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2009/07/06

La veda de armas como medida de urgencia

Por supuesto que no se trata de dejar a los ciudadanos honrados indefensos frente a los delincuentes armados: se trata de activar una muy eficaz estrategia de desarme general.

Escrito por Editorial.Martes 07 de julio de 2009. Tomado de La Prensa Grafica.

Hace algunos días, y como respuesta al repunte de homicidios en las zonas más violentas y peligrosas del país, se habló en el ámbito municipal de implementar una real veda de armas en lugares públicos de los 14 municipios del área metropolitana, más Colón. Después, ya no se ha hablado del tema, y está urgiendo darle vida integral de alguna manera. Hay que dejar un poco de lado el trágico melodrama hondureño para volver a poner el foco público en temas internos fundamentales. La seguridad ciudadana está en verdadera emergencia, y resulta apremiante desarrollar medidas que ayuden a frenar esta ola que se ha venido volviendo incontrolada. La veda de armas ya ha sido puesta en práctica en algunos municipios de esta zona, con buenos resultados; y es hora de generalizar el esfuerzo, que no sólo tiende a proteger a la población honrada, que es la inmensa mayoría, sino a ir desmontando la cultura armamentista, tan arraigada en el ambiente.

Desde luego, en paralelo las autoridades tienen que desplegar una verdadera efectividad en el desarme de los grupos delincuenciales y de los sujetos peligrosos. En este punto hay que tener muy en cuenta que el principal factor de riesgo lo constituye el poder del crimen organizado. Las autoridades no tienen, hasta la fecha, un esquema suficiente y efectivo de lucha contra la organización del crimen, y más bien lo que sale a luz son indicios de infiltración del crimen en instituciones vitales como la PNC.

El éxito de medidas como la veda depende de la efectividad en el cumplimiento de la misma y en el compromiso ciudadano que genere. Más allá de otras diferencias, las municipalidades deben coordinarse y cooperar en temas vitales como éste.

Impulsar un cambio de cultura

Aparte de las medidas legales y administrativas, hemos señalado la necesidad de impulsar un cambio de cultura sobre las formas de protección y autoprotección ciudadana. La cultura de las armas hace creer que sólo al estar armado se está protegido, cuando en los hechos casi siempre ocurre lo contrario. Esa cultura, que se expandió comprensiblemente en tiempo de la guerra, hizo que el país se fuera convirtiendo en un océano de armas, lo cual constituye uno de los factores estimulantes de la inseguridad que vivimos. Los delincuentes son los que más se benefician de esa distorsión cultural.

Por supuesto que no se trata de dejar a los ciudadanos honrados indefensos frente a los delincuentes armados: se trata de activar una muy eficaz estrategia de desarme general. Y este es un punto especialmente sensible, porque hasta ahora ninguna estrategia institucional ha propendido a ello. Esto requiere un plan mucho más amplio que la sola veda, y a la vez tener que enfrentarse a muchos intereses que se lucran con el armamentismo.

Después de la firma de la paz quedó el compromiso de trabajar en común por una nueva cultura de convivencia pacífica en el país. Casi no se ha hecho nada al respecto. Ahora más que nunca estamos necesitando que aquel compromiso tan decisivo se vaya convirtiendo en hechos. La seguridad es sin duda la base de una sana y respetuosa convivencia. Todos debemos comprometernos a fondo para que sea así en la realidad de la vida cotidiana, que nos abarca a todos sin distinción.

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