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2010/09/09

El Faro- La muerte del concepto de "maras o pandillas" - ElFaro.net El Primer Periódico Digital Latinoamericano

 Por Luis Enrique Amaya.09 de Septiembre. Tomado de El Faro.

Según el Diccionario de la Real Academia Española el término Concepto significa, entre otras acepciones, “Idea que concibe o forma el entendimiento”.  Definición significa, entre otras acepciones, “Proposición que expone con claridad y exactitud los caracteres genéricos y diferenciales de algo material o inmaterial”. Y el término Técnico significa, entre otras acepciones, “Dicho de una palabra o de una expresión: Empleada exclusivamente, y con sentido distinto del vulgar, en el lenguaje propio de un arte, ciencia, oficio, etc.”.

En tal sentido, desde un punto de vista técnico, todo concepto exige una definición que lo delimite, lo precise, distinguiéndolo de otros conceptos con otras definiciones. Esto es así debido a que los conceptos y sus definiciones son, en definitiva, herramientas intelectuales que nos ayudan a “capturar” la realidad, de manera que podamos analizarla y comprenderla parte por parte, discerniendo y separando unas cosas de otras.

Dicho esto, sospecho que el concepto de “maras o pandillas” técnicamente está agotándose, está perdiendo su utilidad analítica, está quedándose obsoleto para definir con nitidez a un grupo particular, diferente de otros. Este concepto es cada vez más confuso y, por ende, inútil. Este hecho no es de menor relevancia ni representa un desvarío academicista, ya que sobre la base de los conceptos y sus definiciones es que montamos estrategias de abordaje diferenciado de toda clase, diseñamos políticas públicas y delimitamos áreas de responsabilidad operativa y de rendición de cuentas.

De momento, por “maras o pandillas” se entiende todo tipo de personas. En cuanto a su edad, se incluye a niños, jóvenes y adultos; en cuanto a su raigambre socioeconómica, se incluye a personas en marginalidad social y a personas con exitosas empresas delictivas; en cuanto a sus fines, se incluye a grupos rebeldes o reivindicadores de causas sociales, a delincuentes comunes y a criminales organizados; en cuanto a su grado de vinculación, se incluye a familiares, simpatizantes, calmados y activos; en cuanto a su nivel de peligrosidad, se incluye a personas con posibilidad de ser reinsertados en la sociedad y a personas que jamás podrán volver a la vida social lícita; es más, hasta en cuanto a su vestimenta, se incluye a gente que viste “tumbado”, gorras hacia atrás y tatuajes, del mismo modo que a personas de “traje y corbata”. Tal como se comprende ahora, las “maras o pandillas” constituyen un grupo demasiado diverso, extenso y disímil al punto que el concepto ya no sirve para efectos de análisis técnico, puesto que no expone con claridad y exactitud todos los caracteres genéricos y diferenciales.

Proceder con tal enredo en el uso de los conceptos equivale a tomar la canasta del mercado y pensar que hay que hacer exactamente lo mismo con todo su contenido, mezclando los jabones de baño junto con las frutas en el refrigerador; o a engavetar en la alacena los quesos y las verduras con los desinfectantes de pisos.

Si dentro de la categoría de “maras o pandillas” se mete, por un lado, a colaboradores y miembros directos del crimen organizado, lo que hay que hacer con las “maras o pandillas” son ciertas cosas, más propias del ámbito policial, fiscal y judicial, con miras a darles persecución y captura, además de desmantelarles patrimonialmente sus estructuras financieras. En este caso, como he dicho antes, es preciso aprovechar la facultad de auditar las empresas que sean sospechosas de lavar dinero y la de fiscalizar el peculio de los funcionarios públicos, sabiendo que la cúpula empresarial deshonesta y los políticos corruptos son los mejores amigos de los criminales organizados, y que sin ellos estarían ahogados.

Si, por el contrario, en la categoría de “maras o pandillas” se pone a grupos de jóvenes rebeldes que buscan expresarse críticamente contra el “sistema”, pues lo que hay que hacer son cosas bien distintas con las “maras o pandillas”, tales como habilitar una política social incluyente que genere oportunidades de desarrollo real, en materia educativa, de salud, empleo, vivienda, recreación, etcétera.

De acuerdo a la experiencia que ha acumulado el país en esta materia, lo cierto es que sabemos que las “maras o pandillas” incluyen a ambos tipos de grupos (y a todos sus puntos intermedios). Así, al interior de las “maras o pandillas” conviven importantes narcotraficantes y niños desorientados; empresarios delictivos visionarios y muchachos que buscan sacar algo de dinero para el día; hombres de armas de grueso calibre y jovencitos con cuchillos de cocina; personas irrecuperables para la sociedad y personas perfectamente rescatables. En suma, se trata de un enorme grupo que, bajo un mismo concepto, aglutina a perfiles en exceso distintos. Cuando un concepto es planteado de forma que admite ser definido de un primer modo y, a la vez, de un segundo modo diametralmente opuesto, estamos en presencia de un mal concepto.

En consecuencia, para fines de análisis técnico del fenómeno de las “maras o pandillas” lo primero que hay que hacer es abandonar el concepto, por confuso y amorfo. Pudo haber servido al inicio, cuando empezó el fenómeno, cuando estábamos ante un grupo menos heterogéneo, pero eso ya no es así. Ahora es necesario comenzar a hablar diferenciadamente de todos los subgrupos que habitan en las “maras o pandillas”, a fin de atenderlos diferenciadamente también, provocando la muerte técnica del concepto de “maras o pandillas”. Esto implica reconocer que, en efecto, no se trata de un grupo homogéneo que sea clasificable en un único concepto.

Las “maras o pandillas”, parafraseando al investigador mexicano Marco Lara, no son un grupo articulado y cohesionado con rigor, con una sola visión y una coordinación única; en realidad, se trata de un grupo fraccionado, con infinidad de subgrupos en su seno, muchos de ellos inconexos. De no corregir esta inexactitud conceptual nos podemos encontrar frente a un escenario en el que, para el caso, se promulguen leyes como la de proscripción de “maras o pandillas”, tan susceptible de señalamientos en virtud de que no sabemos con precisión a cuál subgrupo o subgrupos se está prohibiendo, qué características distintivas tienen, reconociendo que sería inviable proscribirlos a todos.

De igual modo, se está en grado de errar en el diseño e implementación de políticas públicas para “maras o pandillas” pensando en un subgrupo específico sin prever, por una parte, las probables consecuencias negativas que las mismas políticas podrían acarrear para otro subgrupo con características muy distintas, o por otra parte, la posibilidad de que integrantes de un subgrupo se aprovechen de tales políticas sin cumplir con los requisitos clave para ser beneficiarios de ellas. En esta línea, no ha sido inusual que un miembro de “maras o pandillas” haya sido tratado como criminal organizado sin serlo, o que un criminal organizado de “maras o pandillas” se haya beneficiado de programas sociales sin obtener los efectos buscados al momento de impulsarlos.

En adelante estaremos en necesidad de olvidarnos del concepto de “maras o pandillas” y empezar a referirnos por separado a los subgrupos que las conforman, distinguiendo, por ejemplo, personas en vulnerabilidad y rebeldía social, delincuentes comunes y criminales organizados, de forma tal que se aborde a cada uno por aparte. Con ello haremos más eficaces y eficientes las intervenciones que se emprendan, evitando caer en el espejismo que nos ha significado ese cada vez más impreciso y menos técnico concepto que, en lugar de formar, deforma el entendimiento.

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