Escrito por Alvaro Rivera Larios.Octubre de 2009. Tomado de Contra Punto.
Debate sobre el marxismo en El Salvador; un intercambio de ideas surgido entre dos colaboradores de El Faro y de ContraPunto
BARCELONA - Advertencia: enumero desordenadamente algunos rasgos del ortodoxo, pero no es mi intención concentrarlos todos en una persona. Debato ideas, no dirimo asuntos personales.
De nada sirve que condenemos la muerte de Roque Dalton, si seguimos utilizando, en los debates actuales, razonamientos parecidos a los de las personas que mataron al poeta. A Roque lo acusaron de querer dividir a la organización, a Roque lo acusaron de trabajar para el enemigo, a Roque lo acusaron de pequeño burgués intelectualoide. Todas esas acusaciones sin fundamento, sirvieron para matarlo. Por eso, si nos duele sinceramente la muerte del poeta, no reproduzcamos los estilos de discusión que contribuyeron a eliminarlo. Hay que aprender de la historia. Así que comencemos a tolerar las discrepancias y razonemos con cuidado nuestros desacuerdos. Yo puedo ser irónico, pero nunca pierdo de vista las ideas. No se me ocurriría, para desacreditar una postura, acusar a nadie de que está utilizando el lenguaje de los cubanos o de los venezolanos. Si fuese así, yo no tendría ningún problema en seguir discutiendo, porque sobre las ideas de los cubanos y de los venezolanos también se puede debatir.
Aquí no hay ortodoxia, se supone, y como no hay ortodoxia, se supone que no hay ortodoxos. Este razonamiento es débil, no hace falta que haya un estamento de sacerdotes que vigile la forma en que interpretamos el marxismo, ni hace falta que exista una lista de autores prohibidos, ni hace falta tampoco que domine de modo explícito y autoritario una determinada forma de entender el marxismo. Para que haya ortodoxos basta con que exista en nuestro medio una actitud de rechazo a los debates abiertos y libres sobre el marxismo. Para que haya ortodoxos, basta con que haya gente que le tenga miedo a este tipo de discusión, basta con que haya gente que considere su particular visión del marxismo como la auténtica y sagrada forma de entenderlo.
Sobre aquello que es sagrado no se puede discutir y quien osa interrogar lo sagrado es acusado de profanarlo. Al calor de los últimos debates, ya hubo una persona que me acusó de profanador y lo divertido es que esa persona se niega a que yo la considere ortodoxa. No es malo ser ortodoxo, lo malo es no reconocerlo.
El marxista ortodoxo tiene su tabú, su lista de herejías y su listado de herejes. Obviamente, al hereje ya no es acusado de utilizar el lenguaje del diablo, al hereje se le acusa hoy de emplear el “lenguaje del Neoimperio” y de intentar dividir a la comunidad. Uno de los grandes pánicos del ortodoxo es el miedo a la división y como lleva ese miedo enterrado en el cuerpo, siente temor ante los giros que pueda tener el libre intercambio de ideas. De ahí que el ortodoxo, incluso el más civilizado, acabe militarizando las discusiones y planteándoselas en los términos de ideas amigas e ideas enemigas, de polemistas amigos y polemistas enemigos.
Al final los asuntos complejos se reducen a un simple combate entre autores buenos y autores malos, entre ideas puras e ideas contaminadas y como el debate se guía por una percepción militar, se busca acabar con el enemigo empleando las falacias si hace falta. Pero el objetivo estratégico de todo ortodoxo es acabar con el espacio de la discusión. Ahí donde ya esté definitivamente establecida la verdad, es innecesario discutir públicamente El mundo, por supuesto, es algo más complejo que las visiones maniqueas del ortodoxo acerca de la discusión ideológica.
Hay gente que mete la cabeza debajo de la tierra, cuando alguien menciona los errores recurrentes de la izquierda. Hay otra gente que para conservar la confianza en sus creencias, niega a priori que tales errores existan. Otras personas creen que unos errores tapan otros y por eso comienzan a rezar en voz alta los horrores del capitalismo. Los tres tipos de personas se niegan a debatir serenamente sobre las equivocaciones cometidas. Esa resistencia a admitir ciertos hechos (el caso Sibrián, por ejemplo, ha tardado mucho en reconocerse), va acompañada por la resistencia a reflexionar de forma profunda sobre ellos.
