Carlos Abrego.01 de Septiembre. Tomado de Raices.
La masacre de Tamaulipas ha consternado a la gente que descubre en las pantallas de la televisión la muerte multiplicada de los emigrantes. Este descubrimiento súbito, que irrumpe en los hogares, indigna. Es también el momento en que surgen los grandes de nuestro mundo a mostrarse lacrimosos, compungidos y, por supuesto, alarmados, indignados también. Hacen declaraciones, condenan, prometen, se conduelen. Algunos hasta aprovechan para levantar el polvillo de alguna polémica. Esta indignación mediática, de fachada, sirve para muchos de catarsis.
Pero esta mascarada no los purifica, no les quita de encima su responsabilidad directa en lo que ha sucedido en Tamaulipas y en la interminable lista de muertes anónimas, que no se asoman a las primeras planas, porque no son espectaculares, pero que son tan numerosas, tan compactas que forman el cuerpo del tenebroso témpano, del cual la masacre de Tamaulipas es una de sus crestas.
He hablado de responsabilidad directa. Pues las decisiones que toman los dirigentes de gobiernos, de empresas, de partidos políticos repercuten directamente en la vida diaria de la gente. Es esta vida llena de precariedades, de sufrimientos, de privaciones la que en la desesperación hace surgir el sueño, la ilusión de otra vida, de la posibilidad de otro tipo de indigencia, de otro tipo de precariedad, la vida ilegal y arriesgada en los Estados Unidos. Saben que irse de sus países hacia el “paraíso” no prometido, es un calvario lleno de azares, pero sobre todo de adversidades. El paraíso tiene muchos ángeles guardianes enviados por los grandes jefes de Washington a las orillas cercadas, alambradas, pero aún más allá de ese muro que separa dos mundos, los ángeles se convierten en demonios por arte de tratados y advertencias amenazadoras del Gran Gobierno.
El absurdo sueño surge de la miseria, la insoportable miseria que desvaloriza la vida, que el famoso grito de la ranchera mexicana, “la vida no vale nada”, se vuelve tan real, pero al mismo tiempo angustiante en la vida de todos los días, en la que no hay trabajo, en la que hay que salir a ver si se halla algo, una oportunidad, un algo que se sabe casi imposible. Ya no se trata más, para esas familias, de un temido día siguiente, es el hoy, este hoy en el que hay que dar de comer a los hijos, que es insoportable.
Es esta vida la que crea el flujo migratorio. Es esta vida la que hay que cambiar. La promesa de hacerlo se ha desvanecido en un palabrerío de justificaciones, que alegan que “no todo se puede hacer en un día, ni en un año”. Nadie ha hablado de cambiarlo todo de un solo tajo. Pero en esta actitud hay convicciones profundas, convicciones hostiles al cambio prometido. En esto no se puede andar tergiversando, yéndose por las ramas. La pobreza de nuestra vida no surge por generación espontánea. Esta pobreza antigua ha sido creada, ha sido producida por un sistema que no puede prolongarse, que no puede subsistir de otra manera. El puñado de oligarcas que acaparan riquezas, que viven en opulencia, que desperdician capitales, que destruyen siembras porque no son rentables, que prefieren exportar sus capitales a plazas financieras y que piden a los gobiernos siempre mejores condiciones para la inversión, la suya propia y la extranjera. Este puñado de oligarcas que crea monopolios y que clama por la libre concurrencia como la condición misma del sistema. Pero no se dan cuenta que ellos mismos entran en contradicción contra el libre mercado. ¿Cómo puede concurrir un vendedor ambulante frente a un monopolio de distribución?
La pobreza no es la misma en todas partes
Es necesario pensar en esto. La acumulación de riquezas por un lado crea miseria en el lado opuesto. Sucede en el ámbito nacional, pero también en el ámbito mundial, globalizado. La constante acumulación de capitales proviene del movimiento mismo del capital. Es una ley. Una ley implacable, es una ley que obliga a muchos capitalistas a desaparecer de la arena por los golpes bajos de sus contrincantes, las ofertas de compras, los ofrecimientos de alianzas y fusiones. Este movimiento hacia el monopolio conduce a destruir en los centros capitalistas unidades de producción, a dejar en la calle, sin empleo a millares de personas. Estos capitales expatrían sus empresas hacia lugares en donde la sobreexplotación es vista casi como una ayuda. Este sistema marginaliza a millones de seres humanos, hundiéndolos en la desesperación.
