La expresión es bien conocida por los migrantes centroamericanos. “Pinches güeyes, muertos de hambre”. El infierno comienza al pasar la frontera entre Guatemala y México. “Todas las centroamericanas son putas. Todos esos chavos son maras”. Pero no hay opción: quien quiera alcanzar el “sueño americano” tiene que cruzar todo México.
Escrito por Miguel Huezo Mixco.02 de Septiembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
Para sortear agresiones, maltratos, secuestros, violaciones, robos, explotación, los migrantes tratan de volverse invisibles, viajan de noche, se ocultan en los montes y se internan en caminos de extravío en terrenos poblados por toda clase de fieras.
(Yo me asomé una vez a ese abismo. Salía de una guerra de diez años y creía haberlo visto todo. Llegué hasta Tapachula. Luego hice mi peregrinación hasta “el muro de tortilla”, en Tijuana. Me di cuenta de que nuestra historia es como un collar de cuentas inyectadas con sangre.)
Así es la vida de los migrantes centroamericanos en México: “discreta, fugaz y anónima”, tal como la ha descrito Rodolfo Casillas, un estudioso que ha mapeado las rutas que utilizan nuestros paisanos en camino a Estados Unidos. Discreta, fugaz y trágica, agreguemos. La matanza en Tamaulipas es solo otra confirmación de que las migraciones centroamericanas constituyen una auténtica crisis humanitaria.
Estos pinches centroamericanos son “Los migrantes que no importan” (Icaria Editorial, 2010), como se titula el libro del periodista salvadoreño Óscar Martínez, que junto con los fotógrafos Edu Ponces, Toni Aranau y Eduardo Soteras –autores, a su vez, del libro de fotografías “En el camino” (Blume Editorial, 2010)– recorrieron centenares de kilómetros al lado de migrantes.
El libro de Martínez no hace retórica. Se va directo a los golpes. Comienza declarando que su libro fue producto de la rabia y de la miopía que miraba crecer en la rutina de las redacciones. Lo que sigue son historias hechas a golpes, como si estuviera cincelando la cara amoratada de una sociedad desesperada por sobrevivir, así sea bajando al propio infierno.
Sin dejar de reconocer los valiosos trabajos de periodistas que han escrito sobre este mismo tema, este libro es un punto y aparte. Nada tiene que ver con el testimonio. Se podría leer como una novela construida con varias líneas argumentales alrededor de personas que juegan con la muerte. Esta “ópera prima” de Óscar Martínez pertenece a la estirpe de obras como “Operación masacre” de Rodolfo Walsh.
“Los migrantes que no importan” retrata los numerosos ángulos de esa industria de la delincuencia, de la cual se lucran Los Zetas y también policías municipales, estatales y patrulleros. Unos y otros forman parte de una maraña maldita en la que participan poblados enteros convertidos en verdaderos nidos de ratas a la espera de los pinches centroamericanos para chuparles la sangre.
Unos 500 mil centroamericanos se internan cada año en esos parajes de muerte. La mayoría de ellos sufre algún tipo de abuso, especialmente las mujeres. Las atrocidades que se cometen allá contra nuestros paisanos son el sórdido revés del bordado de la admirable cultura mexicana. Pero si bien el sufrimiento de los migrantes ha llegado a límites intolerables y su situación en materia de seguridad es cada vez peor, no hay manera de que la transmigración por México se detenga.
Con sus propias características la tragedia de los centroamericanos en México es comparable a crisis humanitarias como las de Somalia y el Congo. Hasta ahora el Estado mexicano ha mostrado incapacidad y, a menudo, falta de voluntad para afrontar este problema. La solución no será mexicana: requiere atención integral, coordinada y amparada por una supervisión internacional. Ojalá que los muertos de Tamaulipas nos ayuden a entenderlo.
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