Se sabe que ARENA ha entrado en una etapa de reflexión y análisis –como es natural– supuestamente para examinar críticamente la situación e iniciar un proceso para asumir un papel constructivo en el nuevo entramado político. Al menos eso dicen sus dirigentes... El problema es que veinte años en el poder, obnubilan o vuelven soberbias a las personas, y si los ex presidentes, que son los que aparecen formalmente liderando el proceso, no son capaces de asimilar el origen de la derrota y estimular el cambio de cara a los desafíos que tiene el país, los perdedores seremos todos los salvadoreños.
Cuando después de la primera administración ARENA ganó tres elecciones consecutivas, sus dirigentes siempre se vanagloriaron de la extraordinaria capacidad del partido para reinventarse. En esta columna, con frecuencia, hemos puesto en duda esa virtud. Pero suponiendo que hubiera sido así, las exigencias para lograrlo son ahora formidables, pues no estamos hablando de la pérdida de diputados ni de alcaldías, sino del poder mismo.
Que ello sea así significa clara y llanamente que el partido que tuvo la oportunidad única de transformar política, social, económica y culturalmente el país tiene una deuda con la historia, aunque muchos reconozcamos que a lo largo de todos estos años ha hecho cosas buenas; pero que también por omisión o acción fue definiendo una forma de vida que llevó a la mayoría a inclinarse por el cambio. Hoy su principal desafío es contribuir a la gobernabilidad, hacer lo que esperaba de la oposición cuando hizo gobierno y poner todo su empeño para sumarse al esfuerzo que significa sacar al país adelante.
En un escenario de revanchismo todos perdemos. En cambio, en estos momentos, adquiere un enorme valor la capacidad que demuestre el partido para mantener un sano equilibrio entre ese papel y una identidad ideológica renovada. En cualquier caso ARENA debe aspirar a convertirse en un partido revestido de un pragmatismo que lo mantenga vigente, pero no a costa de sabotearle la gestión al nuevo gobierno.
Para bien o para mal, la crisis que agobia a todo el mundo llegó en un momento en que los salvadoreños estamos intentando reescribir nuestra propia historia. Mucho antes que don Mauricio se perfilara como futuro gobernante, el FMLN se consideraba asimismo como nuestro redentor y ARENA, como el que nos había rescatado de las garras del comunismo.
Hoy las circunstancias parecen estar redefiniendo aquellas ideas peregrinas, al tiempo que están llevando a relativizar logros que nunca se acercaron a lo absoluto. Como país, que apenas se identifica físicamente en el globo terráqueo, debemos empezar a comprender que más allá de las legítimas aspiraciones que tenemos como sociedad, estamos presenciando una transición vertiginosa, que si la ignoramos no seremos otra cosa que víctimas de nuestra propia ceguera, cuando no de la ligereza con que actuamos en tiempos de turbulencia.
Y así como don Mauricio y su partido tienen que actuar en consonancia con el signo de los tiempos, ARENA tiene que aceptar que tuvo su oportunidad y si bien no la desperdició del todo, tampoco la capitalizó inteligentemente. En el medio hay muchos otros actores. Uno de ellos es sin duda el empresarial, sin este el país no camina y ambos partidos lo saben. El punto está en cómo conservarlo de su lado, invocando los verdaderos intereses de El Salvador bajo nuevas expresiones del capitalismo.
Escrito por Juan Héctor Vidal. Publicado en LA PRENSA GRÁFICA
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