La pobreza no es la misma en todas partes. Pero siempre es pobreza, pues es relativa a la riqueza que la produce. En los centros capitalistas los pobres reciben ayudas, alguna recompensa, alguna migaja caritativa prodigada por el Estado Providencia, del que va quedando solo la sombra. Las garantías laborales, las condiciones de trabajo más o menos protegidas, todas las conquistas obreras son destazadas poco a poco de manera inclemente por el sistema. En estos grandes centros del capitalismo la pobreza también tiene como frontera la miseria. Los vagabundos, los chichipates, los pordioseros, los vendedores ambulantes surgen en los subterráneos del metro y aparecen también en los andenes, al lado de las vitrinas.
Los grandes medios de comunicación de masas reproducen los discursos explicativos de hombres políticos, que azuzan a sus compatriotas con el peligro exterior, con esas hordas de salvajes que huyen del hambre y que vienen a amenazar nuestro sistema de protección social, que vienen a poner en peligro nuestro modo de vida. El odio echa de nuevo sus raíces, la bestia parda se asoma de nuevo hasta en los ministerios, en los parlamentos. El discurso fascista se banaliza, la persecución de etnias, de migrantes es presentada como una necesidad para preservar las sociedades civilizadas. Este odio es regado con la cotidiana propaganda que vierte miedo y zozobra.
Esta realidad que se agrava de día en día, los grandes “pensadores” modernos nos la venden como una fatalidad. He dicho nos la venden, pues estos defensores del sistema no conocen otro dios que el mercado. Estos creadores de “explicaciones” nos dibujan guerras de civilizaciones, nos prometen la salvación con el fin de las ideologías y nos llaman a que nos admiremos de los grandes triunfos del capital reinante. Sí, el capital no está moribundo, pues después de cada agravación crítica, algunos monopolios salen revigorizados, sin preocuparse de los cadáveres que han dejado en la arena de la libre concurrencia.
¿Qué hacer? Siempre surge esta pregunta, en cada encrucijada es necesario responder, las respuestas tienen que ser siempre nuevas. Pero en el fondo se trata siempre de lo mismo, ¿cómo salir del atolladero, como rescatar a los que están naufragando? En nuestro país el sistema oligárquico es viejo. Los problemas sociales que padecemos son crónicos, recubren a toda la sociedad, están en todas sus instancias, se multiplican. ¿Puede este sistema aportar la solución a nuestros problemas? ¿No basta ya todo el tiempo de nuestra vida independiente para ver que es incapaz de hacerlo? Su incapacidad reside en que su objetivo primordial, su objetivo fundamental es la acumulación de riquezas. Sí, volvemos a lo de siempre.
El otro flujo: las remesas
La solución no está escondida. En nuestra historia dolorosa la hemos vislumbrado en muchas ocasiones. En nuestro país corrió la sangre en busca de realizarla, se forjaron proyectos, se creyó que estábamos cerca y poco a poco la esperanza se fue evanesciendo. No podemos negar que la lucha ha permitido que hoy existan nuevas condiciones, no todo quedó como antes de la guerra. Pero la transformación del sistema no llegó. No podía llegar, pues los mismos de siempre siguieron gobernando los destinos del país. Ellos nunca se propusieron cambiar nada de nada. ¿Ahora, qué podemos hacer ahora?
Es necesario nombrar claramente y sin ambages la solución, se trata de romper con el sistema. Desbaratarlo. Es urgente que entre los intereses que defiende el actual presidente, con sus desalianzas y nuevas alianzas, con su “nuevo” partido y su salida, una vez en la silla, su grupito de compadres y comadres, que le sirvieron a la oligarquía y le siguen sirviendo, que se apuntan en las clases que imparten la Banca Mundial y el FMI, con toda esa gente y con esas intenciones, no, no podemos romper con el sistema. Mauricio Funes se considera sobre todo y ante nada el garante de las “reglas del juego” capitalista. Su principal problema político es que la oligarquía y sus partidos políticos lo tratan como a un nuevo “cholero”. Por ahí se hincha como el sapo de la fábula, en otras se arrodilla, como si los patrones fueran nuevos mesías.
