Si la OEA quiere convertirse en organismo dedicado a fortalecer la democracia en el hemisferio debe aceptar que en las condiciones políticas actuales no basta ganar una elección, sobre todo cuando la capacidad del gobierno para manipularla es tan evidente.
Escrito por Sergio Muñoz Bata. Jueves 30 Julio. Tomado de La Prensa Grafica.
A un mes del golpe de Estado en Honduras, el depuesto presidente Mel Zelaya sigue en Nicaragua, y a pesar del consenso inicial de los gobiernos del hemisferio condenando el golpe, el desacuerdo entre demócratas ortodoxos y neo-demócratas de la región sobre la estrategia para reincorporarlo a su puesto se hace más profundo.
El “impasse” en Honduras ha generado un debate sobre el rol de la OEA en defensa de la democracia en el hemisferio y sobre el papel que le correspondería a Estados Unidos en esta lucha.
Mientras que Estados Unidos, la Unión Europea, México, Brasil, España y otros países siguen apostando por una solución negociada valiéndose de la mediación del presidente Óscar Arias, la impaciencia y un inusitado aliento neo-democrático de esperpentos como Fidel Castro, Hugo Chávez y Daniel Ortega, exige la restitución inmediata de Zelaya a cualquier costo y aprovechan la ocasión para culpar a EUA del “impasse”, cuando no del golpe mismo.
En medio de este ajetreo la OEA muestra debilidades estructurales que le impiden ejercer un liderazgo efectivo pues a partir de la Cumbre Hemisférica en Trinidad y Tobago, en abril, la organización hemisférica ha oscilado de la exaltación promovida por los países miembros del ALBA, al pragmatismo moderado que le dictan los líderes de los países democráticos.
Este rejuego entre posiciones antagónicas tiene un costo para la institución. A pesar del éxito inicial de su gestión asumiendo su liderazgo para forjar el consenso de condena al golpe, su inconsistente aplicación de la Carta Democrática que supuestamente rige su conducta le ha ocasionado justas críticas.
Michael Shifter, del Diálogo Interamericano, apunta: “Entre 1996 y 2006, tres presidentes ecuatorianos fueron removidos de sus cargos, bajo el arbitrio de las fuerzas armadas y en ninguno de estos casos hubo una reacción semejante a la que ha provocado el caso de Honduras”.
También se cuestiona a la OEA por su silencio cuando los presidentes de Venezuela, Nicaragua y Ecuador minan de forma sistemática las instituciones democráticas de su país, en su intento por perpetuarse en el poder.
¿Qué hizo la OEA, cuando gobernadores y alcaldes de la oposición de Caracas denunciaron que el presidente de Venezuela “usa la democracia para destruirla” y lo acusaron de dar un “golpe de Estado en marcha contra los gobiernos democráticamente electos por el pueblo el 23 de noviembre de 2008” y de intimidar a los medios de comunicación?
Ya la Comisión de Telecomunicaciones anunció su intención de revocar las licencias de 240 estaciones de radio independientes y la Asamblea Nacional anunció planes para ajustar aún más las regulaciones a estaciones de televisión que transmiten contenidos locales por cable y por satélite.
¿Dónde estaba la OEA en los meses previos a las elecciones municipales de noviembre del año pasado en Nicaragua, cuando Ortega maniobró para impedir que figuras de la oposición estuvieran en las balotas; cuando hostigaba a periodistas independientes, a grupos de mujeres y a organizaciones no gubernamentales; cuando impidió la presencia de observadores internacionales; cuando antes de terminar el re cuento oficial del voto por la Alcaldía de Managua, el comandante dio la orden de declarar ganador al candidato de su partido al constatar que iba perdiendo.
¿Por qué no interviene la OEA cuando se hacen públicos los videos que muestran a uno de los jefes de la narco-guerrilla colombiana detallando las contribuciones de la organización criminal a la campaña presidencial del ahora presidente ecuatoriano, Rafael Correa? ¿O cuando desde el poder, Correa amenaza a los medios de comunicación que publican artículos que cuestionan su gestión? Desde 2007, el gobierno ha iniciado más de 20 procesos administrativos contra canales de televisión y radios locales. Tampoco se despabila la OEA cuando el presidente insulta a los periodistas que denuncian el cabildeo que realiza su hermano y los contratos que el Estado le otorga.
Si la OEA quiere convertirse en organismo dedicado a fortalecer la democracia debe aceptar que en las condiciones políticas actuales no basta ganar una elección, sobre todo cuando la capacidad del gobierno para manipularla es tan evidente. Debe reformar su Carta Democrática para incluir la protección no solo de la integridad del Ejecutivo sino de los poderes Legislativo y Judicial que son, los que más acoso sufren de los ejecutivos autocráticos que proliferan en la región.
En estos momentos no corresponde a EUA encabezar una revolución democrática de estos alcances, sino a los países que siguen creyendo en las virtudes de la democracia liberal y tienen la capacidad para reformar a la OEA.
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