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2009/10/14

Con los ojos cerrados

EDITORIAL . 12 de Octubre. Tomado de El Faro. 

Ellas violadas o semiesclavizadas. Ellos asaltados por las autoridades mexicanas. Todos, absolutamente todos los migrantes centroamericanos que atraviesan el territorio mexicano rumbo al norte, se van buscando una mejor vida. Se van escupidos por países como el nuestro, en el que aún debatimos sobre el recorte de inversiones o la disminución de las remesas.  En el que el desarrollo se mide por los incentivos para los grandes exportadores o la exención de impuestos para el turismo. ¡Turismo! En un país con 16 homicidios diarios, en el que solo una quinta parte de la población económicamente activa tiene un empleo digno; un país pobre, sucio, desordenado y violento. En el que se destinan más recursos para incentivar a unos pocos y grandes exportadores que en atender la pobreza extrema.

No. El drama de la migración no está en la disminución de las remesas ni la reducción de los salvadoreños que vuelven a su país a hacer ese turismo. Ni en la revalidación del TPS ni la reforma migratoria. El drama está vivo, y tiene rostro, todos los días en territorio mexicano.

Durante un año, un equipo de periodistas de El Faro ha documentado y reportado sobre uno de los caminos más peligrosos del mundo. Uno en el que las autoridades y el crimen organizado se confunden para lograr el objetivo común de abusar, secuestrar, asaltar, esclavizar y asesinar a centroamericanos obligados a moverse a hurtadillas para llegar a Estados Unidos.

Una de las principales crisis humanitarias del mundo que suele pasar desapercibida y en las narices de todos: medios de comunicación, políticos, autoridades en México y también en Centroamérica. Cientos de centroamericanos secuestrados todos los días. Muertos todos los días. Violados todos los días. Amputados todos los días. Ilusionados con llegar a Estados Unidos, conseguir un trabajo, enviar remesas y mantener nuestra absurda economía de consumo.

En ese camino hay también héroes, que están igual de abandonados. Son aquellos que han instalado albergues para darle de comer a los migrantes hambrientos, para cobijar a los migrantes con frío, para atender a esos desamparados que llegan ya sin pierna, heridos, asaltados. Y esos héroes, que atienden a nuestros migrantes, también están solos. Ni siquiera tienen apoyo de centroamericanos para alimentar a los centroamericanos. Y ellos, también, exponen su vida todos los días al proteger a las víctimas de sus victimarios.

Los gobiernos centroamericanos ni siquiera tienen una mesa conjunta para abordar este problema, ni contacto con los administradores de esos albergues, ni apoyo de ningún tipo.

Uno de ellos, tras ver a tantos y tantos llegar al albergue en las condiciones en que llegan, se preguntó: Y si sufren tanto en este camino, y si se exponen a tanto, ¿de qué huyen? ¿Qué cosa tan monstruosa los puede empujar a emprender este, el camino de la muerte?

No se puede seguir hablando de migración en términos de remesas y desarrollo. No mientras continúe el sanguinario vía crucis. A los gobiernos centroamericanos debería avergonzarles no poner atención al drama que ocurre a diario en México. No se puede permanecer ciego ante el camino de los migrantes, para poner atención a los resultados de su llegada a Estados Unidos. Deberían todos los gobiernos centroamericanos asumir una postura conjunta, demandar, exigir de inmediato al gobierno mexicano que detenga esta situación. Porque son ciudadanos centroamericanos los que están muriendo a diario a la vista, y con la complicidad, de las autoridades mexicanas. Y este debería ser hoy también un importante desafío para el Sistema de la Integración Centroamericana.

Un informe de la Comisión mexicana de Derechos Humanos da cuenta de diez mil migrantes secuestrados en seis meses: de septiembre de 2008 a febrero de este año. Pero la comisión advierte que estos son apenas los casos que lograron documentar, y que no son todos.

Cada uno de estos diez mil, que cayeron en manos de los Zetas o los delincuentes locales, tiene un nombre, una familia, un rostro, una ilusión por alcanzar una vida digna que su país le ha negado. Cada uno de ellos, si sobrevivió, ha sufrido una experiencia aterradora, y apenas va por el sur de México.

Si las condiciones de pobreza, violencia, marginación y falta de oportunidades en nuestros países son indignantes, lo son también las vejaciones contra los migrantes centroamericanos, que salen huyendo con su pobreza para caer en el infierno. Sin que nadie diga nada. Y este drama no puede esperar. Es hora de abrir los ojos.

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