La renovación es siempre saludable, y cuando se está en una fase histórica particularmente renovadora, ello se hace aún más imperativo.
Escrito por Editorial. Martes 06 de Octubre. Tomado de La Prensa Grafica.
En esta coyuntura nacional caracterizada por un dinamismo evolutivo muy marcado, todos los liderazgos nacionales deben ser analizados desde la perspectiva de las exigencias históricas que tenemos todos entre manos. Los procesos nacionales tienen sus dinámicas propias, y el nuestro, lejos de ser la excepción, constituye, desde que entramos en la fase de posguerra, un dinamismo ejemplarizante, que contrasta con muchas otras realidades del entorno centroamericano y latinoamericano. No podía ser de otra manera, cuando venimos de tantas experiencias duras y difíciles, que los salvadoreños hemos sabido administrar, asimilar y superar en forma tan responsable.
Este momento de transición, determinado principalmente por la alternancia democrática en el ejercicio del poder político, implica un desafío de alta intensidad, que demanda por sí mismo liderazgos adecuados a lo que ahora vivimos y a lo que de seguro viviremos en el inmediato futuro. Esto lo vemos de manera patente, como exigencia del proceso mismo, en lo referente al partido ARENA, que no se puede quedar en una especie de compás de espera que suspenda el surgimiento de los liderazgos nuevos, que tomen la iniciativa luego de este tramo de comprensible liderazgo provisional reconstructivo.
En el caso del sector privado, cuando se acercan las elecciones en la cúpula de la Asociación Nacional de la Empresa Privada, lo conveniente es impulsar liderazgos frescos, que no sólo lleguen con ideas nuevas sino que, en el ejercicio de las mismas, mantengan viva y actuante la confianza del sector productivo en su propio e insustituible rol dentro del esquema general de la realidad del país.
Tareas bien definidas
Cuando se da un fenómeno como el que estamos viendo avanzar en el país, no sólo en lo político sino también en lo económico y en lo social, es prácticamente indispensable que cada quien asuma el rol que le corresponde, sin ataduras ni distanciamientos artificiosos. En lo tocante al sector privado, no se puede negar que en el pasado inmediato estuvo sujeto a ataduras políticas muy riesgosas; y hoy, cuando las circunstancias son tan complejas y es necesario garantizar una identidad propia inequívoca, lo que se impone es que dicho sector, que es un sujeto básico no político dentro del juego democrático, asuma su responsabilidad de la manera más propia que sea posible.
Nuestra democracia avanza, pese a los obstáculos que encuentra en el camino y a las imperfecciones que aún le hacen riesgoso el avance; y la mejor manera de garantizar que el proceso democrático se mantenga sano y activo es haciendo lo necesario para que sus diferentes actores –de tan distintas naturalezas, magnitudes y responsabilidades– cumplan a cabalidad y a plenitud sus respectivos cometidos.
La renovación es siempre saludable, y cuando se está en una fase histórica particularmente renovadora, ello se hace aún más imperativo. La oportunidad de hacerlo a tiempo, como es el caso de la ANEP, vendría a ser un elemento dinamizador de las energías no sólo del sector privado en sí sino de todo el proceso de democratización. Sin personalismos ni intereses de ninguna índole, esta posición parece la más ajustada a los tiempos.
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