Ahora es tiempo, y ya sin margen de tiempo, de emprender, sobre la base del entendimiento nacional, los ajustes que hay que hacer para que el sistema funcione y el proceso avance como debe ser.
Escrito por Editorial. Martes 20 de Octubre. Tomado de La Prensa Grafica.
Los factores de desestabilización están a la orden del día, tanto en el orden nacional como en los planos regionales y globales. Pareciera ser una plaga de la época, de la que nadie está inmune. Sin embargo, cada zona y cada país tienen sus condiciones propias, y, en lo que toca a El Salvador, afortunadamente tenemos a nuestro favor un ya largo ejercicio de democratización y estabilización de posguerra, que no tiene paralelos en el entorno. Esto, que no se valora lo suficiente dentro del país, tendría que permitirnos salir delante de los desafíos críticos que caracterizan la actualidad, y aun con posibilidades de fortalecimiento después de todas estas pruebas, que tendrían que estar abriéndonos los ojos respecto a nuestras posibilidades como país y nuestras responsabilidades como sociedad. Dice la sabiduría popular que no hay mal que por bien no venga.
Pero todo depende de cómo encaremos los retos, cómo estructuremos los tratamientos y cómo enfoquemos las soluciones. Todo esto va bastante más allá de un ejercicio formal de búsqueda de acuerdos coyunturales entre fuerzas. Se trata de que las fuerzas políticas, económicas y sociales converjan en un esfuerzo de nación, que no tiene que concretarse necesariamente en un “documento”, pero sí integrarse en un compromiso al que todos le hagan verdadero honor en los hechos.
En otras palabras, no basta con mantener el equilibrio más o menos inestable que se ha alcanzado hasta la fecha: lo que hay que lograr y sostener es la estabilidad de la seguridad para el desarrollo y del desarrollo para la seguridad. Esto requiere conceptualización y pragmatismo. Y el Gobierno está obligado a asumir el liderazgo conductor del esfuerzo.
COOPERAR ENTRE TODOS
Cada día se ven en el ambiente más signos de la necesidad de hacer que todas las fuerzas nacionales, independientemente de su ubicación, de sus intereses y de sus líneas de pensamiento cooperen de veras en función de que el país entero siga adelante, en la crisis y después de la crisis. Esta necesidad no puede ni debe ser tomada a la ligera, como todo indica que se sigue haciendo, a contrapelo de los requerimientos crecientes que surgen de la misma realidad que enfrentamos y que inevitablemente debemos afrontar.
Es cada vez más claro que hay cosas que ya dieron de sí, por más que se quiera mantenerlas de alguna manera vigentes. Citemos algunas de esas formas que ya están en trance de caducidad: el enclaustramiento de la institucionalidad pública dentro de sí misma, como si no tuviera que rendir cuentas claras prácticamente de nada; el viejo centralismo, que hace que haya múltiples abismos internos entre el enclave capitalino y las distintas periferias; el presidencialismo absorbente, que lejos de ceder se ha venido fortaleciendo con diversas distorsiones acumuladas, que potencian diferentes expresiones de corrupción; la debilidad endémica de la legalidad y del régimen de libertades, perversamente aprovechada en muchas formas.
Ahora es tiempo, y ya sin margen de tiempo, de emprender, sobre la base del entendimiento nacional, los ajustes que hay que hacer para que el sistema funcione y el proceso avance como debe ser. Esa es la única ruta segura hacia adelante.
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