Nuestro problema de hoy consiste en que no tenemos partido revolucionario. El grupillo que se ha encaramado en la tarima, nos quiere adormecer con un estribillo conformista: “las condiciones actuales no se prestan”. ¿Han emprendido algo para cambiar las condiciones? ¿Pero acaso ahora no tienen ministros? ¿Cuándo se tuvo mejores condiciones para tomar directamente medidas sociales que limiten la explotación capitalista? “No tenemos todo el poder”, repiten. Entonces se trata de luchar, de ganarse a la gente hacia las posiciones de transformación, de llevar una lucha al interior del Estado. Prefieren esperar. Decretan ahora, que su gobierno del “cambio” es apenas de “transición”. ¿Hacia dónde, hacia qué? Silencio sepulcral.
Un argumento que se yergue es el resultado del flujo migratorio: “tenemos miles y miles de compatriotas en los Estados Unidos, no los podemos poner en peligro”. ¿En peligro de qué? Pero ¿acaso no estamos poniendo en peligro a todos los que se escapan del país, acaso esta masacre de Tamaulipas no viene a recordarnos a todos los muertos en el camino, a todas esas mujeres que se han visto obligadas a quedarse allí mismito, en la frontera, en Tapachula, en algunos de los pobres, destartalos prostíbulos o en lujosas tabernas de tolerancia?
¡Ah! no nos olvidemos del otro flujo: las remesas. El grueso de las remesas vuelve, ese dinero trae pasaje de vuelta. No voy a decir que es inútil, por supuesto que muchas familias logran satisfacer algunas de sus necesidades con esos envíos, pero los que resultan ganando son siempre los mismos: los bancos y los grandes comerciantes. Ese dinero llega desperdigado, llega a particulares para satisfacer necesidades particulares. No se puede encarrilar hacia otro destino, a otros fines. De todas maneras en nuestra sociedad que no genera ahorros, por su pobreza, toda entrada sirve para el consumo. Muchos denigran ese consumo, diciendo que esas familias “se gastan el pisto en babosadas consumistas”. Es posible. No obstante para muchas familias ese dinero les ayuda a sobrevivir.
Pero la cuestión que se plantea es ¿podemos hipotecar el destino del país a cambio de las remesas? No hace mucho, durante el gobierno de Saca, se llegó un experto de la Banca Mundial y disertó sabihondos consejos para nuestros gobernantes de entonces: uno de ellos era mejorar el nivel educativo de nuestra gente, darles una educación técnica suficiente para que fuera más fácilmente exportable. El resultado, predijo, será menos problemas migratorios y un monto superior de remesas. Este experto le sirve al capital, argumenta en beneficio del capital, como los consejeros del presidente Funes, que fueron a la misma escuela. Esta gente canta delante de la bandera con estrellas: “la propiedad privada fue su dogma y su guía”.
La contradicción fundamental
Los dirigentes del Fmln no tienen nada que oponerles, no tienen otro himno. Pues ellos aceptan convencidos, sumisos que no hay solución, que no hay salida. Los de arriba, los del Norte son muy fuertes, no podemos nada sin ellos, no somos nadie sin ellos. Lo que a duras penas podemos hacer, es darle una pintadita a la fachada del resquebrajado edificio de nuestra sociedad. Los cimientos putrefactos, que son los que generan la miseria, deben quedar intactos.
No se les puede hablar de estrategia, no se les puede mencionar la contradicción fundamental entre el capital y el trabajo. La opulencia oligárquica y la pobreza de los trabajadores son la contradicción que exige resolución a través de urgentes transformaciones sociales. Esta contradicción ha madurado, ha llegado hasta el extremo, esta contradicción antagónica, que mantiene en lucha a las clases sociales, es la que caracteriza la situación actual de crisis de sistema social y económico que reina en nuestro país. Esta contradicción que se encuentra en el desarrollo histórico de nuestra sociedad, que lo frena, la revolución debe resolverla, para abrirle el camino a otra sociedad, a una nueva construcción social que ha sido preparada por el mismo desarrollo social. El parto de esta nueva sociedad obligatoriamente va a ser doloroso, la vieja sociedad resiste, se nutre de su pasado, de la fuerza que le da la situación dominante de la oligarquía. Por eso es necesario que nuestro pueblo vuelva a erguirse con toda su fuerza, vuelva a tomar la iniciativa.
La peor masacre es la que seguimos cometiendo al soportar una sociedad que ha caducado, que obstaculiza nuestro desarrollo de nación, que nos encierra en la dependencia, que no puede aportar ninguna solución radical a nuestros males. El pueblo debe reconquistar sus medios y sus instrumentos, es eso lo que ahora está planteado.
Carlos Abrego, intelectual salvadoreño residente en Francia, es colaborador de Raíces.
Carlos Abrego
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