Hasta la fecha, lo que se ha percibido es que hay poca claridad sobre los enfoques que conduzcan a estrategias verdaderamente eficaces para el tratamiento de toda esta problemática.
Escrito por Editorial. Lunes 19 de Octubre. Tomado de La Prensa Grafica.
En nuestro país, la palabra “prevención” ha sido tradicionalmente un término puramente abstracto, sin expresiones reales identificables. Es como si nunca se hubiera oído entre nosotros aquella máxima tan común de la sabiduría popular, probada de sobra en el curso del tiempo: Más vale prevenir que lamentar. Nuestra experiencia histórica, por eso, es una cadena interminable de lamentaciones inútiles. Ahora, en temas tan candentes y asfixiantes como el de la delincuencia común y organizada, empieza a considerarse que la prevención es necesaria, aunque los intentos por darle forma institucional sean aún tan incipientes. El Consejo Nacional de Seguridad Pública, que surgió allá por la mitad de los años noventa del pasado siglo con mandato propositivo, tiene hoy encargada una tarea de prevención de la delincuencia entre los jóvenes, y se espera que la nueva gestión retome el tema con nuevos impulsos y logros más de fondo.
Es dramáticamente revelador el hecho de que alrededor del 10% de los homicidios que se dan en el país, lo cual representa una cifra considerable dados los altos índices que muestra este delito de sangre, son ejecutados por menores de edad, muchos de ellos niños. La creciente incorporación de menores a las estructuras organizadas del crimen es, sin duda, uno de los indicadores más alarmantes de la calamitosa situación social que parecemos.
La prevención del delito y de la delincuencia no puede ser una tarea exclusivamente institucional, ni mucho menos superficialmente burocrática. Hay que ir a los trasfondos de nuestra realidad para atacar las raíces del mal, que está sin duda en la profundidad de nuestras condiciones de vida. Sólo desde ahí se puede hacer un esfuerzo efectivo.
Condiciones y oportunidades
Si no se trabaja en serio en la evolución de las condiciones de vida de una buena parte de nuestra población, específicamente en las grandes zonas urbanas, ni se construye un auténtico sistema de oportunidades para nuestros niños y jóvenes en todas las áreas de la realidad y en todas las zonas del país, seguiremos viendo crecer este fenómeno de la violencia devastadora que nos aflige desde hace tantos años.
El esfuerzo, pues, debe abarcar por igual las condiciones y las oportunidades. Y, en este último campo, hay que generar un proyecto nacional que no sólo sea suficientemente amplio en su cobertura humana, sino que conecte la oportunidad con la autorrealización. Es decir, se trata de darles a los seres humanos las oportunidades que necesitan para llegar a ser lo que sus capacidades y sus voluntades posibilitan. Hay que salir, entonces, de ese concepto restrictivo que reduce las oportunidades a ofrecer unos cuantos apoyos monetarios, algunos cursillos de capacitación y si acaso becas esporádicas.
El desafío implica, pues, un cambio de cultura, que debe partir de la actitud de los responsables de la gestión pública, tanto en el campo de la prevención como en el ámbito de la represión del delito y de la delincuencia. Hasta la fecha, lo que se ha percibido es que hay poca claridad sobre los enfoques que conduzcan a estrategias verdaderamente eficaces para el tratamiento de toda esta problemática. Hacer luz al respecto es indispensable para no seguir patinando en el mismo sitio.
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