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2010/09/04

EDH-Dos semanas

 José María Sifontes.04 de Septiembre. Tomado de El Diario de Hoy.

Una noche, hace más de quince años, me encontraba hojeando una revista cualquiera, mientras esperaba el tren que me llevaría de Washington, DC. a Baltimore. Estaba fatigado y, para distraerme, tomé la revista que alguien había dejado en las sillas de la sala de espera. Miraba sin mucha atención los usuales anuncios de comida dietética, electrodomésticos y automóviles "con cero prima". De pronto uno llamó mi atención. Me pareció algo inusual y lo leí completo. Era un desplegado de casi una página que ofrecía un servicio poco común y daba bastantes detalles del mismo.

Se trataba de un monasterio de cierta antigüedad, alejado de las ciudades, manejado por monjes de no recuerdo qué congregación, quienes para ayudarse a cubrir los gastos, ofrecían estadías en sus claustros a empresarios estresados, que desearan pasar una temporada ahí y alejarse por un tiempo del mundanal ruido.

Los clientes podían escoger estadías de dos, cuatro o más semanas. Tenían derecho a una celda individual, una pequeña cama y la comida típica de los monjes, poca e insípida. El costo por día era elevado, casi el triple que un hotel de lujo, y había restricciones. En el monasterio había voto de silencio, y los clientes debían seguir este precepto, y no pronunciar en toda su estadía una sola palabra, excepto en el coro donde podían cantar un poco.

Otra cosa que también llamó mucho mi atención fue que el anuncio decía que las personas interesadas debían apresurarse a reservar su estadía, pues el monasterio solía pasar lleno y había una larga lista de espera. Me pregunté cómo era posible que hubiera personas interesadas en pagar tanto dinero para comer peor que en sus casas, dormir en camas rústicas, soportar otras incomodidades y de ribete, pasar semanas sin hablar.

Al principio no me pareció sensato, pero el anuncio pasó dando vueltas en mi cabeza por mucho tiempo. Poco a poco fui comprendiendo las razones por las que las personas buscaban esa experiencia. Aunque no podía costearme una estadía, la idea llegó a seducirme.

Dos semanas o más de vida monacal, sin conversar con nadie, debe ser una experiencia muy especial. Estamos habituados a una vida ajetreada, llena de actividades, trabajo, reuniones, discusiones y agendas que cumplir. Pasamos hablando desde que sale el sol hasta que nos acostamos. Todo es hacia fuera, y somos esclavos de los eventos, de lo que pasa a nuestro alrededor.

Nos acostumbramos a ver sólo lo externo, y no tenemos tiempo de echar una ojeada para adentro, hacia nuestro interior. Conocemos a mucha gente pero apenas nos conocemos a nosotros mismos. Y se nos va la vida aprendiendo cosas, sin llegar a aprender lo más importante: quiénes somos.

Los primeros días sin hablar con nadie deben ser difíciles. La costumbre ejerce su influencia. Después, a un paso lento, la atención deja de dirigirse hacia fuera dando paso a la introspección. Los pensamientos, y no lo que pasa, ocupa la mente. Largas conversaciones internas toman su lugar. Todo lo que se hace, hasta lo más sencillo y rutinario, se vuelve plenamente conciente. Cómo se reacciona, las emociones que se tienen, abarcan toda la atención. Y de tanto conversar consigo misma, de verse sin distracciones, de analizarse, la persona comienza a conocerse mejor.

Imagínese que usted acaba de llegar al monasterio. Le aguardan al menos dos semanas de silencio, con una sola compañía: usted mismo. ¿Le atrae la idea?

elsalvador.com :.: Dos semanas

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