El ortodoxo crea un cordón de silencio en torno a sus creencias, no admite que se las cuestione ni admite debatirlas. Dudar de ellas ya es una profanación. En ese sentido. El ortodoxo carece de espíritu crítico. La crítica tiene un doble sentido, se ejerce contra una práctica o una institución y también puede volver sobre sí misma para hacer la crítica de la crítica, la autocrítica, la reflexión sobre los propios actos y las propias ideas. El ortodoxo se niega a mirarse de cuerpo entero ante el espejo.
Por ejemplo, yo hablo de una crisis del marxismo y veo que hay gente que se persigna y se pone nerviosa y comienza a dudar de mis intenciones. Así de pobre y de beata es nuestra cultura de la discusión y así de silenciados están los debates que para la izquierda de otros países ya son conocidos desde hace treinta o cuarenta años. Un marxista célebre como Georges Labica ya admitía hace mucho tiempo la existencia de una crisis en el pensamiento y la praxis de la izquierda y pensaba entonces que toda crisis tenía su lado positivo. A nadie se le ocurriría esgrimir contra Labica, el pobre argumento de que estaba usando el lenguaje del Neoimperio.
En La filosofía de Marx, un pequeño libro publicado en el año 2000 por Ediciones Nueva Visión, Étienne Balibar reconocía que la filosofía marxista debe de encarar la propia historia de su pensamiento y debe de reflexionar lúcidamente sobre su propio lenguaje. Algo con lo que estoy de acuerdo. El mismo Balibar reconocía hace unos veinte años, en una entrevista, que uno de los rasgos de la actual crisis del marxismo era precisamente esa reflexión que se veía obligado a hacer sobre la naturaleza, el alcance y la historia de sus conceptos.
Tanto Balibar (como el recién fallecido Labica) reflexionaron sin ningún problema sobre la experiencia de los socialismos reales y, que yo sepa, nadie los acusó en Francia de estar obedeciendo a una agenda teórica impuesta por el Neoimperio. Balibar y Labica desmienten a ese célebre pensador salvadoreño que afirma que como Marx no trató los socialismos, el marxismo sólo debe de ocuparse de analizar la sociedad capitalista. Hay gente que convierte un aspecto de la metodología marxista en una norma prescriptiva. Y quienes sacan un pensamiento vivo de su marco histórico y metodológico para convertirlo en una norma cerrada también pertenecen a esa clase de figura de la cual estamos hablando: la del ortodoxo.
Y lo vuelvo a repetir: en una sociedad que asume como valor la libertad de pensamiento, tener ideas ortodoxas o moderadas no es un delito. Lo malo es tener actitudes y estilos de pensamiento que busquen cerrar de forma implícita el espacio de la libre opinión y la libre discusión. Ya sé que en la sociedad burguesa existen formas poderosas y sutiles de coartar las ideas y negar los debates, pero también sé que Stalin tenía formas poderosas y nada sutiles de coartar las ideas y cerrar las discusiones. Un autoritarismo no vuelve invisible al otro.
PD/ Abordo otras implicaciones de todo esto en mi artículo Bienvenidos al marxismo platónico I. Artículo donde le doy cierta contestación a don Aquiles Montoya. Solo le advierto al profesor que este es un diálogo y no un examen y que por lo tanto yo también espero una respuesta a mis preguntas. Ya le mostré dos errorcitos que comete en su postalita y dos errorcitos que limitan el terreno del debate ¿Está dispuesto a rectificarlos? Ya le respondí lo que entiendo por marxismo, pero mi definición cuestiona la estrechez de la suya, así que le pregunto ¿la sigue manteniendo? Y mi crítica de su definición estrecha, como usted bien sabe, tiene una consecuencia estratégica sobre el universo de los objetos acerca de los cuales puede teorizar el marxismo, así que ¿continúa manteniendo su postura? Usted dirá.
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