Hasta hoy Concultura estuvo abierta a disímiles tendencias y acogió por igual las más opuestas manifestaciones culturales: dejó hacer y dejó pasar; fue una sombrilla que cobijó a todos.
Editorial.Jueves, 8 de Octubre. Tomado de El Diario de Hoy.
La transformación de Concultura en una secretaría gubernamental señala dos cosas: la primera, que no hay una plena comprensión de lo que es cultura; lo segundo, que se pretende usar a Concultura para promover políticas del Ejecutivo.
En algún momento, un ministro dijo que era imprescindible cambiar la cultura del país, como si en nuestra historia reciente, se hubiera montado un aparato cultural al servicio de no confesadas o claras finalidades. Eso supondría que una significativa porción de lo que es el hacer cultural obedeciera hasta hoy a lineamientos dictados por alguien, a la compra de voluntades, a forzar sobre artistas, escritores, poetas e intelectuales un uniforme espíritu y punto de vista, como sucede en Cuba y fue el horror de la Alemania nacional socialista y la Rusia soviética. Pero nada más perversamente falso; los que se ocupan con esfuerzo y una medida de sacrificio a pintar, escribir, pensar, filosofar, hacer música, salir en escena o enseñar, lo hacen siguiendo sus impulsos, son actuantes por inspiración propia, definen sus agendas y toman sus caminos sin que nadie les obligue a nada.
No creemos que en El Salvador, o al menos por mucho tiempo, se persiga a los que difieran de una línea oficialista; no tendremos en este suelo tragedias como la de Pasternak o el pintor Nolde bajo Stalin y Hitler. No habrá garrote pero sí, a corto plazo, habrá zanahoria; lo de "tiene que haber un cambio cultural" pasa por premiar a los domesticados, publicar a los que elogian, aplaudir al que aplaude. La "cultura" es válido sospecharlo, va a ser una arma más en el proceso de cambiar la manera en que la gente piensa; es lo que con cinismo está haciendo Chávez en Venezuela.
Los antecedentes no pueden ser peores
La cultura no surge en el vacío sino que es siempre el estrato superior de las civilizaciones, lo que individuos van innovando y descubriendo por su cuenta y que luego se suma al acervo general. La mayoría de niños aprende a leer, a escribir, a dibujar, a cantar, pero sólo unos cuantos superan los niveles primarios, comunes, para hacerlo mejor o hacerlo con excelencia. Son los que se cultivan (de allí cultura) a sí mismos, los que van más lejos, los capaces de decantar y pulir sus realizaciones. En palabras de Churchill, los que no se quedan iguales al resto.
Pero para que la planta crezca ha de tener libertad, no estar forzada a nada, no obedecer a criterios ajenos. Hasta hoy nadie le dice a un pintor cuál debe ser su estilo o intenta forzar a un poeta a limitarse a determinados temas. Más todavía, nadie está, en esta tierra, prohibiendo o quemando libros ni persiguiendo a escritores o periodistas. Hasta hoy Concultura estuvo abierta a disímiles tendencias y acogió por igual las más opuestas manifestaciones culturales: dejó hacer y dejó pasar; fue una sombrilla que cobijó a todos.
Que Concultura será en adelante una Secretaría de Estado, una parte del Poder Ejecutivo, es de por sí un mal indicio pues por definición las secretarías siguen las orientaciones políticas del gobierno. En ningún momento ni el Ejecutivo ni la nueva ministra han justificado el cambio, dan razón para lo que no se le descubre razón de ser. Los antecedentes en otros países no pueden ser peores.
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