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2010/09/09

EDH-Odisea en la mañana

 Marvin Galeas.09 de Septiembre. Tomado de El Diario de Hoy.

Suena el despertador a las cinco y treinta de la mañana. Ni siquiera un cielo amenazante y lluvioso infunde una gota de piedad en el despertador. Hay que levantarse. Sino fuese por las malas noticias leer el periódico y tomarse un cafecito sería uno de los más grandes placeres de la vida. Malas noticias: mataron a un estudiante. Las extorsiones ahogan a comerciantes. Canasta básica sube de precio. Más homicidios. La selecta perdió otra vez.

No todo es malo. No hubo ni terremotos ni inundaciones en las últimas horas. Estamos vivos y saludables. Hay vida, hay sueños y esperanzas. En nuestro país la esperanza, la de verdad no la de las promesas electorales, no es un lujo, es un deber. Así que a pesar de todo nos hundimos con optimismo en el tráfico de antes de las siete. Cosa seria. Sólo en transitar las cinco cuadras para salir de la colonia se consumen casi 10 minutos.

El gordo Max desde la estación de radio, aparte de entretenernos con sus divertidas ocurrencias, nos advierte que, como todas las mañanas desde que se fundó el universo, se suele quedar un bus varado en la cuesta de Los Chorros, lo cual provoca un apocalíptico congestionamiento; el semáforo de La Gloria, en el bulevar Constitución, no funciona: millares de autos embotellados. Un furgón intentando meterse en un estacionamiento en la carretera al puerto de La Libertad, mantiene paralizado el tráfico hacia San Salvador. Y así, por diversos puntos de la ciudad.

Además muchos viajeros perderán sus vuelos porque manifestantes contra quién sabe qué han cerrado la carretera al aeropuerto. Otros llegarán tarde a sus trabajos o quizá nunca lleguen porque otro grupo de manifestantes se han "tomado" la avenida Juan Pablo Segundo. Pero nosotros seguimos avanzando poco a poco hacia nuestros destinos, primero al colegio a dejar la niña, y después a la oficina. Eso sí hay que ir con cuidado porque los baches, casi cárcavas algunos, pueden destrozar el automóvil.

No faltan los desconsiderados que no ceden el paso o que tratan de avanzar en sentido contrario generando más congestionamiento y crispación. En un retén policial le están poniendo una multa, en ayunas, a una mujer que maneja un auto casi nuevo porque no anda los conos de seguridad. Mientras tanto un destartalado microbús, con todos los focos traseros destruidos, baja pasajeros a media calle ante la mirada indiferente de los agentes del retén.

En una esquina, mientras esperamos el cambio de color del semáforo, se aparece una pequeña multitud de personas a pedir dinero: el que a la fuerza quiere limpiar el parabrisas, el que estira una mano mientras en la otra anda una piedra amenazante. El huelepega, el de la cruz verde, el de la cruz amarilla, el de la rehabilitación de drogadictos, la muchacha que anda un niño en los brazos, el payasito, el que hace piruetas, el ancianito con su morral, el que le falta un brazo, en fin. ¡Cuántas historias tristes en una esquina!

Seguimos a vuelta de rueda. Desde arriba esta enorme fila de autos debe parecer una lenta culebra multicolor sobre una pista llena de huecos por todos lados. El escape de los buses urbanos seguramente contamina más el ambiente que lo que podría contaminar una mina de oro. Pero quizá no sea muy rentable políticamente movilizar "masas" contra los negrísimos escapes de los buses, como lo es hacerlo contra los blanquísimos mineros.

En una parada de buses siempre vemos a los mismos. Esas personas nos son ya completamente familiares, aunque sólo a una conozco. Ella fue mi compañera en la escuela de idiomas de la universidad. Por su aspecto pulcro, su ropa, sus libros, sus lentes me parece que es maestra. La acompañan un señor que siempre está con camisa blanca y corbata, un papá sin bañarse con un niño bien bañadito, su zapatitos lustrados, su uniforme y bolsón. Varios jóvenes, un señor panzoncito con aspecto de maestro de obra. A estudiar, a trabajar. Hay una vida que vivir.

Por fin llegamos al colegio. Hemos pasado casi una hora para recorrer una distancia que podría hacerse en 12 minutos. Una hora dura un vuelo a San José o Panamá. El día sigue gris, hay que seguir hacia la oficina. Con todo, es emocionante vivir. Andar un sol portátil y además de eso tener la certeza que siempre hay luz al final del túnel. De este túnel.

elsalvador.com :.: Odisea en la mañana

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