Escrito por Berta Alicia Díaz.Viernes 24 de Julio 2009. Tomado de La Prensa Grafica.
En LA PRENSA GRÁFICA del viernes 3 de julio se publica que un 46% de la población salvadoreña está en suma pobreza. El PNUD sugiere atender 548 asentamientos, por su marginalidad; el estudio entregado al señor presidente de la República propone que la Secretaría Técnica atienda y dé a este programa carácter presidencial. El presidente responde que es a la Secretaría de Inclusión Social, que dirige la primera dama, a quien corresponde desarrollarlo.
Desde hace varios años, estoy colaborando en la formación de trabajadores sociales en dos universidades y soy fiel convencida de que los programas de desarrollo social, por muy bien elaborados y pensados que sean, si no llevan como primera finalidad educar y promocionar al ser humano, difícilmente tienen efectos positivos.
Los trabajadores sociales son los profesionales ideales para sacar adelante este tipo de programas. Ellos se preparan durante cinco años en las universidades y practican en un sinfín de comunidades urbanas y rurales.
En nuestros pueblos se practica mucho el asistencialismo y esto solo es recomendable cuando se trata de indigentes, personas que deambulan buscando cómo sobrevivir y que las mismas y extremas carencias les han disminuido sus facultades, tanto físicas como mentales para trabajar. El resto de personas pobres y marginadas, posiblemente ese 46% de la población, vive en champas, utilizando terrenos municipales, con familias numerosas y haciendo pequeños negocios, o prestando algunos servicios.
Todo proyecto que lleve como finalidad sacar a la gente de la extrema pobreza debe tener varios componentes, principalmente el educativo y promocional. Ya hemos conocido casos de personas que teniendo buena vivienda la alquilan y se ubican en zonas marginales, cuando saben de un proyecto habitacional, para ser incluidos en el reparto. Lo anterior nos indica que un buen estudio socio-económico por familia es prioritario para tomar decisiones de ayuda.
Pero ya se trate de viviendas, escuelas, talleres o canchas, se debe incluir a los moradores como personas actuantes. Ellos pueden aportar su mano de obra, dar pequeños servicios, acarreando materiales, agua, cocinando para los obreros, etcétera. Es gratificante ver un enjambre de vecinos trabajando por su comunidad. Si ellos son incluidos desde la planificación, se les despierta el deseo de participar y esta es una forma para que aprecien y cuiden lo que les ha costado.
En la década de los cincuenta, cuando recién surgía la Primera Escuela de Trabajo Social, tocó a los alumnos hacer sus prácticas en un sinfín de mesones que había en San Salvador. El Instituto de Vivienda Urbana (IVU) iniciaba la construcción de multifamiliares en el barrio de San Esteban, colonia Atlacatl, colonia Málaga, Montserrat y otras zonas, y toda esa gente de los mesones fue encuestada y preparada día a día para hacer uso de los apartamentos. Los alumnos trabajan en los patios del mesón donde podían reunir, educar y recrear a sus moradores, dándoles charlas de higiene, convivencia pacífica y formas de conservar en buen estado sus viviendas.
Esos multifamiliares no se dieron gratis, con unas cuotas módicas los moradores lograron pagar y aprender a valorar el paso de una forma de vivir con infinidad de carencias, compartiendo letrinas, lavaderos, baños, etcétera, a tener una casita limpia, con ventanales para ver un mundo mejor.
La primera dama, en coordinación con las seis universidades que forman trabajadores sociales, pueden diseñar programas de práctica comunitaria, donde los alumnos de los últimos ciclos practiquen, promocionando a los beneficiarios para luchar por su dignificación, cambiando paradigmas, malos hábitos, conformismo, fatalismo y tantas barreras que el mismo ser humano se impone sin descubrir que esas no les dejan crecer. Sugerimos que en su equipo permanente de trabajo incluya a licenciados en Trabajo Social.
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