondureño se mueve en dos escenarios, que medirán fuerzas de inmediato. Internamente en Honduras, parece que las cosas van entrando en una fase de control por lo que dominan la situación, aunque esto también pudiera ser un espejismo momentáneo. Externamente, el repudio internacional por lo que ha pasado se ha manifestado hasta ahora con clara unanimidad, pero falta por ver cuáles serán los efectos reales de esta actitud.
En los tiempos que corren, nadie puede ser ajeno a los entornos en que se mueve. Una condena internacional como la que se nota en estos momentos pareciera conducir a un aislamiento total, si no pueden operar mecanismos que por la vía del entendimiento le busquen vías de reversión a la crisis. En otras palabras, también está en juego la efectividad de la presión internacional, dentro de los márgenes diplomáticos y políticos. Se dará sin duda un pulso entre la situación interna y la presión externa. De cómo se resuelva en definitiva este pulso dependerá cómo salgan de esta prueba todas las fuerzas envueltas en el caso.
Pasado el primer momento de las reacciones y las condenas, tendrá que venir el momento de los resultados. La situación se ve difícil de resolver satisfactoriamente, porque en la interioridad de Honduras justamente lo que llevó al estallido fue la imposibilidad de acercar posiciones ni siquiera en lo mínimo. Y externamente tampoco hay formas preestablecidas para sentar soluciones en casos como éste.
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