Escrito por Edgardo Ayala. Tomado de Contra Punto.
Un drama de todos los días en el país: madres que se van “pal norte”, hijos e hijas que se quedan. La migración ha causado que varias generaciones de niños y niñas hayan crecido con sus abuelos y abuelas, o algún otro pariente. El teléfono, y con suerte el Internet, son los únicos medios que mantienen a flote el vínculo.
SAN SALVADOR- Zoila de la O es una mujer que, a sus 54 años, es abuela y madre a la vez. Ella cuida de su nieto y nieta, debido a que la madre de ellos emigró hacia los Estados Unidos, en busca de un mejor porvenir.
Y ella no es la única abuela con doble rol en este país, producto de la migración.
El fenómeno de la migración, tan arraigado en El Salvador, ha generado el rompimiento de los lazos familiares al punto que varias generaciones de niños y niñas han sido criadas por sus abuelos y abuelas, ante la ausencia de la madre o el padre, o los dos. Oficialmente se reconoce que al menos 2.5 millones de salvadoreños y salvadoreñas viven en el extranjero, y de eso, al menos 2 millones radican legal o ilegalmente en los Estados Unidos.
Yo aquí, mis hijos allá
Zoila dice que su hija, Flor, de 31 años, emigró hacia Houston, Estados Unidos, en 2005, y desde entonces no hay día que no llame por teléfono para saber cómo están su hijo David Ernesto, de siete años, y su hija Erica Marlene, de diez.
“Flor nos llama todos los días, para saber cómo están los niños, y casi siempre termina llorando… dice que los extraña mucho, que le duele estar tan lejos de ellos”, comenta Zoila a ContraPunto.
“La necesidad la hizo irse… la cosa en El Salvador está muy difícil”, comenta, y agrega que su hija envía “un dinerito” cada mes para que a los niños no les falten las cosas básicas y el pago de cuadernos para la escuela, ropa, medicinas, etc.
Las remesas enviadas por los y las salvadoreñas en el extranjero son una parte vital para la economía del país, pues alcanzan el 18% del PIB, y en 2008 los envíos totalizaron US 3,787 millones de dólares. Pero para el 2009 se espera una caída de entre un 8 y un 10%, como impacto de la crisis económica mundial.
“Cuando se enferman, yo ando para arriba y para abajo con ellos, buscando un doctor”, acota Zoila. Ella y su nieto y nieta viven en el cantón El Carmen, del municipio de San Pedro Perulapán, del central departamento de Cuscatlán.
“Flor dice que cuando termine de pagar el dinero que debe, que prestó para irse a Estados Unidos, se va a regresar”, añade la abuela.
El resquebrajamiento familiar producto del fenómeno migratorio no es exclusivo de El Salvador, y más bien es una constante en aquellas naciones donde la migración juega un papel preponderante en la vida social, cultura y económica.
Impactos emocionales
El Informe sobre el Desarrollo Humano 2009, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) –dedicado este año a la migración— señala que a pesar de las retribuciones financieras que ofrece la migración, “la separación por lo general es una decisión penosa que entraña grandes costos emocionales tanto para quien se va como para quienes se quedan”.
Como contrapeso de los posibles beneficios en el consumo, la escolaridad y la salud, agrega el informe del PNUD, los niños en el lugar de origen pueden resultar afectados emocionalmente por el proceso de migración. Y el documento añade que, por ejemplo, una de cada cinco madres paraguayas que viven en Argentina tiene hijos pequeños en Paraguay.
El informe añade que los efectos en las y los infantes dependen de factores como la edad del hijo o hija al ocurrir la separación, y recalca que el impacto es mayor en los primeros años de vida de los y las niñas. También tiene que ver con la familiaridad y actitud del adulto a cuyo cargo queda el menor y si la separación es permanente o temporal.
Luis Enrique Salazar, director del Instituto Salvadoreño para el Desarrollo Integral de la Niñez y Adolescencia (Isna), dice que la calidad de vida de los niños y niñas decrece cuando falta el padre o la madre, o peor aún, cuando faltan los dos, y aunque los abuelos y abuelas pueden ejercer ese rol, “no siempre son el mejor mecanismo de control”.
“Los niños y jóvenes están formación, y necesitan la presencia de la figura de un adulto de mucho peso, que les dé un sustento a su proyecto de vida”, dice Salazar a ContraPunto. Por siete años él se desempeñó como Procurador Adjunto para los Derechos de la Niñez, instancia adscrita a la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, de El Salvador.
Salazar agrega que la experiencia recogida del trabajo realizado en los centros del Isna en todo el país refleja que los niños y niñas alejadas de su padre y madre “muestran un déficit en el ámbito afectivo, y esto trae consecuencias en el desarrollo físico y emocional” de las y los infantes.
Arriesgándolo todo, por el reencuentro
La necesidad de recuperar ese vínculo temporalmente perdido entre padres e hijos e hijas es tan grande, dice Salazar, que muchas veces los padres exponen a sus hijos e hijas a viajar ilegalmente hacia el país donde ellos residen, poniéndolos en riesgo de abusos e incluso la muerte.
La mitad de los 3 mil niñas y niñas amparados al sistema protección del Isna son precisamente los que han regresado al país tras intentar cruzar la frontera con Estados Unidos ilegalmente.
Una salida para romper esa separación motivada por la migración es la de promover la reunificación familiar. Al respecto, la Convención sobre los Derechos del Niño, de 1989, establece que los Estados deben de procurar convenios para favorecer a los trabajadores migrantes que quieran reunirse con sus familias, afirma Salazar.
Reencontrarse con su madre, que vive en Los Angeles, Estados Unidos, es uno de los anhelos de alguien a quien llamaremos “Alex”, de 15 años. Su madre se fue a esa ciudad el año pasado, y ellos quedaron bajo el cuido de su abuela, Esther Godoy, de 65 años.
“La idea es ya no estar separados, estar más en unión como una familia. Ella viene en noviembre, y el plan es que o ella se queda, o nos vamos todos con ella”, narra “Alex” a ContraPunto. Él residente en el populoso barrio de Ayutuxtepeque, al norte de San Salvador.
En tanto Flor, que vive en Houston, también tiene planes de regresar, según Zoila, su madre. Eso es buena noticia por un lado, dice, pues los niños estarán con su madre, pero por otro no.
“Va a regresar a un país que está mal, no hay trabajo, y hay mucha violencia, y me preocupa que aquí ya no les pueda dar las cositas que sí les podía dar, desde allá”, afirma.
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