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2009/10/19

Comunidades para una sociedad enferma

Editorial. Lunes 19 de Octubre. Tomado de El Faro. 

La anomia social que vive El Salvador es retratada todos los días en noticieros y reportes: un director acusado de violación; un reo acusado de tener relaciones sexuales con una menor; exfuncionarios de todos los niveles gozando de una fortuna amasada gracias a la corrupción; policías acusados de vínculos con el crimen organizado; un conductor muerto a balazos por meterse en el carril de otro.

Tenemos un Estado debilitado durante décadas, que ahora tiene una fragilidad tal que le es imposible por cuenta propia ordenar e imponer las mínimas normas de convivencia social. Los espacios públicos son puntos peligrosos, las Iglesias incapaces de inspirar valores y los vecinos desconfían unos de otros, en los barrios en que no son dominados por un grupo de pandilleros. Los líderes políticos responden más a intereses sectoriales que al interés público, y la resolución de conflictos mediante la violencia y la ley del más fuerte se impone sobre los criterios Estamos, pues, ante una sociedad enferma.

Comenzar a organizar comunidades podría aportar mucho a cambiar la actual situación del país, no solo en materia de seguridad, sino también de pobreza y marginación. Las comunidades organizadas parten de algo que se ha perdido, en general, en El Salvador: la idea de ser parte de un grupo, con principios comunes, que tienen que ver con el bienestar de todos sus miembros, Y que por tanto están asociados unos con otros.  Grupos establecidos, en primera instancia, a partir de su localidad geográfica: a cuidar y mejorar su propio entorno. Con apoyo del Estado.  Comunidades en las que se reinstalen los valores de una sociedad funcional: el honor, la justicia, la verdad. En las que sea mal visto el abuso, la violencia, la prepotencia, el robo.

Este tipo de organización, en vías de extinción, es la que existe en los municipios más pacíficos de El Salvador. Este tipo de organización es la que puede ser replicada en muchos otros, con la efectividad de un Estado dedicado al combate a la pobreza, a la mejor distribución de los recursos, la corresponsabilidad con los miembros de la sociedad, la educación y la salud. Y la seguridad pública, en la que también la comunidad tiene un papel fundamental.

La inclusión es parte del eslogan de la presente administración. Pero hasta ahora es solo eso, parte de un eslogan. La ciudadanía, organizada, es parte de las soluciones, pero hay que comenzar a incluirla. En todos los niveles. Si a ello se agrega el sentido de la solidaridad, la cultura de paz y el aporte que no está haciendo la academia (o que no se le permite hacer), hasta podríamos encontrar resultados inesperados, que permitan dar una verdadera vuelta de tuerca a la actual situación.

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