Ricardo Alarcón de Quesada, Presidente de la
Asamblea Nacional del Poder Popular
Octubre de 2009. Tomado de Granma Internacional.
Los oficiales del FBI recibieron una gran cantidad de información detallada y concreta acerca de los grupos terroristas anticubanos, incluyendo sus localizaciones exactas, con direcciones y números telefónicos, fotografías y cintas grabadas en las que describían, en sus propias voces, siniestros planes y muchos otros datos. En ningún momento ellos protestaron o expresaron preocupación en relación con la capacidad de Cuba o los métodos utilizados para obtener evidencias tan precisas.
Solamente nos agradecieron y solicitaron algún tiempo, argumentando que habían obtenido más evidencia, mucha más de la que ellos podían haber esperado.
Cuando Gabriel García Márquez se reunió con colaboradores cercanos del presidente Clinton en la Casa Blanca el 6 de mayo de 1998, nadie preguntó cómo Cuba había descubierto esos terribles complots. Uno de los caballeros norteamericanos solamente dijo: "Tenemos enemigos comunes".
Fue exactamente lo mismo en cada ocasión que nos reunimos en La Habana, Washington o en cualquier otro lugar para discutir con los funcionarios norteamericanos la información que teníamos sobre atentados terroristas. Nunca se quejaron de ninguna forma, ni directa ni indirectamente, ni siquiera en susurro.
Los funcionarios norteamericanos nunca objetaron nuestros esfuerzos investigativos por algunas razones muy obvias. La historia de violencia y terror contra Cuba es bastante larga —ha durado hasta ahora medio siglo— y está muy bien documentada en una extensa bibliografía registrada en los archivos del Congreso de Estados Unidos y también está disponible en documentos oficiales desclasificados, o en los que aún no lo han sido, los cuales, debemos asumir, son bien conocidos por nuestras contrapartes norteamericanas.
Con tales antecedentes Cuba tiene el derecho (incluso la inexcusable obligación) de protegerse a sí misma y a su pueblo y de descubrir qué están tramando aquellos que tratan de causar daño material y sufrimiento humano. Este es el principio reconocido universalmente de la legítima defensa.
Los norteamericanos estaban muy conscientes de eso. Como seguramente recordaban, cuando conocimos de un intento de asesinato contra el presidente Reagan y rápidamente compartimos con ellos la información, a pesar de la antipatía del Gran Comunicador hacia Cuba. Washington no protestó entonces, sino que expresó agradecimiento.
Ellos también sabían que Cuba es solamente una pequeña isla en el Caribe, con una población de un poco más de 11 millones de personas. Cuba no tiene satélites captando información desde el espacio ultraterrestre, tampoco tiene ninguno de los dispositivos extremadamente sofisticados que son de uso común para los servicios de inteligencia de Estados Unidos y de otras grandes potencias.
Cuba tiene solo inteligencia humana. Algo que ahora es admitido como indispensable en Estados Unidos, algo que hubiera salvado muchas vidas norteamericanas si hubiera sido utilizado acertadamente por parte de Estados Unidos antes de los terribles hechos que estremecieron a ese país en el 2001.
Y la nuestra no es una inteligencia humana a sueldo. Nosotros nunca hemos gastado dinero, como otros que gastan muchos billones, para comprar información o para contratar caros agentes en todo el mundo. Nosotros dependemos del sacrificio generoso y heroico de jóvenes como Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René.
Mucho antes de los atroces ataques del 11 de septiembre, Gerardo Hernández Nordelo dijo estas simples verdades a una Corte norteamericana, que lamentablemente fue incapaz de escucharlas:
"Cuba tiene derecho a defenderse de los actos terroristas que se preparan en la Florida con total impunidad a pesar de haber sido una y otra vez denunciados por las autoridades cubanas. Es el mismo derecho que tienen los Estados Unidos de tratar de neutralizar los planes de la organización del terrorista Osama Bin Laden que tanto daño ha causado a este país y que amenaza con seguir haciéndolo. Estoy seguro de que los hijos e hijas de este país que cumplen esta misión son considerados patriotas y su objetivo no es amenazar la seguridad nacional de ninguno de los países donde esas personas se refugian".
Cuando Gerardo escribió esas palabras muchos de los individuos, que más tarde usaron aviones civiles como armas letales contra norteamericanos, estaban finalizando su entrenamiento ahí mismo en Miami. Pero el FBI local no hizo nada para frustrar su horrendo proyecto. No tenían tiempo para eso. Su tiempo estaba dedicado exclusivamente a proteger a sus terroristas persiguiendo y castigando a Gerardo y sus compañeros.
El FBI, al menos en Miami, no estaba combatiendo al terrorismo. Ni tampoco estaba evitando los ataques contra los norteamericanos ni contra Cuba. Estaba del otro lado de la cerca.
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