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2009/07/08

Crisis de la vergüenza

Escrito por Federico Hernández Aguilar.  Martes 7 de Julio de 2009. Tomado de El Diario de Hoy.

Hacía falta estómago para terminar de oír al presidente Hugo Chávez, a raíz de la crisis institucional hondureña, hablar de libertad y de respeto a los derechos humanos, como si su nombre, por obra de magia, estuviera irremediablemente asociado a una vertiente democrática que él mismo se ha encargado de socavar, tanto en su propio país como en aquellos que se lo han permitido. También parecía una broma que Daniel Ortega, cuyo primer arribo a la silla presidencial de Nicaragua fue producto de una revolución sangrienta, despotricara con tanto aplomo contra los "vergonzosos" golpes de Estado.

Pero la corona dorada a la hipocresía se la llevó, sin tapujos, el comandante Raúl Castro, que tras olvidarse de que su actual poder sobre Cuba es producto de una especie de "herencia dinástica" --¡al mejor estilo de las viejas autocracias europeas!--, viene hoy a exigir que se respeten las decisiones "democráticas" del pueblo hondureño. ¡Inconcebible!

Casi cada palabra salida de los labios de estos tres señores podríamos considerarlas, en conjunto, un mal chiste, si no fuera porque miles de latinoamericanos han sido víctimas fatales de sus indomables mesianismos.

Dado que los seres humanos tropezamos "vocacionalmente" con las mismas piedras, no debe extrañarnos que este tipo de personajes cuenten con seguidores fanáticos alrededor del planeta. Lo que roza la inadmisibilidad es la actitud de organismos que, como la OEA, deberían denunciar enérgicamente los manoseos de los marcos constitucionales de sus países miembros, ayudando a la ciudadanía latinoamericana a entender que las garantías democráticas no descansan exclusivamente en las acciones de los presidentes, sino en el sistema de mutua vigilancia de los poderes estatales. Y los atropellos que desencadenaron los acontecimientos de la última semana en Honduras tuvieron como protagonista a quien hoy anda de país en país exigiendo respeto a "sus" derechos.

Desde luego que podemos estar en contra de las formas utilizadas por los adversarios de Manuel Zelaya para apartarlo del poder. Buscarle atenuantes a la violencia, dependiendo de quién la ejerza y quién la sufra, no es oficio de los que siempre nos vamos a oponer a ella, sin importar tiempo, lugar o circunstancia. La incoherencia de fondo radica en hacer oídos sordos, convenientemente, a las pruebas que tienen en sus manos los otros órganos del Estado hondureño, y que demuestran con cuánta terquedad el mandatario depuesto había promovido la polarización de su país.

Es obvio que el vuelo en piyamas de Zelaya a Costa Rica ha desatado inquietantes pesadillas en los sueños hegemónicos de Hugo Chávez. Al caudillo no le gusta que la institucionalidad hondureña haya reaccionado de la manera en que lo hizo, si bien adoptando métodos que él mismo utilizó en el pasado para enfrentar "tiranías". La fuerza, cuando proviene de sus seguidores, es justificable y hasta heroica; cuando proviene de los adversarios, es anacrónica e inaguantable. A ese doble rasero para interpretar la historia es al que deberíamos desterrar de nuestro continente.

Con relamido gusto, en el seno de la OEA, los que llevaban décadas vociferando toda clase de insultos contra el bloqueo comercial a Cuba, estamparon sus firmas en una declaración que rechazaba ese "feroz ahogo económico que ha hecho sufrir tanto al pueblo cubano". Y los que siempre hemos condenado los embargos comerciales, por ser intrínsecamente contraproducentes, nos alegramos. ¿Cómo entonces íbamos a aplaudir que hoy, por razones políticas e ideológicas, se ejecutara un bochornoso cierre de fronteras entre Honduras y sus países vecinos, sin importar las consecuencias?

Los presidentes de las naciones integrantes del CA-4 olvidaron de repente que los bloqueos al comercio, en efecto, conmocionan a los más pobres e indefensos, porque impiden el libre tránsito de productos que la especulación eleva a las nubes con la menor provocación. Pero en el léxico de estos "demócratas", increíblemente, lo que para la Cuba castrista es un dramático "ahogamiento", en el caso de la Honduras pos-Zelaya es un acto de sostenida "justicia". ¿Cómo quedarnos tranquilos ante semejante descaro?

Menos mal que los mandatarios se apegaron a las 48 horas de suspensión que impusieron al comercio del Istmo. Cuando volvieron a sus países quizá platicaron con sus respectivos gabinetes económicos --donde hay gente seria, técnicos respetables-- y advirtieron los efectos desastrosos que aquella resolución podía llegar a tener. Las horitas del bloqueo, de todas formas, le costaron varias demandas al presidente de Guatemala.

La coherencia suele tener mala prensa porque no genera escándalo y roba pocos aplausos en la galería. El populismo, en cambio, atrae con facilidad a los sedientos de justificaciones. A la larga, sin embargo, los que toman decisiones basándose en principios pueden sentirse satisfechos de haber apostado por algo que está más allá de ellos mismos. Los que se empecinan en llevar a la práctica todos sus caprichos conducen al abismo, eventualmente, a sus propios pueblos.

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