Hay que aprovechar este momento de crisis y dificultad para que todos –el Estado, el Gobierno, los sectores, las distintas organizaciones y la ciudadanía— den lo mejor de sí, en beneficio de un mejor El Salvador.
Escrito por Editorial.Jueves 29 de Octubre. Tomado de La Prensa Grafica.
Estamos inmersos en la discusión sobre la reforma fiscal que el Gobierno impulsa para obtener recursos públicos inmediatos. Pero sin duda la cuestión va bastante más allá del análisis puntual de las medidas impositivas propuestas. Es el concepto lo que en primer término habría que discutir: ¿Es oportuno y conveniente aumentar impuestos en tiempo de crisis y desconfianza sobre el desenvolvimiento de las condiciones de la realidad, tanto políticas como económicas? Y en seguida: ¿De hacerlo, qué estrategia de estímulos a la inversión y a la producción acompañan tal proyecto, de manera que no vayamos a caer en una espiral inversa al crecimiento?
Cualquier reajuste tributario debe tratarse con mucho tino y cuidado, y más en tiempos de crisis como éstos. En lo propuesto hay puntos que podrían resultar muy contraproducentes, por los efectos negativos sobre el ánimo inversor o la capacidad de consumo: por ejemplo, el poner gravamen a los intereses de los depósitos bancarios de los particulares no sólo es un mensaje desincentivador del ahorro, cuando éste es básico para el impulso del desarrollo, sino que genera inseguridad personal, porque, por más que se diga lo contrario, hay aquí una amenaza cierta contra el secreto bancario, en un momento de gran inquietud ciudadana sobre los riesgos que corre en el país la gente honrada, ante flagelos como la extorsión y el secuestro.
Da la impresión de que este proyecto de reforma es una mezcla heterogénea e improvisada de argumentos sobre equidad tributaria, consumo suntuario y corrección de privilegios, entre otros. Por eso depurar lo propuesto es tarea que hay que asumir en serio.
¿QUÉ OFRECE EL ESTADO A CAMBIO?
El Estado necesita recursos. Y el Gobierno está urgido de contar con lo suficiente para hacerle honor a sus ofrecimientos. Esto es legítimo, siempre que se maneje dentro de la racionalidad que impone el interés superior de la nación, que implica a la vez el servicio al bien común y el aseguramiento del presente y del futuro. En el país hemos venido endeudándonos casi siempre al puro vaivén de los criterios ocasionales, marcados por propósitos políticos inmediatistas. Hoy tenemos que seguir endeudándonos y además exprimir recursos vía impuestos. ¿Pero qué ofrecen el Estado y el Gobierno a cambio? ¿Austeridad comprobable? ¿Honradez intachable? ¿Efectividad segura? De ser así, sería mucho más aceptable el sacrificio tributario que se demanda en época tan dura.
Necesitamos, pues, a la par de una estrategia para allegar recursos, otra que garantice, más allá de cualquier sospecha o complacencia, la efectividad del gasto. Sería de lo más ejemplarizante que hubiera, junto a una iniciativa como la reforma tributaria, otra iniciativa para la explicitación inmediata de la política de inversión y de gasto públicos, y, más aún, una iniciativa sobre reactivación económica debidamente organizada en el tiempo, con la gradualidad y la credibilidad que las circunstancias demandan.
Hay que aprovechar este momento de crisis y dificultad para que todos –el Estado, el Gobierno, los sectores, las distintas organizaciones y la ciudadanía— den lo mejor de sí, en beneficio de un mejor El Salvador. Ya es tiempo.
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